CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio
Uno: Hace veinticinco años que terminaste la secundaria. ¿Cómo? Que hace veinticinco años terminabas el quinto año, Bariloooooooo, para no volver jamás. Estás pálido. ¿Te sentís mal? ¿Querés que llame a la emergencia? ¿Comiste algo que te cayó mal? Comí, devoré, destrocé parte de mi vida, quizá la tercera parte, quizá la mitad, vos leíste todo lo que pasa con la muerte súbita. Y eso, te juro, cae mal. Pero muy mal.
Hace veinticinco años que terminaste la secundaria.
Dos: La noticia llega como otras. Aunque para vos y para mí, supongo, el correo electrónico debe haber facilitado las cosas. Uno no sabe cómo, pero tu dirección de mail circula mucho más de lo esperado. Los correos en cadenas, remande este mensaje a no menos de veinte personas. Ann Miller, de Pindextown, en el estado de Carolina de Sur, no mandó este mensaje y sufrió un accidente de auto que la postró en cama. Y así, cadenas idiotas de esperanzas garantizadas circulan por la vida acompañadas de tu correo electrónico. Una vez, chequeando los mensajes, en medio de una propuesta de alargar parte de tu anatomía para ser más feliz, descubrí al Gordo Rubino en los destinatarios. Ambos víctimas de los pesados que mandan y mandan toda esa basura o de alguien que sabía y quería humillarnos.
La noticia, te decía, llegó como otras. El sábado festejamos los veinticinco años de la promoción ochenta y uno. Hay un acto en la escuela a las dieciocho y después cena a las veintiuna en el Club Español. ¿Qué hiciste en estos veinticinco años? Lo primero. ¿Cómo hiciste para que se te escaparan veinticinco años? Lo peor. Si la secundaria fueron cinco años, todo esto fue cinco veces el ciclo de Matemática, Botánica, Geografía e Instrucción Cívica. Cinco veces cinco. La mayoría de edad y cuatro años de changüí. De Alfonsín hasta Kirchner casi entero.
"Moreno te voy a decir, según mi saber alcanza/ que el tiempo es la tardanza de lo que está por venir. Y si el hombre lo divide, sólo lo hace a mi entender/ pa' saber cuánto ha vivido o le resta por vivir". Y lo aprendimos juntos en la escuela, ¿te acordás? Con Moca tan fermosa non vi en la frontera, como Muchachuelo de brazos cetrinos. Todo de memoria, rígida convicción de la uniformidad del tempo y las palabras, al final no estaba tan mal, pienso ahora. Pero ese es otro tema. Si el tiempo es la tardanza de lo que está por venir, es que vino poco. O tardó menos, concedeme esa. Es la primera vez que te veo reír. Tardaron pocos estos veinticinco. ¿No? O es que vino poco. Cuando uno era de los que creía que alguien de treinta era viejo, todo lo que estaba por venir era mucho. Enorme. Inasible e incomprensible. La esperanza del futuro era una galaxia entera. Y uno, apenas, un soplo de existencia. Ya veinticinco.
Tres:Pasaba de todo. A los trece uno se da cuenta de lo que puede. Hay tanto cambio en tu cuerpo, tanta cosa nueva por venir que la historia que pasa por la ventana, a veces, ni se nota. Enamorarte, conocer, empezar a decidir sin necesidad de quien te ordene o, en todo caso, en su contra, manejar las hormonas, los pelos que te crecen, las ganas de otro cuerpo, una vez, y otra, y otra, saber si al otro le había pasado, vos estás avivado, se preguntaba todavía, tener temor de que los otros también tengan el temor que vos tenés, empezar con la pregunta de para qué y por qué.
Entonces lo que pasaba, a veces pasaba. ¡Y cuánto pasaba! Tu vieja se acostaba con la Radio Spica forrada en cuero marrón que comía pilas a lo pavote. Y a la mañana siguiente, decía no ha pasado nada. El diario, el primero que leía el General. Quería saber para cuándo el golpe. Yo me acuerdo, disciplina familiar de leer el diario para saber de qué se trataba. Por fin se sabía que la Señora había quedado presa, que el hombre de bigotes, el más serio llegaba al poder. En esos cinco años de secundaria se murió un Papa, nombraron a otro que sonreía y que mostraba que las formas no estaban reñidas con la alegría y, será por eso, se murió. O lo mataron, yo sé lo que te digo, me dijiste. Y nombraron a otro que iba a hacer la revolución. Vino de Polonia y, hoy, sabemos que la revolución es un sueño eterno. Leímos, sin querer, una revista de historietas, una nueva, le contamos a tu viejo cuando temblaba y nos preguntaba de dónde la habíamos sacado. Fuimos a un torneo de natación a Santa Fe y nos alojaron en el parador de la Terminal. Una aventura maravillosa que hoy rechazaríamos con sólo pensar en los que duermen en una estación de ómnibus. Pero entonces, eso también, era una aventura. Y en el quiosco vendían la revista Humor. De ahí la sacamos, viejo. De ahí sacamos a Cascioli, a Mona Moncalvillo que entonces entendía que el periodismo era ser críticos, a María Elena Togno, al cacique Pajabrava, a tantos. Y a Dagmar Ingrid Hagelin. No es cierto, mienten, me dijo tu vieja. Ella compraba La Semana que imprimía postales para mandarle al mundo, el Obelisco, el Monumento a la Bandera, los glaciares, y así sabrían que somos derechos y humanos. Y era cierto. Desaparecer. Una creación vernácula.
¡Cuánto pasaba! Y pasó la muerte de tu viejo. A los quince, tercer año de la secundaria, la eternidad, la esperanza en forma de galaxia, tuvo un borde. Un borde. Más allá, te caés. Eso es la muerte. Un borde en la extensión inmensa de nuestros deseos, el desafío idiota a lo único posible de todos los posibles: que nos vamos a morir. Pero uno a los quince, en la secundaria, no conoce imposibles. Tu viejo, cuánto pasaba, se nos vino a adelantar en eso de los bordes. Y pasaba mucho más.
Cuatro: La escuela secundaria no sirve para nada. Así lo decíamos. Isobaras, isohietas e isohipsas. Mapa mudo con la cadena de los Urales y los vientos de Levante y el Zonda sin discriminar. El esqueleto para mostrar el tarso y el metatarso. Pero el esqueleto en serio, colgado de un tutor de madera, los huesos de vaya a saberse de quién, señalando con tu dedo el dedo del difunto. El tallo o cauloma, los paramecios y las amebas, el cuadrado de la hipotenusa igual al cuadrado de la suma de los catetos, los primos, los infinitos, los negativos. Complemento directo e indirecto, gerundios o infinitivos con valor de futuro. Carlos V, que era el mismo que Carlos Primero, o no me acuerdo, los Asburgo, la corona de Castilla y León y la guerra de secesión. Tanto.
Cinco: Hoy me doy cuenta, pero te juro que es hoy, que fue entonces que contraje la enfermedad de la pregunta. Aquella docente de filosofía, la suplente, solía decir que uno debería enamorarse de las preguntas y no casarse con las respuestas. Todo admite una pregunta, decía. Algunos se molestaban se acomodaban en su bancos, de a dos, nosotros teníamos bancos de a dos, pupitres menos solitarios, y le reprochaban que no todo admite pregunta. Ella se reía. ¿Se da cuenta que hasta esto mismo, si hay pregunta para todo, admite pregunta? Y respiraba. ¿Y Dios, le decía ella, crucifijo desesperado, atado el pelo, reprimidas sus ganas, y Dios también? Acaso ahora usted no se lo está preguntando, respondió ella.
A un pibe de diecisiete, vuelto de Bariloche, esperando por el viaje del fin del ciclo no le interesa leer más que lo que quiere ver escrito. "Lo que pasa es que rara vez pienso; entonces, sin darme cuenta, se acumula en mí una pequeña multitud de metamorfosis y un buen día se produce una verdadera revolución". Pero lo leímos. Y supimos que Sartre podía más con su náusea que con nuestro deseo inmediato de todo. Y supe entonces, gracias a vos que me dijiste compralo, comprá ese libro, guardo el ticket, dice tres con setenta, tres qué, no sé que moneda, y lo hice.
Gracias al tallo o cauloma, a los vientos, a los Borbones pude entender que las preguntas, tantas, incluso las que hoy le hago al inmenso Sartre, fueron porque fue la escuela secundaria. Será que esto parece un homenaje. Será.
Seis: Más pelados, más gordos, mas feos o más personales, más casados o separados, más distintos, más esperados o menos inesperados, más cansados, más vagos, más asustados, más lanzados, más siliconas, más celulitis, más espalda encorvada.
Es el sábado que viene. Después te cuento. Y sigo preguntando.
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