Lun 05.10.2015
rosario

CONTRATAPA

Tentativa de agotar un lugar rosarino

› Por Hernando Quagliardi

Trevisano en el Café minúsculo de 3 de Febrero y Balcarce. Estamos sentados casi rozando un parapeto de material disfrazado de cantero que resguarda la ochava, el cabello gris pegoteado en las sienes, el sobretodo azul con pelusas que brillan como gemas al rayo de sol de la mañana. Lo fui a ver con la excusa de una noticia reciente: el hallazgo en Rosario de unas cartas firmadas por Freud. El humo del cigarrillo me lastima el estómago. No he comido nada en las últimas horas desde que se me ocurrió compartir la noticia con él y esperar unas reflexiones que, hasta el momento, no se han producido.

A lo largo de todo ese tiempo nos desplazamos por la ciudad buscando un lugar propicio. Hábilmente, Trevisano se desentendió de mis avances e insistencias cada vez que pretendía volver con el tema. Mientras tanto, fuimos bebiendo: vino, coñac (una botella entera durante la noche) cerveza, cualquier cosa, conversando sobre libros censurados y poetas malditos. Ahora trasiega sol en los pómulos encendidos y calla.

Todo lo que dijo sobre el "caso" de las cartas de Freud fue una broma a modo de reproche por haber publicado cierta conversación titulada Einstein en Rosario que lo tiene a él por involuntario protagonista. "Será nomás (la crónica de las cartas) un efecto de sus notas apresuradas. Siempre aparecen replicantes por todos lados" y yo me reí sin malicia y sin ocultar el cansancio. Luego pensé que si tuviera un espejo a mano, seguramente reflejaría un rostro de color verde ceniciento.

Trevisano fuma lentamente mirando hacia un costado. Me cuenta que está rondando un lugar para describirlo. Pretende instalarse con una libreta o una cámara.

--Ahora que lo pienso, mejor sin nada. Las libretas están muy caras. ¿Usted tiene para pagar acá? --pregunta.

--Creo que sí, son cuatro cafés después de todo, lo despreocupo.

Entonces modula unas palabras que no alcanzo a entender porque el ruido del freno de aire de un colectivo se sobrepone tan cerca de la frase que repongo algo así como "hasta que llegue el vacío". A propósito de Freud, dice que le gustaría hacer con la ciudad lo que aquél hizo con los sueños: inventarle un lenguaje real más allá de toda metáfora y de toda poética. "Se precisa ser turista o extranjero para componer una verdadera crónica urbana. El nativo, invariablemente, hablará del Tiempo porque la infancia o la juventud le secuestrarán cualquier otro motivo. El espacio se transformará, así, en memoria", sentencia.

Lo invito a que desarrolle un procedimiento con la íntima necesidad de obtener alguna compensación a tanto desorden que trajeron las horas pasadas.

--Sería una fachada que se pueda ver sin usar los ojos para desconstruirla violentamente...

--A lo Derrida --le interrumpo, y su silencio piadoso me coloca en situación de impertinencia.

Cuando retoma, ya no habla para mí. Lo hace sin fijarse en nadie, como si estuviera rezando o repasando una receta de cocina.

--Los rastros que han quedado en los umbrales derivarían hacia los poros del piso de la Peatonal antes de que la remodelaran, hacia la vista de una torre Eiffel de juguete en lo alto de la fisura de esa esquina. Debería hacer un rastreo minucioso. (Hay algo en la palabra misma que indica la inutilidad en cuanto pequeñez). Los fragmentos de los que dispongo son variados, nítidos. Me acuerdo de un ciego que llevaba un jarrito de metal con el escudo de la Argentina, de un tipo de traje gris que solía hurgar las mañanas en el Sorocabana, más precisamente en los baños del Café, de una mujer con un zapato ortopédico, del barullo de los gorriones cuando cae la tarde.

Trevisano hace una pausa. Tomo coraje y cito a Perec, su librito Tentativa de agotar un lugar parisino. Me explayo haciendo gala de afinidades con otros escritores modernos, con Vila-Matas y hasta con Modiano, la hermosa novela Calle de las tiendas oscuras. Pero estos juegos no parecen conmoverlo. Trevisano está en otra cosa, muy lejos de este lugar y creo que también muy lejos de este tiempo. Ha cerrado los ojos y sostiene la cabeza erguida. Siento que la resaca avanza y que nunca tendré un apunte esclarecedor sobre las cartas de Freud. Siento que no tengo nada.

--Hay una cifra en todos esos fragmentos --dice Trevisano en voz muy baja. Si lo ha sospechado o no, le diré que ese trabajo tiene un nombre que podría pronunciar enredado con otros nombres, falsos tal vez, y unas cuantas consignas compartidas entre la bruma y el anonimato de eso que llamábamos revolución. Todo está muy lejos y es difícil devolverlo. Habría que encontrar la redención, pero ahora respiro el mismo aire que usted y no es fácil. Haciendo un gran esfuerzo, podría verla llegar otra vez a la cita en la esquina. Y eso es muy pobre, mera nostalgia, cosas que los viejos se permiten cuando se acercan a la muerte.

Alguien se levantó en la otra mesa y descendió de la vereda inmediata. Me dejé llevar por las palabras del comienzo, aún las que no pude descifrar del todo. A pesar de la hora, del sol, de la primavera, tuve frío y me quedé definitivamente en silencio.

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