Lun 19.02.2007
rosario

CONTRATAPA

Material Combustible

› Por Sonia Catela *

Tres de la tarde, la hora indicada para la reunión, pleno julio aquí en la plaza de la ciudad de San Juan; siestita, sol que calienta. Y la fogata que armaremos, más, y con qué la haremos, mejor. "Traés lo tuyo" me saluda el doctor Vega , "usted tampoco se vino sin hacer los deberes", cabeceo hacia lo que lleva debajo del brazo, material incendiario; aparte, el abogado se provee de un aditamento: enarbola una soga "por si hiciera falta", no bromea; otros portan rollos de cuerdas, ilusionados con que del Carril aparezca, un del Carril que se esconde o huye a toda velocidad de lo que hizo. Pero aunque a febo lo tapara alguna nube, no se lo echaría de menos; vamos a plantar en el medio de la plaza un volcán en erupción, atizado con nuestra rabia y el material que usaremos de combustible; "¿a qué hora empieza el acto?", "como se dijo, tres y media", el doctor Vega se pierde entre la concurrencia, buscando algún candidato al que le caiga el sayo u horca justiciera, y sin que haya habido instrucciones explícitas en la convocatoria, la gente decente se acerca vestida con propiedad para esta ceremonia en que arderá la ciudad de San Juan, Isidro hasta resucitó el traje de su boda, negro como si celebráramos funeral, "Ave" me grita sin estridencias, una hoguera crujiente pese a que no se trate de la de San Pedro y San Pablo, "Amén" le respondo alzando dedos en V; y aunque del Carril no caiga por aquí para pagar su culpa, siempre puede infiltrarse alguno de sus cómplices con lo cual las sogas no habrían venido de vicio; enfilo hacia un cuello y un peinado que identifico, apetecible Luisa; "¿y el que no consiguió un ejemplar, qué hace? se me interpone Rosario Ramos con el séquito de su prole, "la imprenta oficial suministrará", aseguro, pero no se ve a nadie que carezca de su icono de fogata; la banda echa a tocar marchas y alboroza al público, el que se alienta con consignas porque lo requieren quemazón y festejo; en el centro de la plaza, sobre una plataforma ancha y baja, improvisada, mi amigo Horacio Leiva aviva el fuego que recién principia; me arrimo al cordón delantero de vecinos, ubicación de primer plano, y le recomiendo a Leiva "no te cortes solo en esto que podés tiznarte la camisa inmaculada ¿necesitßs una mano?". Nadie empuja, ni de atrßs ni de adelante, en formalidad de firmes en sus puestos, tampoco se come ni se bebe, y volviéndose hacia mí, Leiva acepta: "arrimate, traé alguna ramita chica que ya faltan pocos minutos para que el asunto se largue"; al pasar rozo la mujer que es mi antojo y me fascina, Luisa Ríos de mi deseo, "habría que ponerlo a del Carril en el centro", se enfervoriza ella, alza su puñito y habría, sí; le susurro un piropo que la entona, "después, después" promete un encuentro para cuando la ceremonia y el gozo se amalgamen y desaten abrazos en las penumbras del parque, final de esta fiesta y yo pueda enlazarte a vos, Luisa de mis ganas; pero el del Carril que debiera hallarse atado encima de la pira no sostiene con el cuero lo que ha rubricado con su desparpajo; se pone en vergonzosa fuga o en peor madriguera, cada cual sabe dónde le tira la siza del honor y la de un caballero no tolera huidas como ésas ¿y sus compinches? ¿los Núñez, los Rojas, los Leguizamón? ¿dónde se esconden? para ellos, soga. Vestidos domingueros, libro bajo el brazo, la gente se despliega en abanicos, y corea; ya se suben al palco autoridades de distintos orden y rango, el intendente local, el nuevo gobernador, púrpuras togales, birretes y charreteras, se adelanta el prelado, se enjuga las ovaciones, alza la historia, nos cubre con ella, hoy 13 de julio, aquí, en San Juan, un sacramento masivo, de hostia y sangre; hace pasar al primero que arrojará a las llamas la Constitución promulgada por del Carril, la que nunca debió pensarse, no ya escribirse, y el General Martínez la lanza a la hoguera, rezos y besos, con solemnidad desfilan sus subalternos, los funcionarios políticos, los enviados de las provincias vecinas, luego el público; cada de nosotros pasa, besa el anillo del pontífice y se desprende del libro impío, la Constitución que impusiera el fugado; las sogas se inquietan entre los dedos, quizá encuentren dónde poner su verdad; un silencio de misa se apodera de este lugar de la Tierra, arde San Juan, arden las hojas de la Carta que se pretendió magna, cómo imaginar que alguien esconderá uno de estos ejemplares, que uno de estos ejemplares malditos contará, para que el mundo sepa, se entere, de que en San Juan fue escrito: "ningún ciudadano o extranjero podrá ser turbado en el ejercicio público de su credo, cualquiera que profesase" pese a que todos sepamos y gritemos que la cosa es una, ésta, "religión o muerte" y nada fuera de ella.

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(El 13 de julio de 1825 estalló una revolución que derrocó al gobernador sanjuanino Salvador del Carril por sancionar una constitución que reconocía la libertad de culto; en ceremonia multitudinaria se quemó la nueva norma. A fines de 1867, en Santa Fe, por iniciativa del gobernador Nicasio Oroño se introdujo la autoridad civil para celebrar matrimonios y administrar cementerios. Estalló un levantamiento que depuso al mandatario bajo el lema "Viva Cristo y muera Oroño").

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