CONTRATAPA
› Por Javier Chiabrando
¿Por qué Donald Trump dice bobadas y le lleva veinte puntos de ventaja a sus competidores republicanos? Porque invita a odiar. ¿Por qué el partido de Le Pen es el más importante de Francia? Porque invita a odiar. Es un gran invento de la derecha moderna: el odio que aglutina. Ya no necesitan fascismo represor, golpes militares, dictadores esperpénticos como Franco o caricaturas como Bucaram o el Turco que lo Reparió. Ahora usan el odio como herramienta para adoctrinar. ¿Odiar qué? A los negros, a los inmigrantes, a los latinos, a los peronistas, a los chavistas, a los pobres, a los árabes, a los refugiados, a los putos, a los punk, a los hippies.
Siempre habrá algo para odiar en el mundo de los que odian con facilidad. Están los que cobran subsidios, los que reciben derechos demorados como los putos, los que tienen demasiados hijos, las Madres de Plaza de Mayo, los nietos. Ahora la pregunta del millón: ¿cómo aglutinará Macri al 51 por ciento de la gente que lo votó? Se lo respondo ya: con el odio. Y no es porque Mauri sea malo, malo, malo. Es la única posibilidad que tiene. La otra es hacer un gobierno del carajo para la mayoría; dura tarea, que además no parece estar en sus planes ni en el de sus financistas.
Hay que ver quiénes hablan, qué dicen, a quiénes van dirigidos los mensajes. Y entender los contenidos. Curiosamente, las voces más fuertes y organizadas se han elevado desde el lado de los perdedores. Apelan a la resistencia y garantizan una capacidad de movilización real (la Plaza de Mayo repleta para despedir a CFK) y un estado de alerta que habrá que analizar con el paso del tiempo. Fríamente, diría que se están anticipando, pero si lograron que el poco presentable Cruz Avila no fuera nombrado Secretario de Políticas Universitarias, tienen razón.
Al tiempo que se conocía el gabinete atado con alambres de Macri, una parte sus votantes eligieron el silencio. No es lo mismo votar a Macri haciéndose el boludo que defender a Patricia Bullrich o a un gabinete con más causas que el Gordo Valor en la cúspide de su carrera. Habrá que ver si ya hay arrepentimientos o desconcierto ante el escuálido gabinete nacional. O hicieron como los radicales, declararon la misión cumplida y se fueron a dormir la siesta. Todo es posible en la revolución de la alegría. Es que hay globitos que se usan una vez y luego se tiran. Y hay globitos para emponar que también sirven para ser empomados.
El kirchnerismo-peronismo le seguirá hablando a su gente. Su discurso descansa sobre certezas: que los casi cuarenta por ciento que eligieron su fórmula en la primera vuelta van a estar ahí, sea con el candidato que sea. Si estuvieron con Scioli, que no enamoraba y que llegó resistido y/o traicionado desde adentro, ese casi cuarenta votará al que le toque votar cuando llegue el momento. Y en un eventual nuevo enfrentamiento electoral con la derecha, ese cuarenta se volverá casi cincuenta. Eso representó estadísticamente la plaza llena. Medio país no quiere saber nada con neoliberalismos ni alineamientos con los EEUU. Esa certeza es el terror de la derecha.
Visto con un optimismo algo ridículo, este giro a la derecha puede ser el golpe de energía que los populismos necesitaban por consolidarse. Si se logra volver, será para siempre. O para larguísimo rato. La derecha lo sabe. Sabe también (por más que digan otra cosa) que el kirchnerismo-peronismo y el chavismo no desaparecerán, a lo sumo reconfigurarán su rol dentro de cada país. Ambos, como oposición, pueden ser complicados de arriar.
Ustedes me dirán que es difícil que la derecha pierda esta batalla, y yo le recuerdo que a Piñera en Chile y a Sarkozy en Francia (típica derecha moderna, que viste de Armani, con lindos hijos y esposas; Sarkozy casado con la novia de Europa, nada menos) los sacaron a patadas en el culo a los cuatro años. En Francia lo reemplazaron por el primer boludo que pasaba. El que vota por odio compra con facilidad espejitos de colores bajo diferentes nombres: mano dura, cambio, voto cuota, reconciliación, odio. Y también se desencanta con facilidad.
¿Y a quién le habla Macri? Obviemos esa tontería de que quiere unir a los argentinos. Eso es imposible. Y para él es doblemente imposible porque representa lo que la mitad del país odia y teme. Entonces, ¿a quién le habla y qué les dice el émulo de Donald Trump? Podría guardar silencio y dejar que hablen sus ministros, no hacer cadenas nacionales ni preocuparse por no contradecirse ni meter la pata (difícil). Entonces, ¿por qué habla, si lo que dice sólo manifiesta su pobreza de ideas (en el mejor de los casos), o sus trucos de mago neoliberal (en el peor)?
Porque necesita mantenerlos unidos o entretenidos. Cualquier dispersión puede resultar catastrófica porque los márgenes son muy finos. Medio millón de votos, en este país, pueden cambiar de bando porque Boca sale campeón o porque no sale. El elemento para mantenerlos unidos es el odio. Por qué cambiar ahora, si ha funcionado. ¿Hay otro? El terror, quizá: cautelares, decretos, represión, juicios a rolete. Pero del otro lado hay gente con muchas batallas, con ganas de devolver gentilezas, y además el peronismo, que aún con las traiciones por venir (el gran tema del peronismo), sabe de esto. Y no hay que olvidar que De la Rúa reprimió una vez y se tuvo que ir volando.
Preste atención: los medios que más fomentaron el odio han retomado el discurso. La tapa de Noticias, las puteadas de los periodistas estrellas por las redes, el editorial de El País, la retórica barata sobre la puerta chica y la puerta grande, continúan fomentando el odio y la división como si no hubieran ganado. Mientras Macri habla de amor y de globos para todos y todas, sus medios afines destilan mierda. No se enoje. Mejor trate de entenderlos. Es el odio como aglutinante del medio país que los votó. Sólo así se explica que la gente haya votado en contra de sí misma.
El macrismo lo va a usar (a través de sus voceros, claro, los medios) hasta que se agote. ¿Se agotará? ¿Se volverá en contra de los que lo esgrimen? No lo sabemos. Sí sabemos que llegar tiene su mérito pero que se puede llegar por coyuntura o suerte (mire, si no De La Rúa). Mantenerse es otra cosa. Para mantenerse hay que mostrar aquello que los compradores pagaron con su voto. Lo saben los líderes de pacotilla que acabo de mencionar.
Es como levantarse un minón. Puede ser cuestión de suerte. Ella estaba triste, había bebido de más y le había jurado al exnovio que se encamaría con el primer boludo que pasaba. Que resultó ser uno. Pero para mantenerla entretenida por cuatro años hay que mostrar encanto, labia, saber nadar, surfear, esquiar, ser buen amante. Ser algo más que un tipo que estuvo en el lugar correcto el día correcto de puro culo. Y acá no hay cautelar que valga.
Para llegar a esta conclusión no hay que leer libros sino ir a la peluquería o a la ferretería del barrio. Tipos que dentro de una semana van a pagar la luz el doble justifican su voto por puro odio. Si les preguntás qué odian, balbucean, hablan de las cadenas nacionales, del tono de voz de CFK, o citan las mentiras de Jorgito el Mercenario. Y se hacen los giles con los males que se avecinan sobre sus vidas.
Ahora, con la fidelidad de la que es capaz la clase media y sus satélites, parte de esa gente se puede contrariar con el nuevo gobierno por el achique, por el ajuste, por el dólar alto, bajo, o del mismo precio. O puede molestarse por el pan con demasiada costra (con el pan kirchnerista era por el exceso de miga). Puede llegar el día en que Macri los siga invitando a odiar y ellos le responden con el bolsillo.
El odio como aglutinante o un gobierno del carajo. Esas son las dos opciones. Pero el gobierno del carajo comienza con la gente recibiendo la primera factura sin subsidios para que los ricos ganen más, y con el cepo nuestro de cada día. Y cuando Macri empiece a pagar favores, a ajustarse al pedido de los poderosos que lo bancaron, a someterse a los designios de los EEUU, la manta será cada vez más corta y en cada tirón habrá uno más a la intemperie. El cepo, o las facturas por las nubes, pueden pasar una, dos veces. Por ahora el odio aglutina. Pero, ¿hasta cuándo?
¿Cuántas veces dirá Mauri que es culpa del kirchnerismo? Seguramente muchas. Y repetirá el cuentito de Caperucita a los besos con el lobo, mientras los medios agitarán causas que eran vacías antes y lo seguirán siendo. Pero lo más importante es que la mitad que no lo votó no le va a dar ni la hora. Es nada menos que el cincuenta por ciento del país. ¿Entendió? Una de cada dos personas no le cree ni le creerá nunca. Una de cada dos personas no se moverá de su sitio. Es un tema ideológico. Es a lo que él le teme, por eso habla de desideologizar el país como si fuera desinfectarlo. Si ese cuarenta no se desarma, la derecha tiene patas cortas. Mucho poder, eso sí, pero a la larga tendrá que enfrentar a ese cuarenta o cincuenta en las urnas. Y ahí tampoco habrá cautelar que valga.
El país volverá a endeudarse para que circule plata fresca. ¿Rápido o demorará?, ¿adónde irá a parar? ¿A pagar buitres? ¿A los pobres, a los negros, a las embarazadas? Si eso era lo que rechazaban los que lo votaron. ¿A obras públicas? Si obras públicas hizo el kirchnerismo e igual lo sacaron. A Macri lo votaron para que no haga lo mismo. ¿Cuánto tiempo estarán dispuestos a creerle? Después habrá que mostrar muñeca. ¿Cuánto tiempo pasará para que le pregunten qué hizo y Macri diga que logró que Vuitton vuelva al país? Es un gran logro, aceptémoslo, siempre que no signifique que para comprarme un kilo de asado tenga que vender el auto, si es que no lo vendí para pagar la luz.
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