Vie 24.06.2016
rosario

CONTRATAPA

La emancipación en el cuerpo

› Por Aníbal Ignacio Faccendini*

Los cuerpos, nuestros cuerpos en el ir y devenir de los tiempos, nos hablan y mucho. No son mudos. Generan señales de salud, de enfermedad, de bien-estar o de mal-estar y tantas otras cosas más. Nos hablan de la opresión y a veces nos indican su emancipación. Aparentan ser recordados en esta neomodernidad, pero para ser olvidados. El cuerpo es nuestro mapa, el que porta vida, subjetividad y genera exterioridad. Sabemos que es un todo complejo único e irrepetible. Hemos recurrido a esta imagen separativa para connotar cómo se vincula el cuerpo con el espacio.

La rutinización de los movimientos corpóreos develan el poder disciplinario del dominante sistémico sobre los mismos.

En la esclavitud la repetición de movimientos de la esclava por las cargas de esfuerzos que tenía que realizar a favor del amo, le limitaba e indicaba su vinculación con el espacio. Es decir, hacía lo que se le ordenaba. Lo vinculativo con el espacio se daba en forma restringida, dolorosa y sacrifical. El cuerpo y el espacio no eran de ella, eran del amo.

La anulación y/o restricción de movimientos de un ser finito respecto a tener libertad en un ámbito infinito es a todas luces opresivo.

En el feudalismo, la secuencialidad de movimientos del cuerpo de la sierva de la gleba estaba pautado por la reproducción material a favor del señor feudal.

En los tiempos actuales, varias estructuras de dominialidad sobre cuerpos ajenos van a regir: la de violencia de género, la de la consumista, la de la asalariada, la de la desocupada y de la excluída social. Va de suyo que esta breve sociología de actuación de los cuerpos y sus referencias en el derecho no es acumulativa. Podríamos agregar que a veces es entrópica (desordenada). Lo podemos ver con la trata y esclavitud de mujeres en el siglo XXI. Ahí observamos como los derechos de género son entropizados o destruídos fácticamente por una acción barbárica del dominante. Por ende, la violencia de género con sus gravísimas consecuencias rompen con los derechos humanos de la mujer. El Estado debe garantizar, como derecho humano esencial, el derecho de soberanización de las mujeres sobre su cuerpo. Es ahí el salto a su emancipación social, cultural y política.

Todas las épocas señalaron los movimientos seriales de los cuerpos, impuestos, desde ya, por el sistema. Pero, va a ser la mujer la que más lo va a sufrir. Porque no sólo se le va a imponer determinadas actuaciones laborales sino también económicas, sexuales, penales de revictimización, culturales, políticas, sociales e íntimas-domésticas, siempre en grado de opresión y anulación. Queda claro que el machismo es el instrumento predilecto de sometimiento sobre las mujeres.

El consumismo va a imponer, desde el dominante del sistema, desplazamientos físicos y, como antes dijimos, subjetivos, focalizados en la obtención de mercancías. Mientras que en el asalariado y el desocupado sus conductas, a veces, tenderán a no desplazarse para luchar por sus mancilladas conquistas sociales, pues el miedo a la desocupación cumple su rol disciplinador.

En el caso de la excluida social, sus movimientos corpóreos van a ser pautados por la búsqueda de la inclusión en el contrato comunitario. La excluida tiene tiempo pero no alimentos.

El tiempo es finito para los humanos y los desplazamientos físicos son infinitos. Sin embargo, el control social hace que la mujer durante gran parte de sus días repita movimientos y rutinas que responden, como vemos, al dominante.

La mujer, ha sido sometida a rituales sociales incapacitantes que se inscribían y se inscriben en su cuerpo. Así se ha generado la enajenación de su persona y por ende su alienación, proceso que ha marcado toda su historia.

Son los espacios democráticos y populares con justicia social y ambiental los que permiten la emancipación del cuerpo, en particular del femenino.

Es imposible o muy difícil que ocurra en un modelo neoliberal, porque lo único que se libera allí es el mercado que termina fagocitando derechos ciudadanos y reduciendo a las personas a la condición de consumidores o de descartados sociales, eliminando todo ejercicio de ciudadanía.

El cuerpo es mucho más que el cuerpo, como ya sabemos, es el mapa y terreno de nuestras existencias, vivencias, subjetividades y convicciones. Es el medio del ser. Por ello, no hay emancipación política que no se sustancie en el desplazamiento de los cuerpos

(*) Cientista social. Docente de la Universidad Nacional de Rosario

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