CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
Esencia. Yo elaboraba pensamientos embriagadores, perforaba luceros hondísimos para extasiarte, para distraerte del camino que te condujera a cualquier otra alma que no fuera la mía y sin saberlo, le dictaba a mi vida su propósito.
Umbral. Hubiera sido más prudente, más seguro, fundar mi motivación en un ser menos real, menos respirable. Me hubiera ahorrado todas las tendencias a caer en la ensoñación de lo posible. Unas pocas palabras me habrían dicho que temerle tanto al acostumbramiento es oscuro.
Con mis lentas piernas puedo dibujar un trayecto en línea recta hacia el asombro. Un recorrido en espiral hacia la calma. Un extravío hacia tus tierras temblorosas. Pero es cierto también que esta inclinación por los distintos recorridos, traza en la conciencia un designio circular: vuelve con toda su fuerza al origen y me estalla en las manos.
Lobos. Tu mano hecha enfermedad deja huella en mi muslo. Antes solías esconderla en cualquier cuerpo húmedo, como una babosa, inofensiva. Ahora tu mano es una jauría, una ferocidad. Más te hubiera valido no haberme estimulado.
Silencio. El hueso de tu flauta lo ha tensado todo. Ha empenachado con silbidos el camino de mi soledad. Yo ya no sé dónde han quedado mis fronteras. Hablo de tu cuerpo como si hablara de mi corazón. ¿Qué provoca tus viajes hacia mis infiernos? ¿Por qué escucho tu voz en todos mis silencios? ¿Por qué el hueso de tu flauta canta siempre mi canción?
Desasosiego. Aclarámelo por mail o por teléfono, cuando me hablás de la culona cuerpo de rana, de la tetona que te muestra sus delicias por cam, de tus desnudas inclinaciones viriles ¿me ves como al capitán del equipo de hockey? ¿como un eclipse de luna? ¿o como alguien que se enciende con tu llama?
Me siento una manivela que gira como loca en torno a sí misma. Yo estoy dispuesta a padecer mi amor por tus tropiezos. A engrudarme con tus azúcares. A fabricar mi propio error. A verter sobre tu boca mi tormento. Pero vos, querido idealizado, inventado, desconocido, no dejes de hacerme conocer tu espanto. Decíme, una y otra vez: "estoy horriblemente inclinado hacia vos", y yo te aseguro que no te dejaré caer porque desde que tengo uso de razón he fortalecido todo lo que he tocado.
Sima. Un beso no existe así como se da. A su alrededor se necesita tiempo, gente, historias y lo inesperado. A lo largo de un beso hay un camino recorrido para que lo previo no deje de existir. Todos los besos están habitados.
Durante mucho tiempo creí que un beso era algo maquinal. Que había un lugar donde poner la cara, la lengua, el mordisco. Lo reconocía como una conducta adquirida, como una señal de pertenencia, como un acto de sumisión.
Cuando empecé a besar sólo a quién deseaba, el beso obtuvo una razón renovadora. Un sabor a existencia. Se convirtió en un pasaje directo hacia el eco de todos los besos soñados. Por la boca entraba y salía el alma enloquecida. Y sobre todo, se destruían, en explosiones de desolación, los peores recuerdos. Desde entonces, no malgastar besos se me hizo una costumbre. El besar lleva a esto. Es inevitable. También se puede caer en la sinrazón. Lo creo. La boca es una cueva oscura que puede tragar la noche definitiva.
Razones. Si no fuera por esos rayos que salen de tus ojos, las cosas no podrían ser tan mortales ni bellas.
Fulminación. Uno a uno vienen tus gestos a entretejer mis dichas.
Ya te he dicho, en otras páginas, en otros sueños, que mientras moría hice una proclamación terrible de lo que existe. Un presente despacio y un después con humo. ¿Ardió el verso? ¿Quemó los labios?
Nombre o soplo, volví a nacer como sed impura del agua que no he bebido. Bajo el temblor de tu sexo nocturno, edénico, incendiado, es fácil cerrar la memoria. Pero en el reposo, todas las puertas se vuelven a abrir. Estoy luchando. Un corazón no es una cavidad cerrada al puñal ni al relámpago.
Ergo. He aquí la paradoja. ¿Cómo podrías ser parte de la realidad si estás armado de sueños?
Lámparas. Yo te voy a dar trajes lavados en las orillas del río. Ahora que te vez cansado, suavemente voy a dejar que se vuelque el chorro divino de mis dioses sobre tu prematura vejez. Hay un día, una hora, en que nos volvemos irremediablemente lúcidos y viejos. Es el día en que nos preguntamos qué será de nosotros, y si supiéramos volver a lo que hemos sido, no volveríamos.
Voy a nadar hasta tu orilla, toda la noche, con un puñal entre los dientes, aunque no haya monstruos marinos por matar. Iré igual, amenazante, porque esta es mi noche para el heroísmo.
Esta es la noche del primer juramento. De la primera vaharada del corazón. Es el momento en que por fin somos viejos y libres.
Si yo no pudiera, si algún antiguo temor me atara las manos y no lograra atravesar la vida, entonces vos podrías traerme vestidos recién lavados en la orilla del río. Podrías volcar sobre mí el chorro divino de tus dioses.
El futuro no existe. El pasado está muerto. La eternidad es una estúpida carcajada. Cada noche que nace soy una criatura reciente.
Las lámparas de la calle están encendidas. Nada humano les es ajeno. Estoy avanzando. La ciudad es un océano de asfalto. Será muy fácil. Como sacarse los guantes. Como ver un niño flotando en la dicha. Como llevar escondido dentro de la carne el latido que entregamos.
Teros. Escribo por tantas razones. Por tantas sinrazones. ¿Qué otra cosa podría hacer? Los teros cantan para espantar el miedo. Los teros cantan para confundir a los cazadores. Los teros cantan para proteger sus crías. Los teros cantan.
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