CONTRATAPA
› Por Beatriz Suárez *
"Cuando ya no quedó nada que comer en los platos, el capitán se limpió los labios en la esquina del mantel, y habló con una jerga procaz que acabó de una vez con el prestigio del buen decir de los capitanes de río. Pues no habló por ellos ni para nadie, sino tratando de ponerse de acuerdo con su propia rabia. Su conclusión, al cabo de una ristra de improperios bárbaros fue que no encontraba cómo salir del embrollo que se había metido con la bandera del cólera...¿y hasta cuando cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?...toda la vida."
Gabriel García Marquez. El amor en los tiempos del cólera
La ciudad en la basura, la ciudad por su restos. Los restos hablan y ahí consisten hombres y mujeres, ahí está el natalicio incierto de Rosario o la ciudad que quieras, en los huesos roídos de puchero, en las migas que se desplomaron de la mesa, en el forro que tiraron del motel, las zanahorias que ya no quiero mas.
La ciudad: esa basura, un basural andante en cada gente, Lifchitz no es descartable, Suarez tampoco, ni Gonzalez, Martínez, etcétera, ni hay que tirar al tacho a Bilicich porque demoró una obra o no supo saciar exactamente la sed de todos.
La ciudad: bolsa de nylon, esconder lo que no sirve, expulsarlo del planeta.
Alguien calza unas viejas All Star y sin aires de científico recorre el basural a cielo abierto que hay en Alcorta o en Labordeboy, allí donde también están los gringos ricos por el precio de la soja pero buscando un bife celoso que tiraron así aunque sea alguien come algo.
Se revuelven restos de viernes a la noche, botellas de champagne brut y el extra bruto de todos los brutos piensa que Argentina no tiene problemas, pedacitos de cumpleaños feliz feliz y mas de una vez te llevarías a tu casa lo que para otro es basura ¿o no? ¿o al menos no lo pensaste?
Qué lástima tirar la comida, Gordita, me decía la Tata.
La basura sirve, es lo que quedó de la guerra de vivir, de la guerra primera; tragos de cena extravagante a cuatro coca colas, trozos de merca, de abstinencia, tinta de fábrica de pantalones, paquetes de cigarrillo del aburrimiento y una carta de amor que no fue enviada finalmente.
En la basura está la verdad pues la verdad se expulsa, se la empaqueta y, de ser posible, se la echa, lejos, que no estorbe, que no joda, que se vaya, en todo caso: que se la recicle, pero la verdad cruda no se ve, no está en la calle, no se ve el huevo podrido, la pata de pollo comida hasta lo último, hasta lo finito del hueso, no hay rastros de una menstruación inesperada.
En los paquetes de residuos hay mas verdad que en lo que quedó en la cocina porque la tarta perfectamente decorada es fácil pero la rutina de festejar las mismas cosas que no sirven con quien uno no quiere, eso no es visible.
No se nota el desamparo en que está el mundo, ni el odio, ni el malestar de esa noche o los silencios. Estos van de plásticos por ahí en las bolsitas de La Gallega con nudo imposible de romper.
Hay algo cierto en lo que juntan a la noche, en el amontonamiento oloroso que se recoge tracción a sangre, la cantidad de botellas vacías informa la tapa que hubo que ponerle al diálogo ¿será por eso que en las fiestas se bebe mucho? ¿será por eso que América tiene promesa etílica y recuerdos de heridas aún sangrantes?.
La ciudad te cambia por sus restos, vos juntas los residuos pero querés a la vez tirar todo porque lo que convoca es hacer de cuenta que no pasa nada entonces hay peleas por donde fundar un basural, en Soldini o Alvear, pero lejos. Buscar las de consorcio mas tenaces para envolver la idea principal y tirarla, y si es muy grande usar compactador, tirar el debate del aborto creyendo que el tacho es Argibay.
Que pase el mionca y allí vaya la vida para limpiar la casa de la mugre mas auténtica y que todo brille como el oro y nadie diga nada en honor a no sostener el malestar...total nada retorna y si retorna usamos una segunda bolsa y a la lona, que pasen otra vez y hagan el repaso usando una caja de palita ¿lo viste? Hasta cansarnos de escupir para afuera lo que nos mata, hasta que un día la muerte nos separe y sea el cuerpo lo que encuentres en tu recorrida de sábados con las All Star.
Arrojar al cesto la sinceridad, lo que define tirarlo envuelto en aislante aluminio que obtura, buscar la forma de no oler y no saber y no querer saber y tapar containers de vereda verdes comunitarios y asquerosos pues hay cosas que dan asco en el gobierno de calle Balcarce o Santa Fe y uno retiene la arcada. La retiene porque pasó la adolescencia. Que macana.
El tiro sería organizar la recolección, ponerse guantes por si penetran bacterias realmente peligrosas, decir lo que nos gusta, lo que fuimos, lo que leímos, lo que quedó pendiente en nuestras vidas, arrojarlo todo al lado de un arroyo y revisar. Tomar lo diferente con las mejores pinzas, no depositarlo en Cliba cada noche como si fuera un anti banco de valores.
Comernos la basura y digerirla, saber que todos somos indigentes a la hora del bife final, meter la mano en el tacho hasta el fondo, hasta donde no llegamos con los ojos, tocar lo putrefacto. El naranjo y la flor.
Y recién ahí. Recién ahí andar sin pensamiento.
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