CONTRATAPA
› Por Beatriz G. Suárez
"Vengan santos milagrosos
vengan todos en mi ayuda
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista
pido a mi Dios que me asista
en esta ocasión tan ruda"
José Hernández. (1834/1886)
Querer un frente para la victoria de la justicia, la unión cívica y radical de la gente, que las diferencias se anoten justamente para reafirmar una república igualitaria, que el corazón no esté partido y derrame alegría socialista o popular. Lo mismo.
Ya basta del dólar que acarrió con la dignidad y el hambre que apretó hasta dejarnos lilita a todos. Postulantes, señoras, señores, palabras, cansancio.
Domingos indecisos van a caminar los votos de confianza, la Argentina castigada verá pasar empates clásicos, sumar minorías, elector estruendoso entre los que se encuentra un candidato a vivir la vida nada más, nada menos.
La campaña deviene guerra, enfrentamiento, palabras como balas nítidas donde el ánimo de batallar no descansa. Un discurso hace hierba y el protocolo con la encuesta se juntan para dar sustos.
Política de octubre sin muchos argumentos, reclamos de ministros, canciller churro pero nervioso, ella clara, justa, lúcida y bastante mas.
Hay que bajar impuestos, activar la industria, dar trabajo, sacar los chicos de la calle. Frases armadas. Verbos, ayuda que vive dotada de buenas intenciones, adjetivos vacíos que casualmente se topan entre sí desde Rosario a Mataderos, Goya, Buenos Aires.
Todo el país hierve sin brasas.
Política diaria, de la escuela al trabajo, de la casa que no está en orden, legislatura e instrumentos legales que la democracia nos dio cuando la supimos conseguir y ahora igual nos gasta en su pic nic, en su bolsa.
Hay ilusiones técnicas ajenas a todos los que caminan por las calles; el poder ciudadano puja habilitado entre la corrupción y una ambición sin límite. Un presidente transpira abrumado en tribunas y tribunas, un elegido quiere asegurar la imposible transparencia de los hombres.
Decir de una elección que al diccionario lo vuelve cerúmen. Se propone lo mismo o la nada, poco se escucha.
Vapores de esperanza, rubios, celestes, la gente con su documento hace la cola donosa y cantora y sufraga azorada desde hace años esperando el cambio que dormido expira después del escrutinio. El cuerpo gruñe, los futuros diputados están sin voz de tanto prometer con coraje lo que de todos modos tropezará con el español para mal entenderse y quizás no hacerse nunca.
De todas maneras vamos. El domingo: vamos. Despertarse a las nueve, encender algo, mirar a Binner con su pelito y seriedad, a ella como un cañón tronador que denuncia dulcemente cuan dilatados estamos después de las debacles, al pingüino tal vez queriendo entibiar lo que de todas formas es mas frío que una lápida.
La nación temerosa caminará veredas, pastizales, para decirles a cada uno bueno, aquí está, aquí lo tenés, este es mi voto, mi paso leve por la vida, allí van mis sueños, el futuro de mis pelos, mis oídos.
El voto buscará y atinará a enseñar que a pesar de todo uno nunca cae y es, ciertamente, la majestad frente a la cual los políticos se rinden.
Ahí voy. A pagar con una boleta lo que en cierta manera no debo.
Pero también a expresar mis laureles aunque sean eternos, aunque el grito sagrado y las rotas cadenas, la noble igualdad, etcétera.
Soñé el domingo veintitrés y era muy sencillo. Una hebra de seda nos envolvía a todos con caricias vagas de la infancia.
Por una vez. Por una sola vez hacíamos lo correcto. No había lavarropas ni chori ni vino. Nada. Y, como Dios que nunca llora y Lucifer que nunca reza, sin venganzas ni mordazas ni remordimiento: votábamos.
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