Sáb 05.12.2015
rosario

CONTRATAPA

La palabra amor

› Por Miriam Cairo

La cosa es así, dije, dijo, dijiste:

Si la palabra noche no dispusiera de mi ser, tu ser, su ser, seguramente el relato podría organizarse.

Pero la musa heptasilábica te pierde, me pierde, se pierde sobre la muralla de las letras que no atinan a formar palabras.

Ah, esa poesía que no dice nada, te dijo, le dijo, me dijo.

Se trata de poner en riesgo el lenguaje, le dije, le dijo, le dijiste. El tema es que las palabras aparecen y desaparecen. Las arma el lenguaje, las opaca, y la poesía las vuelve a hacer (no le dijiste, no le dijo, no le dije). El relato sí, pero la poesía no tiene piloto automático, pensaste, pensé, pensó, en un momento en el que el pensamiento tenía toda la posibilidad de ser pensado, antes de que la pregunta te surgiera, me surgiera, le surgiera.

¿Su amor,

mi amor,

tu amor?

Lo que pasa es que la palabra amor no se arma siempre con dos vocales y dos consonantes, yo le hubiera querido, le hubieras querido, le hubiera querido decir, si hubiese habido una posibilidad de que dibujara en su mente la palabra amor con otras letras.

La poesía que no dice, dijo, volvió a decir con otras palabras, casi las mismas.

No es posible, que no diga, dijiste, dijo, dije.

Pero él se echó hacia atrás con toda su autoridad dicente y yo me fui, te fuiste, se fue para adelante, con la marejada de la palabra amor agitando el barco de la poesía.

Y todo tendía a disolverse, no más que de costumbre.

Abriste, abrió, abrí la ventana para oír la palabra amor.

No la escucharás dijo, porque la palabra amor no ha sido pronunciada con las cuatro letras reglamentarias.

Pero igualmente abriste, abrí, abrió la ventana y nada se movió, hubo silencio.

Estará en calma, dijo, dijiste, dije.

Esto no dice nada, no volvió a decir, pero se notaba que lo decía porque cada vez se echaba con más autoridad hacia atrás, para mirarme, mirarte, mirarle desde lejos, desde las alturas de la poesía que sí dice, ¿qué dice que dice?, preguntaste, pregunté, preguntó.

Amor no dijo.

Amor, dije.

Amor, dijiste.

Amor, dijo.

Demostrar que del fondo de una palabra proviene la vida.

Que en el fondo de la primera persona gramatical anida la segunda y que la primera y la segunda no son ajenas a la tercera.

¿Viste?, me dijo, te dijo, le dijo, no dice nada lo que decís.

Yo te miré, me miraste, te miró.

La palabra inorgánica, la palabra vegetal, la palabra transparente.

La palabra inmotivada que sólo dice lo que puede decir.

Que sí.

Que no.

Que diga todo aquello que no le está dado decir a la palabra amor, dije, dijiste, dijo.

Y él se quedó inmóvil recostado sobre su palabra autoridad carente de sentido, porque la palabra amor empezó a entrar por la ventana, y con ella, los animales marinos, los animales atómicos, los animales crepusculares, las musas heptasilábicas, los cuatro dragones municipales, el marqués de horrible cabellera, los peces lunares, los pájaros abisales, lo posible saltando sobre un pie, lo imposible cabalgando sobre un jazmín desnudamente amarillo. Entró la palabra amor con su corazón político y su estómago social, con su carcajada paternal y su escote materno.

Que entre, volviste, volvió, volví a decir. Y ella cada vez se hacía más ancha. Las cuatro letras no le entraban por la ventana. Y la musa heptasilábica se volvió cada vez más anárquica, más endemoniadamente séptima, y el marqués de horrible cabellera se hizo endemoniadamente calvo.

Tan grande fue el poder de la palabra amor que el relato ya no tuvo el menor anhelo de organizarse y los animales marinos copularon con los cuatro dragones municipales, y las musas heptasilábicas se besaban en cualquier boca, y los peces lunares cantaron aleluyas genitales sobre el jazmín político.

Demás está decir que a él, todo el aquelarre lo hizo cada vez más seguro de sí mismo, y me despreció, te despreció, le despreció, con un silencio que todo lo dijo, para contradecir aquello del decir y no decir.

Supuse, supusiste, supuso, que él se fugó por el ojo de la cerradura del lenguaje, creyendo que la palabra amor estaba hecha de una sustancia mordiente porque fue incapaz de darse cuenta de que estaba llena de poesía.

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