CONTRATAPA
› Por Javier Chiabrando
Derrotar culturalmente al enemigo es la tarea. Los romanos sabían que el triunfo valía si al fin era cultural. Y luego de vencer en el campo de batalla (reemplazado con el tiempo por otros escenarios hasta llegar a las urnas) destruían una parte de la cultura del enemigo y absorbían la otra: dioses, ritos, fiestas. Dicen que la mitología cristiana es un refrito de ritos y leyendas robadas por Roma en su paso imperial. Luego instalaban circos y acequias y esa parte del mundo pasaba a ser también Roma.
El resto de las cosas son herramientas, la más destacable, el dinero. Antes lo fueron las armas. Hasta las enfermedades (peste o influenza) se utilizaron para batir al enemigo. Hoy del poder del dinero se desprende el resto: el poder mediático, institucional, la compra de los Bossio de turno (siempre hay, y siempre son baratos porque se usan y se tiran), y también las moneditas que se usan los funcionarios del gobierno de Mauricio de la Rúa para ser sorprendidos en el supermercado comprando tomates.
La guerra fría no fue un triunfo militar sino un triunfo cultural de los nuevos romanos, los EEUU. El mundo compró ese discurso en oposición al otro, menos colorido, menos fashion, y que, pecado de los pecados, no permitía ser rico. Hasta los muertos de hambre rechazan vivir en un sistema que no te deja ser rico. Para eso los EEUU diseñaron una cultura exportable, apoyada en el cine y la televisión primero y en la era de la hipercomunicación después.
La cultura occidental es la cultura del consumo. Si no se consume a lo pavo, el capitalismo caería. El resto es aleatorio. Quedó demostrado en Italia. Las autoridades debían recibir a una delegación iraní y taparon con sábanas las estatuas en bolas para no herir a los susceptibles visitantes. Los intelectuales europeos se pusieron como locos en lo que consideraron una claudicación de la cultura occidental. Pero los iraníes iban a Italia a invertir una ponchada de plata. La cultura del consumo se impuso a la tradición del arte y la belleza.
El gobierno de muchos globos y poca política de Mauricio de la Rúa tiene un plan para triunfar culturalmente (aunque con estos nunca se sabe si tienen un plan o siguen un protocolo de pavadas que creen simpáticas, como el perro en el sillón, etc.). El plan es mostrarnos un mundo ligero, liviano, lo que en la moda se diría "sobrio casual" y en francés décontracté, donde prevalecen las selfies, las risas y los emoticones. Ríen como si reír estúpidamente fuera un estado natural de los músculos de la cara.
Ríen ellos, sus esposas e hijos (ahora todos funcionarios). Ríen delante del telón para que no veamos los desastres que se esconden detrás: corrupción, papelones, improvisación (el límite de 25 por ciento para las paritarias que luego se transformó en 40 y que al fin no era cierto). Ríen delante del telón para que no sepamos que detrás hay ausencia de liderazgo (no es casual que yo lo llame Mauricio de la Rúa), y caras agrias que contradicen las sonrisas. Caras agrias de susto, de caminar sobre la cornisa, frente a la gente, a la (hasta ahora) indiferencia de los inversores extranjeros, de sus socios que no aceptan frenar la escalada de precios y no liquidan la soja estoqueada.
Esto, sumado al cierre de CCK, el San Martín, radios, centros culturales, orquestas infantiles. Y de postre balear a una murga de pibes, lejos de ser la demostración de su triunfo cultural, es la demostración de su propia derrota, la evidencia de su propio vacío. Es la risa del payaso que se ríe en la mitad del chiste y el público se queda con las ganas de saber si a ellos también les toca un cacho de esa felicidad. Pero no hay que olvidar que todo triunfo y derrota cultural son representativos de grupos de gente. Buena parte de ese público, es decir muchos argentinos, ríe con el payaso sin entender el chiste, ríe porque ríe el payaso. El chiste es lo de menos. Lo importante es reír. Por ahora.
La cultura de la sonrisa es la elegida para alejar los fantasmas del kirchnerismo, que proponía defensa del trabajo nacional, política y mucha gestión. El macrismo ha cambiado esto por selfies sin gestión. Si a cualquier persona le preguntaran qué gestiones de gobierno (me refiero a la que involucra a la gente y a su futuro, no a sacarle impuestos al champán o inaugurar un Coto) llevaron adelante Vidal, Larreta, Mauricio de la Rúa y sus ministros, hablarían de la foto en los supermercados o el perro en el sillón. Igual, a la manera de los romanos, intentarán quedarse con algo de la mística kirchnerista. Pero lo harán mal, poco creíble, forzado, como cuando Mauricio de la Rúa anuncia cosas "para el pueblo y los chicos" y le tiembla la voz como si estuviera aprendiendo a hablar ruso.
Si el triunfo es cultural, el ganador se garantiza la permanencia en el tiempo. El Turco que lo Reparió lo logró por una década. Su proyecto cultural, mitad trivialización y mitad hacerle creer a la gente que el voto cuota era más importante que cualquier otra cosa, le bastó mientras gobernó. De la misma forma habrá triunfado el gobierno de Mauricio de la Rúa si impone que el vacío y las selfies y las sonrisas de los funcionarios, amigos y familiares es lo que está de moda esta temporada. Funcionará, mientras no se corra el telón.
Para imponer una idea cultural a un país, tenés que ser parte de esa cultura o ser capaz de generarla con discursos, relatos, hechos. El peronismo tiene en sus raíces la defensa de la mano de obra nacional. En ese sentido la tenía fácil. El PRO es un misterio. Cualquier diría, a simple vista, que ellos son así de livianos. Que ríen incluso cuando echan gente, reprimen o cuando meten la pata del nivel de las que metía el Turco que lo Reparió: gaffes, verbos mal conjugados, el papelón de Michetti en el congreso, y una ristra de contradicciones y disparates que en Europa ya lo comparan con Berlusconi y acá lo llaman Mauricio de la Rúa (ese es copyright mío). Pero Berlusconi no canta mal.
Si no son así, la están pensando así. Y así nos las van a vender. Es una jugada inteligente. A la clase media mayoritaria, la que lo votó, le gusta pensar en dirigentes más parecidos al primo cabeza hueca de la familia que a dirigentes entronados en esa permanente mala palabra que es la política. Sino no se hubieran enojado tanto con el tema de las cadenas nacionales. También les gusta sentirse parecido a los millonarios, ser parte de esa cultura, aunque la vean de afuera de la reja del country.
¿Por qué es importante triunfar culturalmente? Para hacer negocios y ganar más dinero. Y acá se cierra el círculo. La herramienta principal pasa a ser el fin último. EEUU nos vende su cultura exportable (no deja de sorprenderme que en la televisión se hable de los espectáculos del entretiempo del súper bowl, al que los más colonizados llaman confianzudamente súper tazón), y alguien factura en algún lugar.
El triunfo final del gobierno de Mauricio de la Rúa apunta a que sus amigos y socios sigan saqueando el país y que mucha gente crea que lo hacen por ellos, la parte blanca y educada del pueblo. Eso y la teoría del derrame. Más tienen, más gastan, más dilapidan, y una parte de ese dinero va a parar al pueblo. Ese es el círculo que se cerraría al triunfar culturalmente.
Pero las culturas mueren, se atrofian, mutan. O, lo que es peor, desfallecen. Se van diluyendo sin gloria, sin honor, sin épica. En ese sentido el peronismo, con todas sus contradicciones, ha sabido sobrevivir incluso a las traiciones. Ha creado una mística que aguanta. Ha muerto varias veces, y ahí está, vivito y coleando. Mientras tanto el esfuerzo de Mauricio de la Rúa por instalar una nueva cultura se seguirá dando en un sonsonete: los peronistas son corruptos, Cristina está loca, etc.
Y olvidan que cada cosa es atribuible al PRO, incluso indexada. El kirchnerismo es mesiánico, pero si desapareciera Macri el PRO se atomizaría. El PRO es corrupto (Niembro, Calcaterra, Caputo), manipula el INDEC, son intolerantes, prepotentes, y apoyan la minería del fucking fracking, y sin cobrarle impuestos. Una joyita que ya asusta a muchos que ayer (¡ayer!) eran socios y alcahuetes.
Pero el gobierno de Mauricio de la Rúa ya triunfó en una parte de esa imposición cultural: demostró que a la gente se la puede adoctrinar con bastante facilidad, y que luego podés hacerle casi cualquier cosa: bajarle los sueldos, venderle cara la comida, y apenas se moverá de su lugar porque está colonizada, ha sido invadida simbólicamente.
Pero la gente también aprende, o se deja colonizar por otro vendedor de baratijas. O quiere volver a vivir como en el pasado. Nunca se sabe. Los triunfos culturales ya no duran siglos como el imperio romano, sino años, o meses, como la moda de los pantalones rotos, y son reemplazados por otras modas venidas de cualquier lugar. Porque la gente es angurrienta y quiere cosas nuevas, como quiere zapatos nuevos cada temporada. Ahí ya no les bastará reírse. O tendrán que reírse el doble, a riesgo de que se les desencaje la mandíbula.
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