CONTRATAPA
› Por Irene Ocampo
Un plato de ostras, helado de postre
En el otro sueño, la protagonista es una cajera de supermercado que masca chicle para ir seguido al baño. En su recreo aprovecha para soñar despierta, y se imagina que está descansando en una isla del Caribe. Abajo de un cocotero tira el tarot a una chica muy hermosa. Ella es la esposa de un millonario, y está preocupada: piensa seguir con ese hombre hasta heredar su fortuna. La tarotista intenta seducirla luego de decirle un poco en broma y un poco en serio que nunca va a heredar nada. La chica hermosa se asusta y vuelve rápidamente al hotel. Al llegar la recibe el Gerente para informarle la trágica noticia del fatal accidente de su marido. Al funeral asisten familiares y muy pocos allegados. Entre ellos está su antigua rival: la primera esposa del millonario.
En la siguiente escena las mujeres están recriminándose culpas mutuamente sentadas en una mesa de bar tomando wiskey. Una de ellas se encarga de la otra y la acompaña hasta la casa. En su estado de borrachera se confiesan atracción mutua y se besan y así entran a la casa. Una de ellas sospecha de la otra. Al día siguiente, la empleada las encuentra durmiendo juntas.
Con tanto alboroto y tantas noticias impresionantes la empleada decide llamar a su amiga, y a veces amante, detective. La quiere invitar a pasar una noche juntas y de paso contarle las novedades.
La detective está muy emocionada, y hace un lío en su trabajo para conseguir una noche libre. Se va a comer un plato de ostras después de mucho tiempo, y además seguro que le van a dar helado de postre.
El sueño de la detective
Me gusta cuando podemos jugar, así como ahora, y me dejás hacer... recorrerte como pinceladas la punta de mi lengua te hace cosquillas inventa tus poros te adorna con suaves pelitos... y te agita, sacude las terminaciones nerviosas, te entrega suaves masajes y tu piel me da esas descargas de eléctrica pasión erótica... me da un sabor y la sal de tu sudor se mete en mi boca hambrienta y busca tu boca abierta con otro hambre caliente o tibia tu piel me da la temperatura para seguir para calmar mis urgencias o para agitarte más y más y llego a los picos que son tus pezones jugamos y bailamos yo te recorro en suave redondel y ellos saben y se ponen tiesos y húmedos hasta que los oprimo con mis labios y todo estalla en unos sacudones locos y no te dejo moverte más que eso te sujeto por las muñecas para que no te pongas más loquita te tapo los ojos y sigo mi viaje hacia tu ombligo ahora ya no es sólo la lengua ahora también te muerdo suavemente mientras corro tu ropa te libero de prendas minúsculas y te separo las piernas entre medio de ellas estoy yo y te pregunto si querés más si me dejás seguir jugando si puedo seguir comiéndote y chupando como un plato de ostras frescas apenas saladas y condimentadas con un frío champán.
Pesadillas persecutorias
Le pidieron que escribiera su nombre en letra de imprenta clara. Su nombre completo en letras legibles. Hacía mucho que no escribía a mano. Lo único cilíndrico que tomaba con sus manos delicadas eran unas fustas. Y las barras en donde se ejercitaba, y las de las pesas que usaba cuando salía a caminar. Escribir su nombre completo y en letras de imprenta con una lapicera común. Lo hizo lo más rápido posible. La empleada de la oficina de migraciones la miró y sin perder la calma, le aclaró, tiene que estar completo el nombre, sino no podemos hacer el trámite. Entonces antes de devolver el formulario agregó su segundo nombre, hubiese preferido no tener que hacerlo. Lo único que deseaba era poder ingresar a su país, cruzar la maldita frontera imaginaria que existe dentro del aeropuerto. Volver a perderse entre las calles de la ciudad que nunca le preguntó su segundo nombre. Debió habérselo cambiado hace rato. Después de lo que se enteró de su abuela materna, y tener que escribir de nuevo su nombre, como una clave del destino para volver a entrar a su país. Todo te cobran en esta vida, pensó amargamente. ¿hasta cuándo seguiré pagando culpas ajenas? No era suficiente con soportar las pesadillas persecutorias que cada tanto padecía. Dio un suspiro profundo. Apenas sonrió cuando la empleada le dijo que estaba todo bien y que ya podía seguir su camino, y bienvenida, le dijo, de vuelta a nuestro país.
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