CONTRATAPA
› Por Daniela Piccione y Patricio Raffo *
UNO
Me subo a esta felicidad que perfora la espuma, tan débil, tan abstracta, imitando tanto a otras sonrisas. Hay una hilera de cadáveres bajo tus zapatos negros, bajo mi camisón de lino. Me subo. Mis plantas tocan los cordones y sienten una cascada de erizos bajando suavemente desde la entrepierna.
DOS
Cinchada con otras glorias la boca se estira, se desnuda, huele a sudor de pájaros. Pujo hasta que salen dientes; todo lo que rodea a mi boca se ensucia, salvo esta proximidad con tus zapatos el mundo es arbitrario y tenue.
TRES
Cabalgo sobre tus zapatos como si fuese tu nena. Como si los zapatos fuesen una lengua cabalgo sobre ellos. Como una nena feroz cabalgo. Furiosamente cabalgo humedeciendo con fuego tus zapatos. Todo se cubre de erizos. Las autopistas repletas de huellas se cubren con erizos. La indigencia de la luz en el centro de las sombras se cubre de erizos. La banalidad del gesto inútil se cubre de erizos.
CUATRO
La felicidad, esta felicidad tiene tantas máscaras superpuestas como rostros imaginables. Me pregunto si nosotros somos nosotros o somos nuestras máscaras ¿Cuántos mismos ojos pueden entrar en las mismas cuencas?
CINCO
Volvamos a tus zapatos negros y acordonados, atados debajo de mis muslos con un moño perfecto y húmedo. Ese moño mojado por la estela de saliva que dejó mi lengua hace instantes. Juego con vos. ¿No lo ves? Juego conmigo. ¿No lo ves? Ser una nena por momentos me saca del barco y me devuelve al océano, a la inmensidad. Lamer tus zapatos me hace inmensa e infinita. Ser una nena junto a vos me corre la silla, me deja de pie para siempre en la penumbra, me quita la luz, me da miedo. Entonces te abrazo y pienso en robarte el sexo. Tantas modalidades de robo me satisfacen. Perturbar el género me satisface: vos sos mi caballo desde tu zapato lustroso y yo soy tu nena cabalgándote.
SEIS
Me asomo a la ventana en puntas de pies, de oscuridad sin saciar. Desnuda me asomo como nena a la ventana de esta desnudez que cargo. Veo como las hélices de mis piernas se incrustan en tu anillo y raspan estos deshechos de felicidad entre los años. Las ruinas que supimos bendecir en los altares del deseo.
SIETE
Como si el juego durara todo un instante las palabras cabalgan sobre erizos. Es demasiado tiempo un instante para la Cópula Divina.
OCHO
Que me mine el halo o la piedad o la inocencia ¿A quién le importa? ¿Quién me ve caer de rodillas cada noche después de mirar por la ventana de mi desnudez? En ocasiones ni siquiera se quién soy. No sé a ciencia cierta si soy aquella nena que fui y que ahora juega a cabalgar tus zapatos y te abraza temerosa y ardiente o si soy esta mujer gastada, que no deseo ser, untando su entrepierna con el betún de tus zapatos recién lustrados.
NUEVE
Nuestros juegos son abismales. Nuestra impecable distorsión de lo real, nuestro mundo subterrestre. Hay dos hemisferios perfectos, en uno el deshabillé, en el otro los erizos. Mi padre conocía los dos con minuciosa asociación de partes y miraba, cada vez, cómo caían los breteles de mi madre dejando al aire sus pechos muertos. Lo recuerdo bien, mi padre poniendo a mi madre frente al espejo. Mi madre desnuda y abandonada frente al espejo. Mi madre de pechos muertos amamantándome sin fin y sin medida para siempre. Y el zapato apuntando a los erizos y los erizos que estallaban en las autopistas y los automóviles pisando las últimas, tristes y opacas guirnaldas encendidas.
DIEZ
Desde el zapato de mi padre y ese cabalgar de barro en los deseos el mundo se ve como una perfección ingrata, como una felicidad cúbica y velada, como un gozo trunco y sin retorno, como un adiós de entrepiernas moribundas.
ONCE
Mi madre siempre me pidió las manos para limpiarse el llanto de los pies en las baldosas tenía frío. Para no ensuciarse el delantal impecable de la cocina mi madre me pedía las manos. Para no ensuciar las sábanas perfectamente blancas de su cama matrimonial me pedía las manos. Hedía su boca de tanta risa, las comisuras se le iban hinchando de vidrios. Finalmente vomitaba sus deseos inútiles en la rejilla del patio del fondo.
DOCE
Cada tanto me miro el clítoris en el espejo, es un animal seco y sin pelaje. ¿Era el clítoris de mi madre un animal seco y sin pelaje? Cuando mi madre cerró los ojos bebió de un trago la sangre de los erizos, la furia intercostal del sexo y la gloria ensangrentada por el bisturí. Cuando mi padre cerró los ojos el mundo se quedó sin padres.
TRECE
La voracidad del broderie entre sus dedos, esta salvaje furia que desteto en las enaguas, esta montaraz erección animal rasgando los tules y las sedas, los sinónimos de lo que soy pervierten a mi nena, a la que fui.
De las riendas me tiran otras manos brutalmente. ¿Soy una mujer estallada en años o una niña que crece desmesurada sobre los zapatos negros?
CATORCE
Piso descalza los erizos. No te muevas.
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