Mar 02.01.2007
rosario

CONTRATAPA

Me acuerdo

› Por Miguel Roig

Me acuerdo de Jenny cada vez que veo un gato.

Me acuerdo del Valse De L'anguille Creuse de Pascal Comelade ejecutado con instrumentos de juguete.

Me acuerdo de un cuaderno de notas que le regalé a Carmen. En la portada tenía una viñeta de Adrian Tomime en la que una chica, ensimismada en la lectura de un libro, se pasa algunas estaciones de metro. Me contó Carmen, después, que al llegar a su trabajo, en la recepción le entregaron el sobre que yo le había enviado con el cuaderno. Volvía del médico y, ensimismada en la lectura de un libro, se había pasado algunas estaciones del metro.

Me acuerdo de una premonición.

Me acuerdo del Negro Ielpi que usa el correo de Dora.

Me acuerdo de Abel paseando por casa en calzoncillos. Estaba de paso en Madrid: iba a Londres donde su hija Clarisa esperaba la llegada de su primer hijo. Pasea entonces Abel por casa y cuenta su historia con una soprano del Colón. Es una historia de amor en la que Abel es abandonado y no puedo contar aquí por qué. Pero si puedo escribir que Abel va día sí, día no hasta el edificio donde vivía la cantante y era informado y a la vez contenido por un portero uruguayo que trabajaba en la casa. Una mañana, dando por terminado el aguante, el uruguayo sentencia: Olvidelá, Abel, olvidelá: un amor con otro se olvida.

Me acuerdo de los infinitos correos de Bigote.

Me acuerdo de los escasos correos del Negro Torres.

Me acuerdo de una entrevista ﷓por llamarlo de alguna manera﷓ a Mariano, un asturiano que emigró a Nueva York hace cuarenta años y que lleva allí trabajando todo ese tiempo. Fue en el salón de la Spanish Benevolent Society, en la calle 14, donde se juntan algunos españoles octogenarios que un día dejaron su tierra. Mariano, que no me permitió pagar las cervezas, me contó su amargura: la frustración de vivir en un país que nunca le acabó de recibir, en el que no ha podido ahorrar dinero y en el que no cuenta con ninguna garantía social. ¿Por qué dejó España?, le pregunté. Tomemos otra cerveza, anda, me contestó.

Me acuerdo de la canción Cremant Núvols que Serrat canta en su disco Mó.

Me acuerdo de las mujeres de la película Volver de Pedro Almodóvar. Pienso en mi madre, mi tía, mi abuela, las mujeres de mi infancia.

Me acuerdo del abanico azul de Mercedes.

Me acuerdo de la casa, casi intacta aún, de Virginia Woolf en St. Ives. Allí pasaba sus vacaciones infantiles. Allí, la niña Virginia Stephen miraba desde la ventana de su cuarto el faro que vislumbraba en la distancia y que de adulta describiría en Al Faro.

Me acuerdo que me acordaba de Mercedes en el bar Verb de Williamsburg.

Me acuerdo de una palabra que usa el Negro Previgliano en sus correos: wow.

Me acuerdo del nickname del correo de Hugo: poesíadiz.

Me acuerdo de Guillermo Roux, carbonilla en mano, corrigiendo en el estudio el retrato de un alumno. El nervio puesto en los trazos que iba marcando en el papel era el mismo que, en la cena de la noche anterior sostuvo esta afirmación: ante todo, está la obra: si las cosas van bien, la alimentás; si la suerte es adversa es ella la que te sostiene; por otro lado, es malo darle la espalda: vos sabés que te estás engañando y te convertís en una mentira, ante vos mismo, ante los demás.

Me acuerdo de estar con Daniel, su hijo Javier y con Culasso en la piscina de la casa de Daniel en Fisherton. Salvo los domingos en la cancha del Parque Independencia no recuerdo un grupo de hinchas de Newell's tan numeroso.

Me acuerdo de algunos correos intercambiados con el Negro Fontanarrosa.

Me acuerdo que después de casi todo un día en compañía del rabino Yisroel Ber Kaplan en un barrio judío de Brooklin, acabada la sobremesa, me llevó a una casa de tres plantas. Era un domingo, el edificio estaba vacío. En cada una de las plantas había muchos toilettes con lo que uno espera de ellos: un inodoro, un bidé, una bañera y todo lo necesario para el aseo. Tantos toilettes como habitaciones se pueden encontrar en una planta de un hotel. En el centro de cada una de las plantas había una pequeña piscina de unos tres o cuatro metros cúbicos de agua. Es para la ceremonia del mikve me aclaró el rabino. Siete días después de la menstruación las mujeres vienen aquí a meditar en las salas y a purificarse en la piscina. Escuchaba su relato sin poder impedir el disparo de mis fantasías. Pensé: no puedo escribir esto.

Me acuerdo de una salida de Woody Allen en Scoop: dejé la religión israelita para convertirme al narcisismo.

Me acuerdo de un verso de A Leopoldo Lugones de Borges recitado por su propia voz envasada en un mp3: mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible.

Me acuerdo del cumpleaños de mi padre: lo llamé para saludarle alrededor de las seis, según el uso horario argentino. Cuenta mi padre que ese día salió temprano a trabajar y que al regresar a casa al mediodía, la felicitación de mi madre le hizo caer en la cuenta que cumplía 85 años.

Me acuerdo de Messi en el banco de suplentes.

Me acuerdo de un correo de Ana.

Me acuerdo de Claudia, en una mesa del Augustus, lagrimeando. La encontré en esa esquina de la Peatonal en enero. Años sin vernos. Fue, con su relato, llenado ese hiato con hechos. Entonces, le dije, te va bien.

Me acuerdo que vi varias veces Los tres entierros de Melquíades Estrada. Y en cada visionado me reafirmé en la idea de que todos necesitamos portar una historia, más allá de su filiación con la realidad o no. Es una religión de la cual parece difícil apostatar.

Me acuerdo del cumpleaños de José Pintón en Vicenza. Éramos más de un centenar entre argentinos e italianos. Todos, recuerdo, contra Berlusconi. Todos, incluido yo, proveníamos de alguna declinación, digamos, de la izquierda. La fiesta tuvo lugar en un salón de la parroquia del barrio. Fue un día de gloria. Parecía una película de Nani Moretti pero éramos nosotros.

Me acuerdo de haber leído la necrológica de Octavio Frigerio escrita por Hugo Gambini en La Nación.

Me acuerdo de una frase de Lennon: la vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes.

(Me acuerdo es el título de un libro de George Perec que estoy leyendo en estos días. Con esta fórmula inicia cientos de entradas de otros tantos recuerdos de su vida. Pienso que es una buena excusa para hacer la memoria de algunos míos acumulados en 2006. Me acuerdo, también, es el título de un documental que Ana María Tato, una de sus mujeres, le dedicó a Marcello Mastroianni. La vi en una filmoteca y por su duración ﷓cuatro horas﷓ estaba anunciada con un intervalo. Pensé: si me aburro, en el intermedio, me escapo. No fue así. Las cuatro horas me supieron a poco. Como este año que acaba de terminar)

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