CONTRATAPA
› Por Hugo Vázquez
El mundo ama a Messi
El mundo idolatra a Messi
Y sin embargo, en este instante, Messi es el hombre más solo del mundo.
Sobre sus huesos flacos, ensanchados y estirados a fuerza de inyecciones, el desengaño de millones llueve inclemente.
Diluvia sobre su magia la amarga desdicha de los desventurados, el odio de los odiosos, el rencor de los deslucidos.
La zancadilla del exitismo interrumpe su hechizada gambeta y lo que solo debiera ser admirado por su belleza se cuestiona con la tosca praxis.
Dinamitan con esa misma pelota que voló a la tribuna el deleite de haberlo visto, el encanto fugaz de jugar por jugar, sin rendir cuentas, sin hacer cuentas.
Y él, artista de buenas artes, se hunde en el fracaso ajeno, lejos de la patria como siempre estuvo, desterrado de la tierra del amor desinteresado, ese que no pide pruebas, ese que admite imperfecciones.
Patitas flacas sureñas caminando la tierra mientras le piden el cielo, incapaz de llorar sus propias lágrimas llora la de otros, pensando en sus amigos del barrio, tal vez los únicos terráqueos que entienden la madera de la que está hecho.
Encorvado lleva el peso de todos los pesares enardecidos sin que a nadie le pese su pena.
Y él, que era una flor en el desierto, tal vez maldiga su suerte de no ser cactus.
Y finalmente él, que tenía todo para ser feliz, su infelicidad será por siempre no habernos hechos felices a nosotros.
Nosotros, sí, nosotros.
Nosotros y nuestra insoportable cantinela de infalibles convertidores de penales con botines ajenos y erradores sistemáticos con los propios, lo sobrevolaremos con el lacrimógeno reclamo de un buitre amnésico.
Nosotros, los mismos que erramos miles de penales, lo castigaremos impiadosamente por toda la eternidad.
Nosotros, los mismos que erramos el penal de la dictadura volviéndonos ciegos, el penal de la democracia eligiendo a nuestros propios verdugos, el penal del amor maltratando a nuestros seres queridos, el penal de la fe comprando creencias absurdas, el penal de la sabiduría embobados por el consumo, el penal del patriotismo confundiéndolo con la xenofobia, el penal de la tolerancia creyéndonos superiores, el penal de la alegría amargándonos por nimiedades, el penal del respeto vomitando insolencias, el penal de la solidaridad mirando para otro lado, el penal de la rebeldía asumiéndonos como esclavos, lo juzgaremos desde el altar de nuestra perfección.
Y finalmente nosotros, los mismos que erramos el tiro supremo, eligiendo siempre el palo al que volaba el imperio, arrojaremos nuestra rancia frustración sobre este desgarbado pibe de Rosario.
Y él, nacido con el talento de un dios para el arte ateo de la pelota.
Y él, mesías de pantalones cortos y timidez larga, será crucificado por nuestros pecados.
Entonces mañana, ya más livianos de viejas y nuevas miserias, comenzaremos a soñar con la llegada del próximo salvador.
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