CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Cuando Miriam lo siente (ese escozor general, la comezón que precede al alargamiento de sus uñas un par de centímetros, cabello en revolución como la lava de un volcán, cuerpo prodigándose en voluptuosidades) corre, se encierra con llave en su cuarto de trabajo, controla el reloj (el episodio por lo general no va más allá de un par de horas) se coloca un impermeable mientras avisa a la parentela "salgo", antes de que le cambie la voz y antes de que se consume la transformación, la que acaece sin agenda fija, hoy domingo, la semana pasada, el miércoles. Gana la calle y se toma el 64, directa al puerto. No porque la atraigan ese territorio de dársenas de peste, la pobre iluminación, los barcos de carga de mala muerte, los marineros mugrosos; pero ese escenario le garantiza, a los devaneos de su "otra", seguridad para ella misma: hay escasas probabilidades de que se repitan las uniformadas aves náuticas de paso con las que coquetea o que alguien de su equipo de la facultad se le cruce en el devenir de los sucesos, sucesos que pueden consistir, como ahora en que a su "otra" se le ocurre encadenarse, en un encadenamiento al son de la abundancia de esa materia prima en los muelles, y a su son, rasgarse su blusa para lo cual aplica estas uñas filosas y potentes, y bien, listo, ya sabe cuál será el libreto de hoy, reproducir en vivo una pintura imbécil de Delacroix, aquélla de la república semidesnuda y provocativa ¿Qué busca esa pelirroja "otra" que se esconde en el fondo de su desván personal y que sale para incomodarla? Busca que le saquen una foto en la composición que arma, torso al aire, brazos en alto hacia atrás, abiertos, senos pulposos hendiendo el país para jolgorio de un trío de percudidos japoneses que la observan desde la planchada de un tal buque "Four Stars". ¿Pero, acaso, de verla, la reconocerían sus taimados colegas y compañeros de competitividades, con los que integra el equipo universitario de investigaciones? La mancha de nacimiento que la identifica en la mejilla habría de delatarla, la mancha negra con la forma de la bota de la provincia de Santa Fe, única y singular, "A picture, please" le susurra orgásmicamente al changador nipón que se arrima alentado por sus incitaciones, "a picture?", "Yah. Con una fotografía todo, m`hijo, sin la fotografía, niente", "what?" "eso, pibe, y apurate que el tiempo pasa", en tanto el marinero vuelve a bordo a toda vela en busca de su aparato fotográfico, Miriam putea a los psicólogos en general y a la suya en particular, "hay que trabajar más este tema de la personalidad que querés ocultar, Miriam"; "pero lo que necesito verdaderamente es un antídoto, Marcela, un antídoto para que no se me aparezca, para que deje de jorobarme", "mi querida, esto no es una película ni vos sos el Dr. Jekill" así que aquí se halla ella, encadenada y trabajando el tema bajo la lente del nipón que le pide permiso para gatillar dos tomas por pose y guardarse una de cada una como souvenir y que él colgará en su armario; Miriam consiente, el tiempo se puede acabar en cualquier momento, ella se reducirá a una especie de lagartija miope y esmirriada pero antes debe ponerle mano a las fotos para la colección que la "otra" que es ella se propone armar, antes de espantarles las esperanzas a los pobres muchachos, que quedarán escaldados y ganas interruptas delante de una esquelética desmañada y su saco de huesos, camaradas del marinero que corean imaginándose en triunfo sobre sus suculencias, pero Miriam ya recoge el rollo que le tiende el navegante, lo mete en la bolsita que se cuelga precavidamente en cada ocasión mientras velozmente se le desinfla lo inflado y ahuesa lo carnoso ante la atónita audiencia que revolea sus bridas tártaras viendo a Miriam que se arrebuja en su impermeable, en sus anteojos, en su título de investigadora en Biología del Conicet, en su escualidez; tiende una mano que nadie estrecha, agradeciendo lo que a nadie le importa y escala la pendiente hacia la costanera con la duda de si quitarse la mancha y expandir sus correrías por toda la ciudad, facultad incluida, o quedarse de perfil bajo limitándose al puerto y sus exóticos productos de alcance reducido o si, en fin, lo más razonable: largar dieta de Auschwitz, comer sin privaciones, recuperar las carnes que le eran propias, dejarse el pelo de su color natural, escandaloso (rojo) y dedicarse a armar instalaciones con fotomontajes de desnudos inmortales con ella misma de pelirroja y protagonista.
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