Sáb 17.02.2007
rosario

CONTRATAPA

Los crímenes circulares

› Por Gary Vila Ortiz

La historia de Nicanor Pérez se fragmenta, se disgrega, se disuelve en tramas microscópicas. Se astilla como el vidrio de un espejo en el que pocos están dispuestos a mirarse. Vacila, parece avanzar hacia un final que ahora dudo que exista, se cuelan personajes laterales, melancólicos recuerdos de pianos y madrugadas, sueños incompletos, citas. Y entonces todo vuelve a empezar. Sin embargo, el origen de las desventuras de Nicanor no está en ningún lado: ni en las cuartillas pálidas, grises, del Libro de Alicia, ni en los Kioscos o Almanaques, ni en el auto de Vito Nervio. ¿Está el primer tramo de esa cinta que se cierra sobre sí misma en la carta que un desconocido me deja en la librería de calle San Juan? ¿Necesito, a esta altura, que un anónimo testigo confirme que los siniestros hechos que Nicanor cuenta le ocurrieron en realidad? Por supuesto que no. Nunca dudé de su relato. Simplemente he buscado, acaso para llenar el horroroso vacío con el que nos enfrentan las arbitrariedades o para entender que esa supuesta falta de racionalidad oculta una lógica precisa y feroz o para emular a algún detective de las tantas novelas que leí, he buscado, decía, las pistas que me llevaran a resolver el misterio de las tribulaciones que padeció (¿que sigue padeciendo?) el viejo Nicanor sin ver que, con sólo mantener los ojos abiertos y no dejar que la conciencia se adormezca, es sencillo descubrir que su historia no tiene principio ni fin, que a él (como a tantos otros) los poderosos, los que siempre se equivocan ganando, no le perdonaron ni le perdonarán jamás ciertos desplantes. La carta sin firma que me entrega mi amigo librero se cierra con unas líneas de Marguerite Duras; yo transcribo unas de "El corazón de las tinieblas".

"﷓¿Lo ven? ¿Ven la historia? ¿Ven algo? Me parece que estoy tratando de contar un sueño..., que estoy haciendo un vano esfuerzo, porque el relato de un sueño no puede transmitir la sensación que produce esa mezcla de absurdo, de sorpresa y aturdimiento en un rumor de revuelta y rechazo, esa noción de ser capturados por lo increíble que es la misma esencia de los sueños.

Marlow permaneció un rato en silencio.

﷓No, es imposible; es imposible comunicar la sensación de vida de una época determinada de la propia existencia, lo que constituye su verdad, su sentido, su sutil y penetrante esencia. Es imposible. Vivimos como soñamos..., solos". (Joseph Conrad)

Sí, los vi y llegué a seguirlos porque me llamaron la atención. No conocía a ninguno de los dos, pero después supe que uno de ellos era Nicanor Pérez. Lo que más me extrañó fue que la escena tenía un clima nocturno y estaba ocurriendo cerca del mediodía. Uno de ellos llevaba un sobre de una casa de música (ese era Nicanor) y el otro un maletín de cuero marrón oscuro, grueso, que apretaba contra su cuerpo. Si no recuerdo mal hacía calor pero el tipo vestía una camisa de mangas largas, calzaba zapatos de suela de goma muy alta y usaba unos anteojos bastante raros, al menos para mí. Había tomado del brazo a Nicanor y lo llevaba por San Martín hacia calle Rioja. Lo que era indudable era que lo llevaba y que Nicanor estaba pálido, demasiado pálido. El tipo era el que hablaba; Nicanor apenas esbozaba una o dos palabras y movía la cabeza con preocupación. Doblaron por Rioja hacia Sarmiento. No puedo decirlo con certeza, pero me pareció que el tipo obligó a Nicanor a cruzar de vereda cuando advirtió que se disponía a saludar a alguien que venía. ¿Por qué seguí a dos desconocidos? Mi intención, que no pude cumplir, era preguntarle a Nicanor por los discos que había comprado, uno de música de la India, otro de rituales tibetanos y un tercero de música japonesa. En la casa de música me habían dicho que era ese señor, señalando a Nicanor, el que había comprado esos discos. Lo seguí, pero cuando llegamos a la salida de la pequeña galería el tipo ya había tomado del brazo a Nicanor y él, aunque dio un respingo, siguió el camino que el otro le indicaba.

Pensé en un asalto, pero no era así. No sabía qué pasaba (lo supe mucho después, pero tuve miedo de decir algo al respecto. De eso estoy arrepentido y le pido perdón a Nicanor, pero el tipo tenía una pinta fulera y sin duda actuaba con autoritarismo, supongo que porque tenía permiso para hacerlo). Lo que ahora puedo decir es que detrás de ellos dos caminaba, como distraído, un tipo que parecía un calco del otro. Si cuento esto ahora, quizás muy tarde, es porque ya no tengo miedo: me quedarán a lo sumo siete meses de vida y no me importa lo que pase. Le mando estas líneas en una carta que no he firmado (mi nombre carece de importancia) y lo hago ahora porque veo que trata de reconstruir la historia de Nicanor y la interrumpe, se desvía, se confunde. Y se acentuó el deseo de mandarla porque vi a Nicanor tomando un café, envejecido, tambaleándose y con lo que creo era una tristeza sonriente que desconcertaba. Pero vuelvo a la escena aquella. Cuando el tipo lo soltó repentinamente, se dio vuelta y volvió sobre sus pasos siguiendo a su compañero, que había hecho lo mismo pero por la otra vereda, Nicanor se quedó detenido en la esquina y dudaba hacia dónde ir. Después enfiló hacia calle Córdoba, pero antes de seguir se sentó en un café, sacó los discos, los puso sobre la mesa y en un papel (mejor dicho en una servilleta) apuntó algunas frases. Volvió a guardar todo y movió la cabeza como pensando en lo que le había pasado (y yo no sabía con exactitud qué había pasado); movió la cabeza como diciendo que lo que le había ocurrido no le había ocurrido en realidad, que todo era producto de su imaginación. Me atrevo a decir esto porque después me fui enterando por los diarios de una historia siniestra que al parecer no tuvo fin. Pero siempre fui un pusilánime y no me animé a contar nada, a transmitir a nadie los detalles de lo que observé. Solamente ahora, pasados los años, enfermo y sintiendo simpatía por las cosas que aún hace Nicanor, me atrevo a escribir estas líneas. No servirán para nada, con seguridad, pero debo hacerlo, tal vez haya siempre un poco de tiempo para poder arrepentirme de no haber actuado como correspondía.

"No hay periodismo sin moral. Todo periodista es un moralista. Es absolutamente inevitable. Un periodista es alguien que mira el mundo, su funcionamiento, que lo vigila cada día desde muy cerca, que lo ofrece para que se vea, que ofrece, para que se vuelva a ver, el mundo, el acontecimiento. No puede llevar a cabo ese trabajo y a la vez no juzgar lo que ve. Es imposible. En otras palabras, la información objetiva es una mentira total". (Marguerite Duras, "Outside")

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