Vie 09.02.2007
rosario

CONTRATAPA

La autonomía del amor

› Por Miriam Cairo *

a Elisa

A mayúscula y B mayúscula almuerzan juntos en X Lucida Console antes del viaje que A mayúscula hará con C mayúscula y d minúscula, para sobreponerse de un complicado año de trabajo y no dejar de cumplir con el rito anual del grupo familiar. A mayúscula ama a B mayúscula pero aun así se esfuerza por mantener un vínculo más o menos saludable con C mayúscula, para preservar el orden emocional de su amada d minúscula.

B mayúscula no emite el chillido huracanado de la queja porque en su momento ella también creyó que el orden emocional de sus letras minúsculas dependía de su capacidad de sostener un vínculo más o menos saludable con la letra mayúscula de rigor.

Según Umberto Eco (1997), sostener un vínculo más o menos saludable puede ser entendido como hecho semiótico. Así, el signo emocional de permanecer en una relación para no causar pesar a un tercero que nada ha hecho para que la realidad de los dos primeros se torne insoportable, es comprendido por el observador según su conocimiento del mundo y por el receptor (B mayúscula), en tanto comparte con el emisor (A mayúscula) una misma percepción del contexto que los coarta. Y puesto que todo signo significa algo, el de sostener un vínculo más o menos saludable, simboliza una tremenda desolación.

La comunicación, como actividad interactiva entre sujetos (Bobes Naves, s/f) presupone un sistema de códigos compartidos. He aquí la razón por la cual B mayúscula interpreta el signo emocional de A mayúscula (sostener un vínculo más o menos saludable) como un acto de respeto al dolor de la letra inocente. Es por ello que cuando B mayúscula brinda en X Lucida Console, levanta la copa y sólo dice "buen viaje, mi amor" en vez de desempolvar el gastado manuscrito del reclamo.

A y B dialogan una misma lengua emocional, esto es que ninguno de los dos está completamente convencido de que la propia felicidad pueda ser construida a fuerza de lágrimas ajenas. Desde este lugar se explica por qué A mayúscula no pudo sostener un vínculo amoroso no convencional con E mayúscula y mucho menos aún, con una F minúscula en vías de mayusculización. En el primer caso, se debió a que E mayúscula creía más en los portazos que en la semiología del amor. En el segundo, en cambio, la F en etapa de crecimiento provenía de una generación que se crió con mascotas virtuales y se educó con los formatos de Endemol: no tenía predisposición a las marañas de la cabeza analítica, el cuerpo selectivo y el corazón despedazado.

La relación que une a A y B no deriva de la reproducción de los modelos formales sino que tiene un sentido especial (explicado por Morris, 1939, en La significación y lo significativo), que consiste en crear su propia referencia, "ya que expresan los mismos valores que crean". Así se afianzan en un lazo afectivo﷓pasional que se opone al discurso religioso, terapéutico, legislativo y moral de todas las épocas.

Por autonomía del amor entre A y B hay que entender la posibilidad que tienen de organizarse y de crear sentido a través de su propia vinculación original y no condicionados por los signos de las relaciones con las que contrastan. Desde esta perspectiva, la sintaxis (forma) semiológica de esta relación, resulta discontinua y desigual. Efectivamente, tienen como forma de expresión la de los amantes furtivos "pero su contenido no tiene por qué coincidir con la de éstos" (Morris, op.cit.). Es decir que la autonomía del amor deriva del hecho de que A y B se rigen por normas independientes, propias de su ser, de sus lecturas y de sus contemplaciones. La forma amatoria configura a su vez ardorosas normas que acaban en peculiares procesos de semantización: crean su propio kamasutra. Los análisis semánticos que organizan el mundo de A y B, en ámbitos de ternura e incandescencia, tienen como consecuencia hechos privados de carácter específico: practican el turismo erótico apremiados por la realidad del contexto pragmático de los escenarios vigentes.

El hecho amoroso es polivalente semánticamente y admite varias interpretaciones. Al desarrollar y realizar su función erótica, lo hace a través del férvido lenguaje de los cuerpos, convirtiéndolo, en ocasiones, en una finalidad en sí mismo: "La forma (de esta relación) no es otra cosa que la suprema abstracción; la suprema modalidad de la condensación del contenido" en breves espacios físicos y temporales (Lukács, 1966,) es decir, hoteles transitorios, turnos de dos horas, almuerzos en X Lucida Console, o en pueblos aledaños donde nadie los conozca.

Todo significa. Todo es susceptible de aportar o de adquirir un sentido: el llamado, el vino, el mensaje de texto, el nombre del hotel, el horario de encuentro, el mordisco, el silencio que comparten.

El sentido de una relación de amor no es el que de un modo directo puedan proponer las reglamentaciones civiles o religiosas, porque no es una acumulación de razones que procedan de unidades reglamentarias. El sentido único del hecho amoroso concreta su forma al relacionar todo lo que lúdica y generosamente son capaces de arriesgar quienes se aman.

De la relación entre sintaxis (forma) y semántica (significación) nace el sentido y aparece la pragmática (uso). Al analizar el significado, pero sobre todo, el sentido del hecho amoroso que une a A mayúscula y B mayúscula, se hace necesario determinar los marcos ideológicos y las posibilidades reales en los que se da su relación de amor: A y B están vinculados en situación de goce secreto y esto acaba por crear la estructura no convencional del propio suceso.

La Pragmática es una teoría que trasciende el hecho amoroso al ponerlo en relación con las circunstancias que lo rodean y no puede seguir métodos estructurales exclusivamente, según Greimas (1966). Pero es preciso aclarar que la relación de amor que une a A mayúscula y B mayúscula no coincide con el ícono de los amantes (aunque reproduzca algunos de sus rasgos) en el sentido que Pierce le da al signo icónico, ya que todo hecho amoroso carece de referente real puesto que, como ya ha sido dicho, crea su propio referente. La materia (sign﷓vehicle, o vehículo de signo) de una relación de amor encierra parte de las propiedades de una pareja formalmente constituida y a ella se dirige la percepción ajena cuando ven almorzar en X... a A y B. La estrechez moral, que tiene su raíz en la insoportable prosa de la existencia, suele hacer que el juicio ajeno se fije en la materialidad del hecho amoroso porque carece de herramientas líricas para interpretarlo en su contexto y su semántica irrepetibles.

Así, a partir de la Semiología del amor los matrimonios (sintaxis) en ocasiones contienen el valor semántico de vínculo más o menos saludable, y las relaciones de amor (amantes), contienen un valor semántico privado en el que las circunstancias pragmáticas caen con todo su peso sobre la naturaleza de los actos.

Observamos así que el amor, que constituiría el objetivo casi único de la humanidad, sobrepasa la rígida sintaxis matrimonial y la endeble estructura de los amantes para convertirse en objeto de una semiosis ilimitada.

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