Mié 06.07.2016
rosario

CONTRATAPA

Carta de Cortázar

› Por Gloria Lenardón

En la carta a Roberto Retamar -mayo de 1967- Cortázar promete una página para la revista que tratará la situación del intelectual latinoamericano, en ella se despacha contra las clasificaciones y demuestra una gran preocupación ética. En lugar de responder como intelectual latinoamericano, tal como se lo pide Retamar para la revista cubana, Cortázar prefiere hacerlo como hombre de buena fe: "Quiero responder como un ente moral, un hombre de buena fe", da sus razones y aclara su postura con respecto a la clasificación de intelectual latinoamericano, por qué lo reemplaza por hombre de buena fe: "despertaba en mí el reflejo muscular consistente en elevar los hombros hasta tocarme las orejas... palabras como 'intelectual' y 'latinoamericano' me hacen levantar instintivamente la guardia, y si además aparecen juntas me suenan enseguida a disertación del tipo de las que terminan casi siempre encuadernadas (iba a decir enterradas) en pasta española", Cortázar se decide por hombre de buena fe para manifestarse en la revista. Persona de buena fe, persona de conducta recta, honesta, etc., que va a expresarse con la mayor transparencia y la mejor intención.

Cortázar escribe la carta a Retamar en el siglo XX, en el sesenta, con una Argentina con golpes de estado reflejo del vecindario latinoamericano. "Creo que los hechos cotidianos de esta realidad que nos agobia (¿realidad esta pesadilla irreal, esta danza de idiotas al borde del abismo?) obliga a suspender los juegos y sobre todo los juegos de palabras... Hechos concretos me han movido en los últimos cinco años a reanudar un contacto personal con Latinoamérica, y ese contacto se ha hecho por Cuba y desde Cuba". Cortázar le aclara a Retamar que a pesar de su nacionalidad él vive en Francia por elección (partió en 1951), y que su punto de vista le resulta más europeo que latinoamericano, de todos modos la importancia que tiene su contacto con Cuba "nace de una perspectiva más ética que intelectual" ."Si lo que sigue ha de tener algún valor, debe nacer de una total franqueza". "Lo que sigue" no figura en esta carta escrita en Francia, que forma parte de una selección de la nutrida correspondencia de Cortázar, compilada por Aurora Bernárdez y publicada en el 2002, en Madrid. En los comienzos del siglo veintiuno, 2002 es el año que empujó a los argentinos a las calles arrasados por una ola de pobreza y depresión.

Cortázar puso el acento en la ética, en su efecto sobre lo humano, también se ocupó de sus cronopios: "Me considero sobre todo un cronopio que escribe cuentos y novelas". A sus cronopios les adjudicó intenciones, acción, una candidez que siempre protegió. "Los cronopios a la hora de dormir se dicen unos a otros: la hermosa, la hermosísima ciudad. Y sueñan todas las noches que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados".

Permítaseme un cuento con cronopios. En la ciudad del cuento, una ciudad movida, los cronopios daban importancia a la acción, a la voluntad de hacer, siempre con personas de buena fe; pero cuando se encontraban con las de mala fe sufrían largo y tendido, se enfurecían y sufrían hasta reventar. Para la acción buscaban personas en las distintas categorías, por ejemplo en la categoría o clasificación "Funcionario público", y en la de "No funcionario público", tanto en ésta como en la primera conseguían, era gente que daba motivos para confiar, los cronopios las arrimaban, pero cuando por el contrario destapaban una olla de mal olor, y cuando era de mal olor era de muy mal olor, entonces reventaban, se partían de furia, les dolía como un hachazo en la cabeza.

Un día se enteraron de que se hacía una gran fiesta en la parte norte de la ciudad, imaginaron que no iba a ser difícil ubicarla porque era la parte mejor iluminada y cuidada. Los cronopios se juntaron con guitarristas, otros músicos, malabaristas, magos, y mucha otra gente, y fueron para allá. En las inmediaciones prendieron un fueguito con cartones esperando entrar, pedían noticias sobre lo que pasaba adentro, la fiesta era en grande y divertida. Se quedaron esperando una señal, como no llegaba los cronopios se pusieron a hacer música, los siguieron todos los demás, no hizo falta madurar nada, la letra salía fácil; en cuanto se acercaron al portón para cruzarlo y entrar al jardín para llegar a la puerta principal, empezaron los gases lacrimógenos, los bastonazos, tuvieron que salir rajando: ¡Mierdra, no nos invitan!

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