Sáb 23.09.2006
rosario

CONTRATAPA

Posible o imposible literalidad de un poema

› Por Por Gary Vila Ortiz

En mayo de 1938, Dylan Thomas le escribe una larga carta a Henry Treece. En uno de sus párrafos el dice: "Mucho de mi poesía es, lo sé, una búsqueda y un terror de temibles expectativas, un descubrimiento y un enfrentamiento del miedo. Guardo una bestia, un ángel dentro de mí y mi búsqueda es saber cómo obran, y mi problema es sojuzgarlos y vencerlos, derribarlos y elevarlos, y mi esfuerzo es que se expresen a sí mismos. (...) El poema es, como todos los poemas, su propia pregunta y respuesta, su propia contradicción, su propio acuerdo. Sólo pido que mi poesía sea tomada literalmente". No es difícil leer literalmente a Dylan Thomas y menos aún cuando se lo escucha leer su propia poesía. También, con tristeza, pueden leerse los 18 whiskies que lo llevaron con los que partió hacia la muerte.

Toda literatura, pero sobre todo dentro de la literatura, toda la poesía, puede leerse literalmente. Es posible hacerlo, con sabiduría de corazón. Por otro lado, sin olvidar que es posible que si encontramos su sentido, muchas veces no logramos entrar en su significado. Las cartas de Thomas iluminan su actitud frente a la poesía, su entrega. "El artista no tiene necesidad de hacer nada. No hay necesidad. Él es la ley de sí mismo y su grandeza o su pequenez sube o baja de acuerdo a ella. Tiene una sola limitación, y la más enorme de todas: la limitación de la forma. La poesía encuentra su propia forma, la forma nunca debe ser sobreimpuesta; la estructura deberá nacer de las palabras y de su expresión..." La carta es de 1933. Faltaban veinte años para que ese noviembre de 1953 los whiskies, esos dieciocho que igualaban la cantidad de poemas incluidos en su primer libro de 1934, terminaran con él en Nueva York.

Una carta de 1934 tiene el sabor, el aroma de sus poemas. La carta está dirigida a Pamela Hansford Jonson, a quien amaba pero con quien terminó, aunque siguió viéndose y le escribió una última carta en la primavera de 1935. La carta a que queríamos referirnos, guardando su forma: "Pregunta uno: No puedo ir/ dos: No duermo mejor/ Pregunta tres: No, he hecho todo lo que está mal/ Cuatro: No me animo a ver al médico/ Pregunta cinco: Sí, te amo". /

Al contrario, esa cercanía lo hizo ver (creo) con mayor lucidez, lo que iba a pasar. Dylan llegó a Nueva York en octubre de 1953. El 25 de octubre de ese mismo año le envió un telegrama a Mrs. Stevenson: "Querida Ellen. Osear Williams me dijo que usted quería presentar mi obra Ander Milkwood en Chicago con o sin reparto. Pero no sin dinero. Entre noviembre 12 y noviembre 15 en viaje a Hollywood. Favor ponerse en contacto con mi manager John Brinnin, 100 Memorial Drive por detalles. Muchas gracias. Deseando verla, muchos cariños".

Pero en la noche del 4 al 5 de noviembre los 18 whiskies lo llevaron a un estado de coma. No recobró la conciencia y murió el día 9.

Recuerdo con mucha tristeza y angustia todo eso que he leído sobre los días finales de Thomas, la muerte de Bertolt Brecht, la de Kafka o la de Walter Benjamín, tal cual la va dibujando en un ensayo Hannah Arendt. Eso me hace pensar en aquello de Cyril Connolly; "A nadie se le ocurriría ponerse a jugar sin conocer las reglas del juego. No obstante, la mayoría de nosotros jugamos al interminable juego de la vida sin atenernos a ellas, porque somos incapaces de descubrirlas".

No creo que se trate en los casos mencionados de un desconocedor de las reglas del juego. Las de aquel ayer y las de hoy. Cada vez son más siniestramente sofisticadas. Terminan con todos aquellos que las conocen, pero las rechazan. No podían aceptarlas. En todo caso, es ese decir no a todo lo que se ha rendido a toda forma de poder lo que lleva a la muerte a los mejores.

Cuando en 1965 se quiso hacer entender que el mundo no llegaría a ser tan siniestro como el que pintaba George Orwell en su 1984, llegué a entender qué se quería decir con eso. Orwell, en este 2006 lo hace claro: lo terrible del mundo no será igual al paisaje desolador pintado por Orwell. Pero no es mejor lo que nos pasa sino que es literalmente mucho peor agravado porque parece que no nos damos cuenta.

El libro de Orwell, a diferencia posiblemente de los poemas de Thomas, no debe ser leído literalmente. Y sobre todo no leerlo pensando que se están leyendo páginas dictadas por alguien que estaba enfermo, cerca de la muerte. Al contrario, esa cercanía lo hizo ver (creo) con mayor lucidez lo que nos iba a pasar. No había sido suficiente vencer al nazismo. Tendríamos que afrontar muchas otras cosas y de hecho es fácil comprobar todo lo que hemos pasado a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial.

Un realismo de ultranza, que debido a su habitual mala fe, nos dice que las cosas son así y debemos aceptarlas. Aunque no podemos hacer mucho al respecto, podemos no aceptarlas, decir no a lo que supuestamente no tenemos alternativa. Decir que no es una elección. Y como un poema de Thomas debemos hacer entender que ese no es un no irrenunciable.

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