CONTRATAPA
› Por Víctor Zenobi
Analizando una jugada entre el Betis y el Real me acordé de las enseñanzas de Don Artemio, que nos hacía sentar en círculo para analizar los errores después de las prácticas. Al cabo de un tiempo, donde siempre aparecía con un libro bajo el brazo, intuí que todo ese proceso era un prólogo para transmitirnos inquietudes que iban más allá, digamos... qué lugar queríamos ocupar en la vida y no en un campo de juego, solamente. Sutilmente introducía una serie de cuestiones con que lograba interrogarnos. Yo me había afeccionado tanto, que ya no sabía si iba a jugar por el juego mismo o por esa especie de clase que me deleitaba. En realidad, las dos vivencias me apasionaban y hasta hoy pienso que se lo debo a la influencia de su enseñanza, ya que siempre utilizaba el fútbol: Recuerden, el juego que ustedes practican participa del concepto de lo bello y por consiguiente de algo ético, puesto que de la disposición de cada uno cuentan todos.Y el fin, no es sólo ganar sino hacerlo bien... exaltar la belleza del juego...Ahora, decía,cada vez que hablo con todos ustedes, en realidad hablo con cada uno, y cada uno tiene habilidades diferentes, pero al ser un equipo, debemos pensar colectivamente, como si fuéramos uno... Si alguien nos mirara desde muy lejos y desde un avión, ¿qué vería...? Pindingui, Lalo, Pelusa, el Chate y yo nos quedábamos callados.... El zurdo pensaba un poco y luego decía con un sesgo de duda ¿Una mancha? ¡Exacto! decía Don Artemio, satisfecho de contar entre sus discípulos alguien tan inteligente... Desde lejos se revela que formamos parte de lo mismo y hasta parece que no fuese más que eso, una mancha, pero cuando nos acercamos vemos que todo cobra sentido... y así seguía durante un rato en que permanecíamos fascinados ante su palabra, sin comprenderla totalmente... Algunas veces nos recitaba algunos versos del Martín Fierro: Uno es el sol, uno el mundo, sola y única es la Luna...Un día me llamó y me dijo algo decisivo: Colo, vas a tener que decidirte...si querés ser un jugador necesitás dedicarte mucho porque tenés muchas limitaciones, si no, tenés que buscar lo que querés hacer; el tiempo no se puede acumular por lo tanto, tampoco se puede perder, pero en algún momento es bueno decir hasta aquí... ¿Se entiende? Recuerdo que le contesté con cierta timidez y después de ese momento me esforcé más pero, me di cuenta que me esforzaba y cuando fui a vivir a la casa de mis abuelos, leyendo las obras de Dostoievski, sin poder detenerme hasta culminarlas, supe que mi destino sería otro. Estaba convencido pero, no me atrevía a decirlo porque comportaba una cierta traición... tal vez con algo de mi mismo... máxime que en mi vida habían entrado otros amigos cuyo nivel social era imposible de comparar con el de ellos. Para colmo, cruzar la frontera de Pellegrini equivalía a habitar otro mundo, un mundo del cual mi razón me decía que ya no podría evadir, mientras mis sentimientos me retrotraían a los canchitas del bulevard y Necochea y al círculo de las preguntas.Por supuesto, cualquier cambio que consideremos esencial en nuestra vida, el de la infancia a la adolescencia, el de un lugar por otro, implica un dejo de melancolía por aquello que se aleja,lo cual hace pensar... si el introducirnos en dimensiones diferentes nos convierte en personas diferentes o si el habitar es una condición esencial del existir de tal o cual manera... Muchas veces, don Artemio alentaba nuestro deseo de anticiparnos a la curva sensual de cualquier viaje, intensificada en un predio donde todo de antemano se acerca a una caída... pero yo, ya no podía repetirme, releyendo a Hölderlin, que todos los lugares de la tierra están unidos alrededor de un lugar, puesto que, al dejar el barrio y en medio de muchas noches inclementes, retornaba a mi nostalgia, el círculo de las preguntas y la voz de don Artemio exigiendo un poco de olvido personal, incluso de nuestro nombre propio, para lograr que una relación mejor se imponga en la existencia humana. Con inteligencia había reforzado esa idea, preguntándonos si lo grande puede aparecer sin antes haber sido lo pequeño, con lo cual quedábamos convencidos de que lo pequeño podía ser precioso, aunque floreciera en un pobre lugar como el nuestro...
Bastantes años más tarde, en el lavadero de mi tío, donde yo circunstancialmente trabajaba, un cliente había dejado el auto por la mañana y lo pasaría a buscar por la tarde.Pelusa me reconoció enseguida, yo tardé unos minutos pero enseguida nos abrazó la amistad del pasado y nos referimos brevemente nuestra suerte. Preguntando por los otros, recordamos a Don Artemio y me dijo con énfasis inusual, que le había enseñado mucho; todo le había ido bien, desde que entró a trabajar en una agencia de juegos, donde logró una cierta prosperidad, que le había permitido adquirir un local propio.Yo le conté que me había separado recientemente y que había interrumpido mi carrera faltándome unas pocas materias.Cuando nos despedimos, con una sonrisa,me enfatizó: déjate de joder Colo, seguíla, seguíla... No hay mal que por bien no venga...Ya se había ido, cuando me di cuenta de que no nos habíamos preguntado nuestros nombres. Tal vez, mejor, me dije, para él yo seguía siendo el Colo y él para mí el Pelusa, y en realidad, lo que cuento es una circunstancia tan trivial que no dejo de preguntarme, máxime con mi manía de minimizar el argumento, si tiene algún sentido que lo escriba, salvo por referencia a lo pequeño y la intermitente influencia de Don Artemio. Unos días más tarde, durante un largo domingo solitario, me fui caminando hacia la Sexta y la Tablada y mucho más allá, por Grandoli, hacia donde estaba la fábrica en la que alguna vez había trabajado. Un hombre, que me daba la impresión de ser del barrio, fumaba en la esquina de Seguí y me detuve para preguntarle si estaba abandonada. Hace cinco años, me respondió, la compraron unos extranjeros pero enseguida la paralizaron....Hace mucho yo trabajé allí, dije, como si pensara en voz alta ¿Ah sí? Yo también, me respondió...pero por muy poco, un año antes de que decidieran cerrarla...¿Usted, cómo se llama?, me alcanzó a preguntar...Titubeé mientras seguía mi camino y le dije:otro día se lo digo, a veces me cuesta recordar mi nombre...
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