Lun 24.10.2016
rosario

CONTRATAPA

La trova

› Por Víctor Maini

La nostalgia se corría como un toldo. El aire se impregnaba con sonidos de guitarras y el canto de un zorzal muerto. Mi viejo parecía rejuvenecer detrás del humo del cigarrillo. Esperaba ese preciso momento para escaparme a la calle. La música nos alejaba, nos partía en dos mundos diferentes, el tango parecía representar la armonía de lo auténtico, el rock el ruido de lo foráneo. Una enceguecida soberbia teñida de cierta envidia hacia los que entonaban letras escritas por autores que habían interpretado sueños y costumbres del pueblo llano, me perdía en las nieblas del odio. Los tangueros rezaban tangos como si fueran himnos que los unían y ayudaban a encontrarle sentido a sus vidas. Usé aquel sólido pasado como un nadador utiliza la pared de la pileta para tomar impulso en su carrera hacia el lado opuesto. Pensé que los caminos de la historia eran siempre rectos, que no existían los giros en U. No sabía en aquel momento que llevaba inoculado lo negado en imágenes y sonidos grabado en la memoria, mi padre afeitándose frente al espejo junto al silbido de Viejo Smoking persiguiéndolo durante toda la ceremonia. A los primeros filósofos no los leí, los escuché en discos de vinilo. Me hermanaron a ellos mucho más que la moda, los símbolos o la vestimenta. Fueron como pastores de la imaginación, la poesía y las ideas para cambiar el orden de un mundo injusto. El naturalizado poder real, seguro y bruto, sumado a los necios que sólo persiguen el confort de la conveniencia, no tardó en contestar con censura y represión. No sólo había que enjaular a los pájaros del nuevo canto, también era necesario tapar su silbido. Después, las sombras de una noche sin reflejos. Lo impensado. No se logra el olvido a base de comunicados. La semilla también es sabia en las profundidades. Por aquellas raíces de las futuras plantas con espinas, tomando siempre la calle como escenario, andaban unos tipos cantando en bares, peñas y clubes. Cuando todo está prohibido, el arte sorprende y enamora con más fuerza. En tiempos difíciles y violentos uno pinta desde adentro. Desde allí, no sólo pintaron nuestra aldea, también hicieron hablar al paisaje pasándolo por el medio del hombre. Iluminaron con su canto a barrios enteros, plazas, hospitales, parques y avenidas ensombrecidas por el olvido. Nos pusieron de frente al río, nos leyeron su mensaje, siempre es más tarde de lo que uno piensa, la vida es tiempo y el tiempo bien puede ser un animal de barro que huye. En un frío paisaje de gorilas blancos, chetos, pardos, montgómeris color oliva, sin barba ni pelo largo alguno, era tan necesario como difícil estar de regreso. Como ocurre con los grandes amores, nadie puede manejar al viento de la Historia. Estuvieron cuando más los necesitábamos, dándonos fuerza para comenzar la ardua tarea después de la tormenta. Siempre es mejor reconstruir cantando y lo hicimos al ritmo de La Trova. Hay quienes piensan que son pasado, tan pasado como el tango que perdura y espera. La confrontación generacional es casi inevitable. Por mi parte aprendí a soportar el ritmo de cumbia entre las paredes de mi casa. Sólo pido que el volumen no tape mi propia música, me asusta no escucharme cuando silbo El Témpano, mientras me afeito.

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