CONTRATAPA
› Por Pablo Bilsky
Desde San Francisco, EE.UU.
Micah Xavier Johnson se cansó de que los policías blancos masacren impunemente a afroamericanos en las calles. Y recurrió a su fusil. Francotirador, veterano de guerra, Johnson trajo Afganistán hasta Dallas, Texas, y utilizó su puntería para matar a cinco policías el 7 de julio.
Johnson volvió muy cambiado de la guerra. "Los militares lo decepcionaron", señaló su madre. Era extrovertido, pero a su regreso se transformó en un ermitaño.
Diez días después de la masacre de Dallas, Gavin Eugene Long, también veterano de guerra, ex marine que peleó en Irak y recibió la baja con honores en 2010, mató a tiros a tres policías en Baton Rouge, Louisiana, una localidad conmovida por el asesinato a sangre fría de Alton Sterling, ejecutado por policías el 5 de julio.
Hubo protestas, piquetes y cortes de calle en Baton Rouge tras el asesinato de Sterling. La respuesta de la policía fue represión y detenciones masivas.
A través de las redes sociales, Long dijo que su ataque era una "respuesta" a la brutalidad racista que pretende extinguir a su pueblo, y aseguró que "las víctimas de la opresión deben devolver los golpes con sangre".
Johnson y Long, ambos abatidos por la policía tras largas batallas, fueron vengadores individuales, como los de tantas películas. La venganza individual, individualista, constituye todo un género en la historia del cine estadounidense. Y la venganza, en lugar de la Justicia, estructura buena parte de la historia de este país.
Las acciones de los ex combatientes fueron la vendetta por una larga serie de asesinatos racistas por parte de policías blancos. Muchos de ellos quedaron registrados en videos tomados por testigos y subidos a las redes. Las imágenes, horrorosas, insoportables, lanzaron a miles de personas a las calles y sirvieron para desmentir las falsas versiones policiales.
Sterling vendía discos piratas frente a una tienda. No estaba armado. Fue atacado por dos agentes. Uno lo derribó y sujetó en el suelo. El otro le pegó cuatro tiros. El 6 de julio, en Falcon Heights, Minnesota, el policía Jerónimo Yanez mató al afroamericano Philando Castile, que se encontraba dentro de su auto con su novia y su pequeña hija. La novia subió el video del asesinato a Facebook. El material se viralizó y desató una ola de protestas. El 4 de julio se produjo otro fusilamiento, ignorado por los grandes medios. Un oficial de policía de Nueva York fuera de servicio, Wayne Isaacs, mató de un disparo a Delrawn Small, un afroamericano desarmado. Los policías alegaron que Small había golpeado al oficial tras un altercado automovilístico. Pero una vez más, un video rebeló la verdad y mostró como el policía fusiló a Small, solo por cometer el delito de ser negro. El 11 de julio en Baltimore, Maryland, la policía hirió a tiros a cinco personas durante una vigilia por la muerte de un joven negro asesinado por la policía la semana anterior.
La brutalidad racista tiene también una respuesta social, colectiva, de militancia organizada. El movimiento "Las vidas de los negros importan" realiza manifestaciones en todo el país. Son reprimidos y encarcelados. Los medios hegemónicos los insultan, se burlan, los tratan de "racistas" y los acusan de generar divisiones.
Los medios hegemónicos se muestran especialmente horrorizados por la violencia de los vengadores afroamericanos. Intentan sacar de contexto sus acciones, como si Johnson y Long no fuesen genuinos productos de esta sociedad. Ambos combinan valores fundantes de EE.UU: la venganza que se disfraza de Justicia, y el individualismo, la salida individual, privada, el emprendimiento solitario antes que la acción colectiva, considerada ineficaz y naif.
Estos medios olvidan que en EE.UU. la venganza fue siempre una política de Estado que contó con un importante apoyo de la ciudadanía. Tras los atentados de septiembre de 2001, George W. Bush, prometió "sacar a los terroristas de sus agujeros" y destruirlos. "El dolor se convirtió en ira, y la ira en resolución", dijo. "Es una ira callada e inquebrantable que se convertirá en represalia", prometió. Bush pronunció muchas veces la palabra "guerra" y no dejó de lado una institución fundamental en este país: el espectáculo. La venganza, aseguró, tendrá "efectos visibles en la televisión".
Quince años después, la guerra contra el terrorismo sigue, y el terrorismo también, cada vez más poderoso. La guerra contra el terrorismo, lejos de destruirlo, lo promueve, para regocijo del complejo militar-industrial y el complejo de la vigilancia interna. Grandes industrias en alza. Grandes negocios.
Poco efectiva para combatir lo que dice combatir, la guerra contra el terrorismo es, sin embargo, espectacular, con "efectos visibles en televisión", el cine y las redes sociales.
En el contexto actual, caracterizado por la plena, avasallante vigencia del neoliberalismo, la venganza y la violencia no solo son utilizadas por el ejército en países lejanos. También se privatizaron, y se ejercen aquí, en EE.UU, individualmente, a través de la iniciativa privada de emprendedores.
A la ideología del "emprendedurismo" le salió el tiro por la culata. Literalmente.
El dogma de la privatización, la mercantilización de la existencia toda, el individualismo extremo y la iniciativa privada es la religión de este país, uno de los más religiosos del planeta.
El "emprendedurismo", fea palabrita que fascina a los neoliberales de todo el mundo, incluidos los argentinos, halló aquí, por estos días, en su misma cuna, su versión más sangrienta. El individualismo, llevado al extremo, conduce siempre a la destrucción del individuo (no hay en esto paradoja alguna), y también de la sociedad.
El emprendedor es el individuo capaz de identificar una oportunidad de negocios, y de organizar y conseguir los recursos necesarios para hacerla real, según reza el dogma. Los vengadores afroamericanos vendrían a ser la contracara violenta de la imagen del joven exitoso, ganador, que se hace rico en esta etapa del capitalismo. Ellos no son ganadores. Por el contrario, perdieron sus vidas en una guerra de otros y volvieron desengañados, enfermos y furiosos, solo capaces de conseguir recursos para organizar masacres. Eso aprendieron en la guerra.
En EE.UU. las distintas formas de violencia hacen cola. A la violencia imperial se suma una creciente violencia interna: los estadounidenses se matan entre sí. El eje del mal que trazan en otras latitudes se volvió contra ellos y los atraviesa.
Los desequilibrados vacían varios cargadores de sus fusiles de moda sobre la gente. Usan fusiles de asalto que se venden en supermercados. Se los puede encontrar en las góndolas, al lado de la fruta, la ropa de bebé o los budines. Producen masacres en cines, calles, universidades, donde sea. Pero además, ahora, se suma otra violencia: la de los vengadores afroamericanos que liquidan policías. Esta violencia es condenada con más fruición, claro, porque viene de abajo.
La violencia interna, intra-imperial, la guerra de yanquis contra yanquis en territorio yanqui tiene otras consecuencias. Reafirma los valores y la retórica en los que se sustenta el establishment. Pero también, en parte, subvierte algunos de esos valores, y pone en entredicho ciertas excusas que encubren la violencia imperial. No es mucho. Apenas una cuota modesta de disidencia y reformismo, pero toda subversión de valores conmueve, aunque sea por un rato, los cimientos de la sociedad y la retórica que la sostiene. Al final, como en muchas películas, el orden se reestablece, fortalecido incluso. Pero antes se pega un buen susto.
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