Jue 18.01.2007
rosario

CONTRATAPA

La sirenita

› Por Por Federico Tinivella

El Panza Dreuty tiene tan solo 12 años cuando su madre le dice, sin pestañar: "nunca vas a llegar a nada", después de verlo con las manos en la masa ante una foto de su abuela ya fallecida. La siempre exuberante Delia Bacarat, amante del juego, el desenfado y las bodegas, de los barcos, que frecuentara de los 25 en adelante para sostener a su hija Olga Debar, madre del Panza, que ahora le habla así. No entiende que su hijo no sabe que esa es su abuela. Ha encontrado la foto en un cajón inviolable, violado al fin.

En la foto sepia con borde blanco de medidas 13 x 18cm se la ve a Bacarat montada en un simpático caballo blanco de alquiler, sin más ropa que una tanga transparente. Sosteniendo el equino se aprecia a un hombre mayor con un traje de baño ridículo. Se puede leer, no sin cierto esfuerzo, en tinta china azul: Carlitos y yo desde un arroyito de La Falda, besos. El Panza, a sus tiernos doce años, pensó que se trataba de una amiga de su madre. De todas formas no hizo tantas preguntas, con solo mirar la prominente delantera de Delia se puso manos a la obra. Esta sentencia, recordémosla: "nunca vas a llegar a nada", fue tomada por el Panza como una máxima, como un proverbio chino, como esos que rezan: "no arrojes té en el hueco de tu lado más vil, sigue a Chi Po al principio del río".

Delia amó la natación hasta el descaro, viajara o anduviera en bus tenía en la mente solo el placer que le producía el roce del agua con cloro de la pileta de invierno sobre su fuselaje. Al nadar espalda, el agua sobre su barriga la enloquecía como así también Waldo Arduvis, el bañero. Las piletas climatizadas suelen acoger a escuelas de natación y a nadadores entrenados, muy pocas veces se ve a un principiante, salvo dos o tres, en los andariveles de los costados. Están tomados de la escupidera, sin importarle siquiera que alguien ha proferido un gargajo hace instantes.

Primero la vida, pensó Bacarat en su primera clase de nado, cuando era una niñita de seis. Tres veces por semana Delia marcó tarjeta en la pileta del club Teléfono. Nunca, en la década posterior a su primera clase de natación, se le ocurrió faltar. Nadaba dos horas, los deditos le quedaban como pasas de uva, una metáfora que se utiliza siempre en este caso. Después se bañaba frente a las otras nadadoras, a los diez ya con cierto pudor ya que comenzaba a bullir ese volcán interior, esos dos, que posteriormente la harían famosa en todo el litoral argentino y sus adyacencias. Sabemos, porque ha quedado registrado en "Crónicas de mi club" de Felipe Torrejón, que en el año en que Delia cumplió los 15 la pileta batió record de inscriptos que no sabían nadar. Tan solo se tomaban de la escupidera y esperaban con ansias que el estilo mariposa de Bacarat diera paso a espalda.

Algunos, después de ver semejante espectáculo, debían permanecer unos minutos más en el natatorio. Bacarat en la pileta despertaba pasiones desenfrenadas. Nadie podía despegar los ojos de semejante atracción, salvo Waldo Arduvis, el bañero, que a sus 28 años tenía basto recorrido en el andarivel 3. Esto a Bacarat la congestionaba de bronca. "¿Cómo no me mira?", se preguntaba en el espejo del vestuario mientras se peinaba, con una toalla atada a la cintura que más de una vez le quitaran a posteriori. Los niños se pegaban a los agujeritos que se sucedían escasos en el límite entre el baño de damas y el de caballeros, podían distinguir apenas el cuerpo de Delia, pero con eso bastaba. Cuentan en el barrio que las andanzas de la Bacarat comenzaron gracias a la indiferencia de Arduvis, qué, luego se confirmaría, tenía preferencia por los de su mismo sexo. Delia en el afán de llamar la atención de aquel adonis acuático, acuaman, solían decirle los pibes de Teléfono, comenzó a provocar a los muchachos de waterpolo, que entrenaban en su horario. Cuando alguno se cruzaba por el andarivel contrario ella soltaba su mano por debajo y rozaba la figura del jugador. Al muchacho agraciado le salía humo de las orejas. El team de waterpolo comenzó a engrosar su lista de aspirantes al primer equipo y la Bacarat a llevarlos a la cama. Ya andaba por los dieciocho años, y su cuerpo estaba en su punto máximo de explosión. Una cara de niña culminaba una obra de arte de la naturaleza. Waldo no caía, solo tenía ojos para el profe de water.

Cuando ya no quedó títere con cabeza y la reputación de Bacarat rozaba ya la decadencia más pueril, no le quedó más remedio que alejarse del agua. Así fue que con semejante pasado arrastró su soledad y sus pocas pertenencias a un bulo de Ibarlucea en donde se haría estrella. Comenzaría así un periplo interminable por pueblos y puertos del litoral y sus adyacencias, "Hoy Delia Bacarat, la sirenita en llamas" podía leerse en los carteles iluminados con bombitas de colores de la entrada. Más de una vez lloró, recordando el natatorio de su amado en silencio Waldo Arduvis. Más de una vez soñó con aquél equipo de water que terminara último en el zonal del '43, pero siguió adelante, con brazadas certeras que la llevaron a ser única y desmedida. Aquel día que el Panza se deleitó con la foto de su abuela, sin darse cuenta, le había caído una sentencia, que el Panza tomó al pie de la letra.

La sangre tira.

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