CONTRATAPA
› Por Patricio Raffo *
Uno
Esta mañana, temprano, caminando entre la brisa calurosa de la peatonal, yendo al departamento de mi madre a tomar un café, como cada vez de cada siempre, escuché mi silbido, me escuché silbando, presté atención a la melodía que silbaba en el caminar hacia la casa de mi madre. Iba silbando un tema de The Beatles: "Across de universe". Entonces tomé conciencia de que siempre silbo "Across de universe", o casi siempre, y no sé a ciencia cierta porqué he elegido este tema en particular a través del tiempo. Vaya uno a saber. Inclusive si me preguntasen qué música me gustaría silbar mientras camino probablemente respondería con el título de algún otro tema. Es extraño el vínculo que me une a esta bellísima melodía de The Beatles.
Dos
Estoy convencido de que ya no se silba. La gente, los hombres en particular, ya no silban. Es probable que esté mal visto. O tal vez sea considerado como una falta de respeto esta cuestión de andar silbando por ahí. Y es posible que sea correcto este punto de vista: no se puede andar silbando por ahí a tontas y a locas. Ya tenemos una ley que impide fumar en espacios cerrados y queda claro que, desde muchísimo antes, existe una ley tácita que impide silbar en esos mismos lugares cerrados. No me parece mal. Pero, de todas maneras, tampoco se silba a la intemperie, en el caminar, esperando el colectivo o sentado en el banco de una plaza en plena primavera. La gente sale de los bares para fumar en la vereda pero no veo gente que salga de los bares para silbar. Es más, creo que ni siquiera se ha sostenido en el tiempo el famoso silbido de aprobación a una bella dama al pasar y esto también es una pena. Es una pena que ese dulce piropo melódico no haya podido sobrevivir para seguir festejando el aterciopelado paso de una bella mujer y su estela de hermosura al caminar. ¿Qué mujer no se ha sentido alagada ante ese silbido de admiración y a seguido caminando feliz y elegante y con la mirada al frente después de escucharlo? Estoy convencido de que ya no se silba y es una pena.
Tres
Tiene mucho que ver con la alegría. O con su ausencia. El cantar es un símbolo de alegría (afinaciones al margen) y el silbar también es un símbolo de alegría. Nadie que tenga el alma empeñada en cuestiones mundanas de compleja solución puede silbar libremente. Tiene el deseo muerto. Tiene la alegría seca. Tiene el silbido cancelado. Y esto también es una pena. Tantas veces traemos desde la infancia viejas melodías que, en los momentos de mayores angustias, son como suaves mantas para cubrirnos de las intemperies. Deberíamos silbarlas sin duda alguna. Deberíamos silbarlas para poder dejar en el aire de nuestro alrededor esas músicas lejanas. Deberíamos silbarlas para permitirnos volver junto a esas melodías a los momentos imprescindibles del amor. Deberían ser nuestras espaditas para batallar contra esas impresionantes intemperies que nos azotan de tanto en tanto.
Cuatro
Los sábados de mi infancia, por la mañana, recorríamos calle Córdoba con mi padre. Pasábamos por Juven's para charlar con Pendino mientras él, mi padre, se probaba algún saco sport y yo aspiraba los olores de las telas que no he olvidado. También tomábamos un café en Sorocabana apoyados en la barra de mármol y mirando hacia afuera. Y, seguramente, nos encontrábamos con amigos de mi padre a cada metro de la calle que, por aquellos años, ostentaba aún sus cordones dónde poder apoyar el pie para acordonarse los zapatos. Caminatas. Caminatas en las que aún siento que camino de la mano de mi padre. Un tipo bárbaro. Realmente un tipo bárbaro. Por ejemplo: mi padre tenía una elegancia de precisión. Era absolutamente elegante. Y piola. Mi padre era un tipo piola. Muy piola y elegante. Así era mi padre.
Cinco
En aquellas caminatas que hacíamos juntos por calle Córdoba mi padre no silbaba. Hablábamos. Los dos. Charlábamos. Pero yo sé, yo recuerdo, que mi padre silbaba muy bien. No mucho pero bien. Tenía un silbido suave. Silbaba suave, despacito. En ocasiones lo miraba desde cierta distancia y podía escuchar levemente su silbido delicado, casi imperceptible. ¿Silbaba "Vida mía"? ¿Silbaba "Ninguna", esa canción con la que mi padre bailó por primera vez con mi madre? Vaya uno a saber. Mi padre sigue silbando en mi memoria. Y lo recuerdo feliz. Y debe haber estado feliz. Ahora pienso que debe haber estado feliz silbando bajito alguna de esas melodías que el olvido dejó flotando para siempre en el perfume de los jazmines de diciembre.
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