CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
¿Cómo me tropiezo con tu remera hecha un bollo mojado en la ribera? Así. Caminando, un minuto antes de que el oleaje llegue, reviente sobre ella y, llevándosela, la hunda en la ignorancia (mi ignorancia). La pisoteo de color inconfundible, celeste laminado, con esa "S" que le hiciste bordar o como se llame la acción de depositar signos sobre todo lo tuyo, huellas que me enteran de que esta madrugada volviste sin blusa, escondiéndote, "¿qué hora es, querida..? me sobresaltaste", "tarde", "¿qué hacés así, ligera de torso", "buscarte". Abollás el diario, porque te tapabas con un diario, "quiero que me leas", pedís tirándoteme encima, que lea las escritura que la tinta del periódico ha tatuado sobre tus tetas, hasta que, frotándonos, las letras se desvanecen y nos dejan tiznados, y quedo sorprendido, como de costumbre, con esa capacidad de provocar que desplegás, y que ratifica la marejada que me ahorca los pies con tu remera, "S", como para que no pueda saltar por encima de ella y su fosa repleta de púas que son preguntas, o ciertamente lo contrario, respuestas; vos de madrugada, tirada en la arena con alguien, descuidando la ropa, trastrocando las fichas de la realidad y el camuflaje, derrocando la versión que anotaba como dato legal el hallarte en la empresa donde implementabas el flamante programa de contabilidad. A mis pies esta masa de lamé mojado, viboreando; me abstengo de alzarla, no la acarrearé a casa para exhibirla como trofeo de acusación; esta remera enchastrada lleva residuos de un acto orgánico que secreta flujos, y que no me excluye, ya que podría incluir rastros de la invisible sangre de la víctima si hubiera habido una víctima en el altar del sacrificio y ésta fuera yo, pero en todo caso no, no yo. No esta vez. La dejo a merced del vaivén del mar, el que finalmente engulle el tejido celeste ahora que el tejido ha discurseado con locuacidad, dicho lo que faltaba decir si algo faltaba agregar a tu desparramo de "S", tu "S" grabada con birome en la mesa de luz del dormitorio de Claudio, mi discípulo de la pasantía, a quien no conocés oficialmente, salvo por unas pocas palabras sueltas en algún almuerzo ocasional de la compañía; tus "S" signando como dueña y señora facturas de un cliente, las que no puedo dejar de ver bajo mi barbilla porque pertenecen al legajo del caso que mi Estudio Jurídico defiende ante la DGI, una "S" de las tuyas en el baño masculino del Terciario donde doy mis clases, este desparramo de tus marcas se ensambla como un crucigrama resuelto, como si el crucigrama naciera y se hiciera evidente en el mismo momento en que se resuelve, por eso voy adonde voy, pierdo la mañana entera, pago más de trescientos pesos y cuando ya frente a frente, almorzando, acotás sin demasiado interés "llegaste tarde", acepto: "hice algo que urgía, por mi salud". Notás la venda sobre el brazo, justo a la altura del tatuaje, es decir tu "S", la que dibujaste para que el tatuaje siguiera al pie de tu letra tu sello, como en una yerra, y preguntás: "qué hiciste", "me lo quité, querida, me quité tu marca de propiedad" y sigo bebiendo el cabernet sauvignon no porque haya algo que festejar, en verdad, nada queda para celebrar y de eso ya charlaremos, sino porque ûsegún me aseguran la cosecha del 98 no merece desperdicio. [email protected]
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