CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
Se encontraba en su oficina rodeado de trabajo. Cada vez más iba recogiendo y guardando papeles, libros, objetos escritos, apuntes, propagandas, cartones y cartoncitos a los que aludía poderes mágicos de inspiración por simple empatía aúlica. Una noche de desvarío y de insomnio empezó a separar las inscripciones; todo lo que sobrara en ese barco que se mantenía a flote de casualidad ante tanto peso. Cuando quiso levantar la caja resultó tan pesada que se desfondó, entonces simplemente se resignó a recoger todo aquello y volverlo a poner donde estaba antes. "No se quieren ir", dijo con cantarina superstición. Y siguió escribiendo muy orondo. Esa jornada, en el borde del amanecer, encontró el final de la novela que se le venía negando con obstinación desde hacía rato.
"La gente aquí no tiene una vida real. Simplemente sobrevivimos. Somos almas muertas en cuerpos vivos. No tenemos ni esperanza ni motivación", dijo una de las tantas personas refugiadas que fueran entrevistadas para saber sus condiciones de vida en Europa y Australia. En sus manos aferraba un libro, un muñeco de bebé y el llavero de su casa abandonada en Siria.
Cada objeto atesorado con amor, resguardado de los malos vientos, oculto entre la ropa o en un sitio de la morada oculto a los ojos intrusos, constituye un talismán extraordinario para su poseedor. Y su desaparición, un mal augurio que deja indemne a su dueño frente a los infortunios. Por ello, si se quiere propiciar un mal, se esconde en un descuido el objeto precioso y automáticamente su dueño perderá autoridad sobre el mundo y sus cosas. También se sabe que aquel que produjese aquel hecho estará sujeto a la maldición poderosa del objeto que al sentirse alejado de la pasión de su amo puede tomar venganza contra quien lo alejase del centro de su poder. Conviene entonces no tomar nada ajeno, desde un botón a una diadema.
Nadie sabe su secreto salvo el dentista. Lleva dentadura postiza hace años y ni su esposa conoce la clandestinidad de su objeto vergonzante , que esconde y atesora con cautela y oficio. Pero el olvido y la costumbre le han jugado una mala pasada hoy. Los ha dejado en la mesita de luz, al lado del reloj, luego de quitárselos en la noche, hastiado de laburar como un buey y tan desmayado de cansancio por la mañana que casi ni se ha lavado la cara ni enjuagado la boca para llegar a tiempo a su empleo. Cuando estaba entrando se percató de que no tenía su emblema más preciado, su coraza. Regresó a su casa y entró en la habitación donde su esposa aún dormía. Tomó la dentadura y volvió al trabajo. Obtuvo la reprimenda por llegar tarde con una sonrisa inexplicable, ufano de poder hacerlo mostrando la dentadura ficticia, a salvo su objeto divino y con su honor intacto.
Se ve en el espejo y como tiene una imaginación atroz se imagina ser un cristiano, un Caballero Cruzado asombrado por su aspecto de descuido frente a un azogue, antes de la ducha. Está en el baño de un piso 11º vista al río, y en vez del crucifijo que le debería colgar al cuello como un objeto mágico de subordinación a Dios, le pende el rectangulito negro y metálico de un pen drive que lo une a la máquina inteligente que reemplaza toda creencia y de quien obtiene casi todas las respuestas.
"Es difícil de explicar -intentaba hacerlo el tipo-. Siempre fui cabulero, lo saben. Creo en la yeta, la fortuna, los talismanes. Cuando la conocí me empezó a ir mejor, pero no porque ella hiciera algo sino porque estaba cerca mío. Coseché triunfos, albergué fortunas y fui feliz. Cuando ella me dejó por el relojero de calle Mendoza, en una semana se me esfumó todo: la plata, la salud y el bienestar. Por eso me suelo quedar cerca del negocio, para reconquistarla, no como a un amor sino como un objeto mágico, ¿me entienden?".
Hace mucho tiempo que cuenta lo mismo. El tipo espera la aprobación de la mesa. Lo hacen y lo dejan más tranquilo. Lo único que pueden hacer es pagarle puntualmente desde hace meses el desayuno y enviarlo a la consulta del psicólogo, pero no hay caso. Ella no retorna y él cada día que pasa se marchita más y más. Van a intentar con una bruja del barrio.
La bruma del baño espesa el reflejo de la dama en el espejo. Cuando se ha envuelto en la salida de baño y mirado largamente uno puede atisbar dentro y comprueba que el altar de mármol donde la diosa se reverencia a si misma se encuentra repleto de frasquitos, peines, peinetas, cilindros, husos, y fundamentalmente envases de plástico que rezan Agente antiplaca, Crema de tomillo, Correctivo de rostro, Gel vitamina E, Crema corporal sándalo, Centella asiática, Tratamiento Naturaly moderado, estilizado de pelo; Nutriente, Gel acrílico, Crema celulitis y continúan en un largo desfile que abarca hasta el borde de la pileta todos lo objetos amados con inscripciones en variados idiomas por la reina que parece allí, en ese sitial sagrado, mostrar los elementos que la hacen poderosa y quizás ilusoriamente bella y eterna.
En la famosa película Los Cazadores del Arca perdida (Steven Spielberg, 1981), la primera de las cintas que mostraba las aventuras del arqueólogo y aventurero Indiana Jones, la Alemania Nazi, obsesionada por expandir su reinado de terror, se empeñaba en encontrar el Arca de la Alianza, la famosa reliquia judía donde se guardaban las tablas de la ley y que también servía como una suerte de "transmisor" para que los sacerdotes judíos hablaran con Dios. El interés de los nazis por hacerse con el Arca radicaba sobre todo en los poderes sobrenaturales de este cofre de madera de acacia revestido en oro que, según la Biblia, era capaz de diezmar ciudades y hacer desaparecer ejércitos enteros.
Las SS, de hecho, habían creado una sección paracientífica que recorrió el mundo en busca del origen del pueblo ario, de pruebas de su superioridad racial y de objetos de poder que le permitiesen dominar el planeta: la Deutsches Ahnenerbe. Sin embargo, antes de buscar el Arca, los nazis de la Ahnenerbe sabían que en caso de encontrar la mítica reliquia se les presentaría un problema insoluble, pues según la tradición hebrea, sólo un gran rabino judío podría manipularla sin morir en el acto (se decía que para ello era necesario conocer el verdadero nombre de Dios, y únicamente mediante la cabalística, o ciencia que persigue la comprensión de lo divino a través de los números y las letras, podrían los nazis conocer el nombre de Dios y abrir el Arca).
La Ahnenerbe buscó un cabalista judío, y se asegura que lo encontró en el campo de exterminio de Auschwitz. Este cabalista habría dirigido a la Ahnenerbe hasta la comunidad judía de Toledo. Nada hallaron y el anciano judío fue a parar a los hornos. Si se pretende dominar el mundo no hay que hacer tiempo en detalles, habrán pensado estos torpes ilusionistas de la Nada, estos niños crueles desfondados de miedo y de estupidez.
Cuando el primer presidente de origen indígena, Evo Morales, fuera ungido con el máximo sitial, sus hermanos de la comunidad Amauta lo nombraron Protector y Jefe de su Nación, en convivencia con la occidental y blanca. Le entregaron el bastón de mando que mostró sonriente al mundo. Cuando al tiempo la derecha intentó independizarse y protagonizar un golpe de estado cívico hecho y derecho, se dio orden irrestricta de capturar el bastón de mando. Entendieron que sin él, Evo no era nada ni nadie. Pobrecitos los fascistas, son ante todo supersticiosos y muy cobardes.
El último partido importante de su equipo, donde tenía cifradas esperanzas que lo llenaban de fe y de gozo, lo vio solo entre brumas, fumando -hacía años que no lo hacía- y vestido con pompa, como para un baile o una parranda. Se rodeó de objetos sagrados -el hombrecito azul, la bolita china, la foto de su gato fallecido, otra de sus padres, una muñequera hecha trizas, una llave que llevaba siempre consigo, una medallita aplastada en donde no se podía visualizar cual virgen era aquella, el billete de 50 pesos de Malvinas, el trocito de marihuana sin uso y seco ya, el cuaderno de la primaria-. Con todo ese amado arsenal se sentó a ver lo que creía era una hazaña. Luego de los noventa minutos todo se derrumbó y guardó con una tristeza enorme sus talismanes, sus objetos sagrados en una caja que enterró en el fondo. Cuando entró a la casa se vió al espejo: estaba tan bien vestido que se imaginó que había concurrido no a una fiesta sino a su propio velorio. Y que ciertos objetos suelen perder su poder, porque a los dioses que a los que se los confiamos no se hallan a la altura de la potestad emblemática que cargan.
¿Tuvo que cambiar toda la cañería de la casa, levantar los pisos, derrumbar una vieja escalera de portland; así que, para ser práctico, le dejó la llave al jefe de albañiles y se retiró unos días a su casa de Funes. Al regresar tras una breve inspección notó que todo estaba en su sitio y que no faltaba nada, salvo su escultura que hasta ese momento pendía de unas de las paredes del patio. Era de hueso y llevaba colgada restos de restos de objetos que iba juntando en su marcha: latitas de cerveza, un crucifijo de plástico, piolines, papelitos, hojas. Le gustaba mucho ese arte. Cuando advirtió la falta pidió explicaciones a los laburantes y uno de ellos, por teléfono, admitió que se les había caído y otro, que ignoraba ese hecho al considerarlo basura lo barrió junto con los escombros. Cortó. Se sintió desprotegido y embroncado: no solo no entendían su arte: además le habían quitado sus objetos amados.
Una ley francesa sorprendente, recogida por un renombrado portal de viajes: podés robar a un familiar sin miedo a ser demandado porque, a no ser que te lleves algo indispensable para la vida cotidiana, no acabarás en la cárcel. La salvedad favorable para el choro incluye aquellos bienes espirituales y afectuosos que no son considerados "útiles o necesarios" para la Ley. O sea, un desconsiderado crimen, un auténtico crimen que seas sancionado por robarte un plasma y no por una piedra de recuerdo, un talismán, una foto personal o un dedal de la suerte. Objetos amados que la Civilización considera de poco valor en el mercado.
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