CONTRATAPA
› Por Beatriz G. Suárez
Rosario en esta época se vacía, se fuga. Mis vidrios y yo caminamos la ausencia, menos autos, estudiantes, menos peatones enloquecidos y señoritas por comprar. La ciudad se disuelve en enero y el río tiene el mismo color camello de la pelambre de arena. Palmeras de Oroño respiran un poco, aúllan el dolor de diciembre cuando la camioneta aglomerada y los taxis sin rumbo fundan la cooperativa del hollín. Santa Fe podría ser la parte externa del mar, una provincia que de todos modos no le guarda rencor; desvencijada en algunas épocas pero con retóricas de isla en sus veranos y críticas de vacas, perdices, mulitas y tatúes.
La urbe progresa hacia el celeste mientras el amor con su pacto de temperaturas recorre calles polvorosas que a veces gritan por una lluvia. Hondonadas en la barranca le dan sentido a la savia vertical de algunas cortaderas, todas las calles con nombres de hombres extintos en la grandeza rematan suaves en el río que hierve y mira hacia la Rosario con éxito y cascajo. A la vez.
En este época hay freno en la espesura automovilística, el martirio del ruido gasolero cesa y aún las partes pestilentes del Saladillo parecen lindas. Aquello que el lenguaje urbano calla parece escucharse en el termómetro y al lado de las millones de mesitas de luz que existen alguien por fin relaja el corazón. Descansa.
Pájaros vuelan gratis, los soles mueren tarde con rojos arteriales y fuego peligroso. Rosario con sus avenidas, caramelos, revistas, reposeras, oraciones. Rosario para vivir así, a la argentina. Rosario, la de renglón derretido, encaminada a ser buena persona, con su volumen, sus perros y sus gatos, sus inmundicias, sus techos desprolijos, las demoníacas antenas, la brea y el alfabeto en el freezer.
Rosario y la repetición de estaciones, la piel carbonizada de sus plazas. La letra demolida en la rambla Cataluña, el Paraná doble (a alguna altura), la vegetación haciéndole de tobillo y todos nosotros en la confederación de un turismo nuevo e inventado como una escultura cualquiera o un poema.
Rosario, la que en verano renueva cierta paciencia y parece preparar para el combate campal que nos espera.
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