Cuando yo era chico, Papá nos llevaba siempre a las únicas vacaciones posibles, su provincia natal. Y había que pasar obligatoriamente por la provincia de Santa Fe. Yo siempre quería pasar por Rosario, pero con Papá no había caso. La ruta contemplaba San Lorenzo y la ciudad de Santa Fe. Y en Reconquista había que tomar la balsa hasta Goya. Pero nunca Rosario. Como el Obelisco. Papá tenía un taxi, un Valiant II, a veces nos sacaba a pasear pero nunca al centro. Yo quería ver el Obelisco, sabía que había uno, y lo mitificaba. Aún recuerdo la noche que transversalizamos la avenida Corrientes. ¡Y ahí estaba, retacón y amarillo, fugaz, el totem porteño! Pasó el tiempo, y un buen día, ya dibujante, después de una Bienal de Córdoba, llegué a la deseada Rosario. Ya era la ciudad donde vivía el Negro Fon, para mí. Es más, creo que paré en su casa. Hubo otra vez que cohabité en un hotel de mala muerte, una pieza con el Viejo Breccia, que me asiló por esa noche. Alberto dormía, recuerdo, en pijamas, prolijo, y yo traía conmigo un transpirado salamín de Caroya que tuvimos que envolver en una frazada, para decoro del gentleman tripero. A Rosario volvía siempre por un par de días, a nuestras colectivas relámpago, micros llenos de dibujantes, luego alguna que otra charla. Pero siempre andaba con un itinerario acotado, céntrico y obvio. Inclusive, pasaban los años y sentía que los rosarinos no tenían idea de mi trabajo. Mendoza, Marpla, Paraná me daban bola. Pero Rosario me era esquiva. Tardaría un tiempo en darme cuenta que era un rosarino más.
Pero finalmente se me dio. La muestra individual en una librería, charlas y colgaduras en lugares alternativos, amigos que aparecían, presentaciones de libros, universidades, la ciudad me fue abriendo su mapa hasta el summum, la muestra Rio Rep en el Parque de España, el mural, por fin Rosario/12 que me hace 2 notas, los rosarinos que me dan su afecto, me pasean, me cuentan su historia. El Negro Fontanarrosa, Dezorzi, Perassi, la Chiqui, Nigro, Usandizaga y más. El Museo de la Memoria, la Isla de los Inventos, y todo lo que vendrá.
El Obelisco nunca me gustó. Y, para que los porteños no sigamos negando al río que nos besa, me encantaría que la intendencia rosarina maneje nuestros asuntos. Aceptaré que Buenos Aires sea un barrio más de Rosario.
* Publicado como despegable de la revista Lucera Nº 15.