CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Abajo, dentro del canal seco, en su angosta cavadura tapada de arbustos y espinas, corren los cuises, se meten en sus pasadizos, suben, bajan. Y mezclados con ellos ¿se trata también de cuises? algo como ratones claros, grandes, se lanzan, intercambian chillidos bajando el volumen, se escurren por algún agujero si alguien se acerca, si me acerco porque ¿qué animales son? Imposible bajar dadas las ramas entrecruzadas, que muerden. Sigo caminando por el camino de tierra, cargado con la intriga.
Bajo los árboles un paisano caza palomas.
--¿Qué animalitos son ésos que corren ahí abajo, señor?
--Buenos días. Cuises.
--No, los otros, los que no tienen pelaje gris.
--No sé don. ¿Usted no es del pueblo, verdad?
--Soy comisionista. Ando por aquí y por allá.
El tipo se pone a fumar y simultáneamente apunta a la espesura. Un tiro, una presa.
Me siento al borde del canal seco, abro un paquete de sándwiches, una cerveza. Veo algo como una mano que sobresale entre el follaje.
--¿Eh, hay alguien ahí?- grito.
Corridas.
Claro que hay alguien ahí.
Me siento bajo el radar del paisano. -¿Por qué come en este lugar? -inquiere él- ¿No le sería más cómodo irse el parque del pueblo? Hay bancos, bebederos... ¿Por qué no se va?
No respondo a esas palabras que me expulsan por "intruso".
Tiro unos caramelos entre el ramaje. Hasta el paisano escucha cómo son desenvueltos y masticados. Luego me caen encima bolitas hechas con los envoltorios. Sin una palabra.
Decido meterme en el canal. Con el cuchillo voy cortando como puedo las espinosas matas. En el centro debe haber un sendero. Escucho corridas hacia todos lados.
--¿Por qué carajos se bajó ahí, don?
--Porque se me da la gana.
--Usted no es de nuestro pueblo, no tiene derecho a meter la cuchara donde no debe.
--Sáqueme... si puede.
Gateo entre los arbustos, avanzo por un desfiladero vacío de sonidos.
Hasta que enfrente, una especie de taza horada la barranca.
Quizá vea, quizá encuentre. Quizá halle esos niños desmelenados, que me observan con susto, que inician un escape, intento agarrarlos, y termino bloqueándolos: -¿Chicos, qué hacen aquí? Criaturas: ¿Dónde se hallan sus padres? ¿Los dejaron en esta cuneta?
El viejo se acerca. -Usted es tan metido como dedo en culo ajeno. Hay pibes, sí. ¿A usted qué le importa? Usted viene, da su limosna, pega media vuelta y se raja.
--Le dejo mil pesos por los chicos.
El viejo gruñe. -Deje de joder y váyase. No sabe lo que hay en juego.
Se descuelga del arriba un policía, se agacha sobre el canal, me interpela: -Señor, se halla en una propiedad privada, sin autorización. Haga el favor de salir del canal ya. Y permítame sus documentos.
Salto la cuneta: -Los dejé en el auto.
Camino con escolta hasta el camino rural. -De acuerdo- revisa el agente y anota mis datos. -Retírese de este sitio y diríjase a un sitio público.
Nunca me enteraré de la realidad de ese poblado, San Aparicio, dos mil habitantes. Nunca sabré que hay un hospital que no provee de anticonceptivos a las jóvenes, debido a la ilegalidad moral de tales pastillas. Ni farmacia que las venda. Y médicos que se abstienen de hacer abortos por las estrictas normas sociales que les impondrían un boicot. Mujeres, pobres o no, que procrean furtivamente. Individuos que engendran frutos prohibidos. Y análisis de ADN. Eso. Eso es lo que está en juego. ADN. Si llevaran a los pibes a un hogar o refugio, determinarían ahí, click, quién es la responsable, y qué hombre -abogado, comerciante, hacendado, funcionario, intendente- cometió el hecho.
Mecanismos de una legitimidad establecida por ordenanza comunal. Pequeño pueblo infierno grande. Curiosidad perversa. Las bocas no paran de hablar. Escándalo público. Algún diario que publica nombres importantes. Antes de la existencia de los análisis de ADN, se depositaban esos pibes en las puertas de la iglesia. Ahora, el canal es el templo donde se los ofrenda.
No sabré que furtivamente llegan vecinos involucrados y sin mostrarse les tiran algo para comer. Son un puñado de pibes. Algunos sobrevivirán.
Nunca me enteraré, mientras levanto campamento y me marcho, tachando a San Aparicio de mi mapa.
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