CONTRATAPA
› Por Eugenio Previgliano*
Crease una escuela, dice la ley Nacional 5012. Es interesante la ventaja de ser argentino, porque si fuera en Europa, tal como dice mi amigo Pascal, sería prácticamente imposible rastrear el origen o hablar de la fundación de cosas que son como si hubieran existido siempre. Pero acá siempre hay un origen, un principio, una fundación, y esta fue ese año trágico en que había muerto el presidente Quintana y sucedido José Figueroa Alcorta, un año despues de que Einstein publicara los tres papers que abrieron el camino a toda la tecnología que sustenta nuestra sociedad, al cabo del fracaso del alzamiento radical del cinco y mientras se allanaba el camino para que poco después Saenz Peña autonomista y entonces diplomático permitiera el voto universal, secreto y obligatorio, aunque utilizando el padrón militar.
A diferencia del Nacional Buenos Aires o del Monserrat de Córdoba, el Politécnico es no sólo una institución patria, enteramente laica e hija de un estado libre e independiente, sino una pieza central en la forja de la Argentina moderna que tuvo tal vez su apogeo incluso sin haberlo registrado en la recordada década que va del cuarenta y cinco al cincuenta y cinco.
Veintiocho dice la página oficial de La Escuela eran los alumnos de la primera camada de la vieja Escuela Industrial Superior de la Nación en su inauguración el año lectivo de 1907, pero tal vez cuente en nuestros días con algo más de mil cien alumnos.
Se aprende me decía Oscar una vez en el gran Salón de Actos en La Escuela el arte: la minuciosidad de trabajar la materia hasta componer a partir de unos pedazos de madera un taburete; la paciencia y el entusiasmo necesarios para limar el metal hasta que ajuste; la precisión y el autodominio para llevar la punta del torno al lugar justo para conificar la pieza, el placer y alegría de obtener un resultado tras un largo, difícil y elegante razonamiento en un ejercicio entre miles de ejercicios fallidos, la plasticidad necesaria para renunciar a todo lo que hemos hecho, cambiar el rumbo y partir de la mano del entusiasmo tras una idea que nos regala la imaginación para seguir imaginando, pero por encima de todo esto yo creo que está la seguridad y tranquilidad de cultivar entre pares una relación firme, sólida y estable que tal vez nos ayude a mitigar los momentos difíciles de la existencia, a reconocer en el otro los rasgos que lo hacen único, brillante, irrepetible, tan diferente a los demás como uno mismo.
Personalidades singulares me agrega Félix no nos faltan, y yo recuerdo entonces que hay a pesar de los declarados objetivos industriales de La Escuela entre nosotros directores de cine como Mario Piazza o el inolvidable Lucho Bender; ingenieros, arquitectos y cuadros de la industria que de ninguna manera alcanzaría a nombrar en esta breve página; hinchas profesionales de fútbol como Roberto Fontanarrosa y αscar Bertone, dirigentes políticos como el intendente Lifschitz aunque hay otros muchos más cuyos nombres hoy no recuerdo, periodistas como Sergio Moreno, el inglés Woodward o el Indio Luque, pilotos de combate como Julius Radar Portnoy, profesores de latín como Aldo Pricco, artistas plásticos como los premio Braque Mauro Machado o Daniel García, escritores, músicos y en general cada uno en su personalidad y con las intrigas del caso se puede reconocer en el otro, en el camarada que ha sido entre muchos postulantes, como uno mismo, elegido para cursar en La Escuela.
Los criterios de admisión, fundados en una serie de postulados sobre eficiencia, conocimiento, pericia, saber o inteligencia pero inevitablemente vinculados con el origen sociocultural y económico del postulante, constituyen seguramente una de las claves del éxito de esta construcción: a pesar de que los aspirantes son menos que en épocas pasadas, todavía el alumno de La Escuela sabe que él está allí, entre sus pares. donde otros no han accedido, y que en este limbo tiene ocasiones que a otros les faltan.
Y haciendo revista de lo que falta, no se puede dejar de considerar que al gobierno de La Escuela le falta bastante para llegar a los estándares de excelencia democrática que pregonan el Estatuto de nuestra Unviersidad y los partidos que en ella ejercen con cierta hegemonía el poder: no tenemos los egresados ni voz ni voto en el gobierno de La Escuela y el Centro de Estudiantes del Politécnico, a pesar de su larga y trajinada historia, no tiene a diferencia de las demás facultades y escuelas de nuestra Universidad un lugar institucional en el gobierno del instituto.La tendencia hacia el monocolor político de dirigentes, funcionarios y comisiones paralelas no creo que deba atribuírse a La Escuela sino que parece ser un fenómeno que atraviesa íntegramente la UNR y tal vez sea una condición de esta la opositora Sarlo dixit Argentina posmoderna.
Pero aún así, con méritos y disvalores, La Escuela que tiene un alarmante porcentaje de niñas en su alumnado sigue funcionando con alegría. De las egresadas que en los años setenta eran de verdad muy pocas se dice que son en gran porcentaje buenas madres, excelentes profesionales y según me han contado deliciosas en la intimidad: ¿será que crecen en un ambiente de libertad poco frecuente, interactúan desde los albores de su humanidad con muchos muchachos y cultivan esa relación de afecto que ente nosotros puede reconocerse en la primera mirada?.
Me faltaría anotar algo sobre la relación de La Escuela con el Rugby, pero seguramente el presidente de la Unión de Rugby egresado de La Escuela y jugador de Logaritmo tenga mas y mejores recursos que yo para esta empresa.
No fue sino hasta 1970 que empecé a ser parte del Politécnico: antes había, de la mano de mi padre, curioseado en sus pasillos y después milité en el Centro de Estudiantes; como otros sufrí persecuciones, tortura y cárcel; pero tal vez de los días del Politécnico me haya quedado ese arte, ese gusto, esa sensación fuerte de saber que nunca estaré del todo solo, ese saber espeso y racional que me permite valorar las diarias sorpresas de la vida, disfrutar sus encantos, tratar de arreglar el mundo, soñar y al cabo, seguir soñando.
* Bachiller técnico UNR y miembro de la comisión directiva del Centro de Estudiantes del Politécnico 1974/75.
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