CONTRATAPA
› Por Roberto Sánchez
Las primeras sensaciones empezaron esta mañana, mientras tomaba el desayuno y mi vieja dormía porque todavía era temprano.
Ya las conozco bien. Una leve inquietud, un ligero temblor al sostener la taza. Como vienen sin preaviso y sin que nada las justifique, yo trato de hacerme el distraído para ver si se van. Pero es inútil; son tenaces, persistentes. Para ignorarlas, me apuré un poco, me puse el saco y salí a la calle a tomar el bondi para la oficina.
Conseguí asiento al lado de un viejo que hojeaba el diario. Trataba de escuchar alguna conversación de los pasajeros o de mirar el paisaje por la ventanilla, pero las guachas seguían allí como garrapatas. A todo esto, ya habían empezado la transpiración de las manos y el nudito en la garganta. La taquicardia y la falta de aire no tardarían en llegar, son infaltables y solidarias con las demás.
De a ratos, espiaba el diario del viejo: "Duros combates en Irak", "Otro atentado en Afganistán deja 46 muertos". Esos tipos... ¿no tienen miedo? ¿Cómo hacen para vivir sin miedo?
De chico me atraía la guerra, jugaba a los soldados con otros pibes, miraba películas y series de combate. No conocía el miedo, me subía a los árboles más altos, me trenzaba a puñetes de vez en cuando, incluso con algún grandote. Había una sola cosa que me daba miedo. Mi papá. La mirada de mi papá. Solamente con eso me manejaba.
Por sobre el murmullo de los teclados, los papeles y los pasos que van y vienen, se alzan las voces divertidas y chicaneras. "Andá, cuánto le pusieron al referí, un penal inventado loco", "Ja, mirá quien habla, les dan un gol con un orsái grande como una casa y todavía hablan", "no jodás, el foul que le hacen a Torres era para roja", "bueno che, paren un poco, desde acá lo estoy viendo venir al bicho raro", "no, no le digás así, se da poco con todos pero es un buen tipo, labura y no se mete con nadie", "sí, pero es medio neura, para mí tiene un trauma".
Cuando entré a la oficina, saludé con la mano y me senté rápido frente a la compu. Los demás hablaban de fútbol, que me gusta, pero el corazón ya comenzaba su galope y el aire se volvía sofocante. Argumentando calor abrí una ventana y alguno protestó porque en realidad estaba fresco. Me fui al baño a tomar el viejo rivotril mientras escuchaba, a mis espaldas, el cierre enérgico de la ventana y una puteada. Enfrascado en el trabajo, las sensaciones se fueron atenuando.
Al mediodía salí a comer algo. En el barcito, mientras esperaba el pedido, me anticipé con alegría al encuentro que tendría por la tarde.
Ya hace tiempo que vengo mal con las minas. No sé lo que pasa, pero no duran. Con lo que me cuesta encararlas. Es cierto que más de una vez me han invadido las sensaciones y he tenido desesperación por volver a casa, pero en general he encontrado excusas aceptables, me parece.
Hace tres semanas conocí a una que me cae muy bien. Demasiado bien. Se llama Alicia y tiene una sonrisa que me derrite, pero yo no demuestro mucho para no parecer atolondrado. Hoy la veré por tercera vez pero todavía no tenemos nada.
De estas y otras cosas hablo con mi psicoanalista, con el que empecé hace un año por la fobia. El calcula que me empezó hace tres años, después de la muerte de mi viejo. Yo no veo la relación, pero él, cada tanto, me la recuerda. Qué relación va a haber si desde que murió mi viejo nunca pisé el cementerio. Yo vivo con mi madre y le prohíbo que hable del asunto. Ella tiene fotos de él, pero en su cuarto. Yo no.
Mi vieja sí va al cementerio una o dos veces por mes. Al pedo, para mí no tiene sentido; es más, si ando por la zona doy un rodeo para no pasar cerca aunque me desvíe unas cuantas cuadras. Ah, mi analista también vincula la relación que tengo con mamá con el asunto de las minas, pero yo no veo que tiene que ver una cosa con la otra. Una madre es una madre y una mujer es una mujer. Yo voy porque todo el mundo insiste en que vaya y el tipo me cae bien pero la verdad es que son medio raros. A mí me hace mejor el rivotril.
Vuelvo al trabajo mas contento, pensando en Alicia. Falta poco porque termino a las cinco y a las seis nos encontraremos. Cuando salgo de la oficina me siento bastante bien. Tomo un café y hojeo el diario en el barcito: "Científicos de E.E.U.U. hacen importante hallazgo sobre los trastornos fóbicos". Mmmm, a ver, a ver... "de los neurotrasmisores, ...al aumentar la serotonina", mmm, "el hipotálamo y la amígdala cerebral, el núcleo caudado", mmm, ¿cómo, tenemos una amígdala en el cerebro?, "lo cual abre las esperanzas de una medicación específica que..". No, si al final es como yo digo, es mejor el rivotril que el analista.
Al rato entra Alicia y su sonrisa. Me roza con sus labios la mejilla, se sienta y llama al mozo. Pide un café y comienza a hablar. Sigue sonriente, pero parece algo excitada. Dice que estuvo pensando mucho en nuestros dos encuentros, que sería un error apresurarse, que yo soy muy bueno pero que ella viene saliendo de una muy difícil que, en fin, lo mejor sería tomarse un tiempo, seguir como amigos... La oigo como si nos separaran diez metros, cada vez mas lejana. Ahora la veo gesticular y sonreír, pero casi no la escucho. Estoy muy concentrado en otra cosa.
El cuerpo me hormiguea, la taza de café tiembla en mi mano que ya empieza a humedecerse, el corazón avisa su galope. Alicia no sabe -no puede saber- que yo solo estoy pensando si esta puta fobia, alguna vez, se irá para siempre de mi vida.
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