CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio
Uno: ¿Puedo hacerte un par de preguntas sobre el tema? Directo: ¿puedo preguntar? ¿Hay modo de que me dejes tratar de usar el qué, el cómo o el por qué sin que se tome como una afrenta contrera? Es apenas eso. Ganas de preguntar. De seguir pensando en medio de la crisis, sin otro ánimo de creer que el que dice distinto, a lo mejor, me reafirma en lo mío. O, quién te dice, me hace cambiar de visión. No dije de posición, sino de visión. Puedo reconocerte que muchas veces, en esta historia, las preguntas fueron envenenadas y con el sólo destino de influir desde la jodedura. Puedo reconocerlo. Yo mismo caí en esa trampa. Pero vos podrás, espero, darme la derecha si te digo que no tenemos ejercicio de escuchar otra voz sin pensar de qué se trata de una acción de conspiradores siniestros que vienen a quedarse con lo nuestro. Te reís. Leemos juntos la carta de un filósofo español que intenta definir a los argentinos. Y parece que viene a cuento. Los argentinos son "`el pueblo elegido'; por ellos mismos. Individualmente, se caracterizan por su simpatía y su inteligencia, en grupo son insoportables por su griterío y apasionamiento. Cada uno es un genio, y los genios no se llevan bien entre ellos; por eso es fácil reunir argentinos; unirlos: imposible. Los argentinos son italianos que hablan en español, pretenden sueldos norteamericanos y vivir como ingleses. Dan discursos franceses y votan como senegaleses. Piensan como zurdos y viven como burgueses, alaban el emprendimiento canadiense, tienen una organización boliviana, admiran el orden suizo y practican un desorden iraquí. Pero lo mejor es esto: Los argentinos jamás dirán no estoy de acuerdo con usted no comparto su opinión. Ellos simplemente anunciarán: Usted está absolutamente equivocado. Y a otra cosa".
Dos: Hay profesiones que merecen su reivindicación. Ahora que está en campaña tanto aficionado al poder, sería un buen momento. Obtusos políticos que hacen campaña alimentando su ego y, peor, creyendo que es obligación nuestra darles comida para su cometido, como si debiéramos agradecerles que se postulen para ser servidores públicos que mutan a dueños de prerrogativas de monarcas absolutos una vez en el poder, ellos, tienen una oportunidad.
Me gustaría vivir en una sociedad, me dijiste, que respetase y valorase a las empleadas domésticas, a las enfermeras y a las maestras. Y no me vengas con correcciones de género diciéndome que hay varones que limpian, ponen inyecciones o enseñan la regla de tres simple. Ya sé. Pero ellas son mayoría sin cupo.
Pobre sociedad esta la que no dispensa nada de gloria y menos de loor a las que te ayudan cada día en tus pisos, en tus ropas, en tus platos y ollas. Metidas a solucionarnos cosas que tienen que ver con nuestra vida más íntima, tu cama, tu comida, aún tus cotidianeidades inconfesables, ellas son apenas consideradas. Ni en la semántica: domésticas a secas, fámulas, siervas, la chica o la muchacha en el mejor de todos los casos. Trabajadoras de tanto esfuerzo físico como muchos otros y de decisiones vitales para tu día a día tienen todavía una regulación jurídica que no las iguala al resto de los mortales trabajadores. Medio trabajadoras. Media indemnización por despido, media licencia, sueldo de doble miseria, por supuesto. Discriminadas socialmente, imprescindibles para muchos de esa misma sociedad. Una vergüenza.
Y allí cerca, la que nos asiste en la desventura física. Enfermeras que te contienen el miedo cuando estás internado, miden la presión y sonríen para tu tranquilidad, te mienten sobre la comida horrible del hospital y sobre tu diagnóstico, pueden lavarte el traste o consolarte ante la desgracia con la misma ternura. Mal pagas, sin que les inyecten respeto porque su guardapolvo blanco no las hace doctoras, merecedoras, pocas veces de una propina que se deja, en monto y forma, como sus hermanas desprestigiadas que limpian, arriba de la heladera.
Pobre sociedad y triste sociedad la que no valora a sus maestras. Dolor de cabeza y preocupación familiar si el domingo la nena te dice que quiere ser maestra de grado, esa chica se va a morir de hambre, a los gritos, qué pocas ambiciones tiene esa criatura, por lo bajo. Querer se maestro es querer poco. Que no te respeten, que no tengas razón, que te banques lo que te toca y que te jorobes si no te pagan lo que corresponda. Madres sustitutas, guarderías de primer orden, despiojadoras, alimentadoras, sicólogas de alumnos y a veces de padres, las tontas deberían saber que enseñar que el cuadrado de la hipotenusa es igual al cuadrado de los catetos se enseña cueste lo que cueste, o acaso no es un apostolado.
Ser maestro es lo más parecido a Dios, me dijiste. Son pocos los que en sus profesiones hacen nacer cosas de la nada. Los que crean sin copiar. Los que lloran las primeras lágrimas o ríen las primeras risas. Desfloran la virginidad del mismo ser. Eso son las maestras. Ellas sí pueden. Poseen el privilegio de enseñar a escribir tu nombre, ¡por primera vez tu nombre escrito!, día de sol, mañana es lunes. Te dan el don de poder escribir. Creación primera. Y luego de leer. De leerte a vos mismo Creación pura. Y más. Te ayudan a entender. Con paciencia infinita, repiten, se sientan con vos, te llevan la mano o el entendimiento y ven parir el saber. De lo que sea. De los Urales y los Pirineos, de las isobaras e isoyetas, del día feliz en que se pueda decir lo que se piensa, del estado soy yo, de las amebas y paramecios, de fue la luz ya su vida y su elemento. Y nunca más, nunca ni nadie, volverá a provocar en vos ese primer fenómeno de ser. Son ellas. Las maestras. Madres del ser futuro. Del saber, del poder, del conocer.
Yerma sociedad la que no quiera reconocerlas a ellas tres.
Tres: El conflicto docente en la provincia con los docentes de Amsafe ha sido llevado a un extremo inadmisible. La violencia verbal y de las medidas de uno y otro lado podrían hacer presumir que lo próximo es la pelea física. Entonces es que te quiero preguntar si puedo preguntar. ¿Puedo hacerte un par de preguntas sobre el tema? Si la primera fuera la que intenta saber si es necesario que en la pelea de tus derechos docentes es imprescindible que los chicos no tengan clases, sería el venenoso que quiere empiojar la cosa del que hablábamos antes. Concedo.
Entonces la primera pregunta es: ¿vos suponías que quienes gobiernan iban a hacer otra cosa? Si la respuesta es sí, opto por la ingenuidad o la maldad con otros fines. Y ninguna de las dos posibilidades es menos grave. Creer que el gobierno (el que sea, al menos en estas pampas) va a hacer un discurso de reivindicación de los maestros como el que nosotros quisiéramos y luego va a traducirlo en retribución social y económica es ingenuo o malintencionado. No entendemos nada o queremos que así sea para generar el conflicto permanente. Y entonces, preguntás vos ahora, ¿esto significa que hay que bajar los brazos y dejarlos que mientan en sus discursos y nos estafen en los hechos?
Claro que no. Claro que no. La pelea por el derecho a un reconocimiento de los maestros merece ser dada. La pregunta, ahora es mía, es si debe hacerse a costa de llevar el conflicto a un callejón oscuro sin salida. Claro, también, no se puede creer que un gobierno use como modo de "negociación" la Secretaría de trabajo al mando de un empleado del patrón o golpee con el presentismo atrasando dos años en el calendario gregoriano y en el moral. Pero, sigo preguntando, ¿vos esperabas otra cosa de ellos? Seis días de paro contra cuatro de actividad para los pibes y los padres que atienden del mismo lado del mostrador que los docentes, ¿es la única alternativa? ¿Qué viene después? Y a vos, a los docentes, me atrevo a preguntártelo pidiéndote casi una respuesta heroica. Porque siento que en vos cabe la pregunta. ¿O pretendés que les pida una actitud heroica a los inquilinos del poder? Con la casi exclusiva excepción de la vicegobernadora María Eugenia Bielsa, la mejor dirigente que ha dado la provincia en mucho tiempo, por talento, convicciones y coraje de poner la cara siempre (no resisto abrir el paréntesis y preguntarme, otra vez, si no sería ella la más interesante propuesta para disputar el sillón de la casa Gris en vez de postularla al premio consuelo de una banca perdida por allí), con la excepción de ella, al resto no puedo pedirle que manejen el código del heroicidad gubernamental de hacer, una vez, al menos una vez, algo menos burocrático (¡y que responda a los ideales más elevados!) que acomodar el presupuesto.
En cambio a vos, a los docentes, sí puedo pedirles. Que no bajen los brazos porque no están solos. Que sepan que creemos en ellos y en la creatividad que alguna vez los hizo ver la luz de la carpa blanca, pequeña pero contundente, permanente con paciencia oriental, repleta de artistas y de gente de todos los días, que logró torcerle el brazo a un gobierno terco como pocos. Que creemos en ellos, en la carpa y en las tantas ideas que, seguro, han de tener para proponer para que el conflicto permanente quede reducido a un par de dirigentes que no entienden nada más que ganar una elección interna y nos deje del otro lado, del mismo del mostrador, a los que queremos docentes dignos, dignificados y pibes pariendo en lápiz o en tienta su propio nombre en este día feliz, en donde se pueda decir y preguntar lo que se quiera.
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