CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Porque el vínculo de ellos depende de que un tercero respire, y porque ya hay sentencia de muerte para él, que Juan Pablo diga lo que se le ocurra, que diga: "Y te me ponés todas las alhajas, para eso te las compré", para eso, para calentarse, para que lo calienten; le sube la temperatura pero no mientras Milena va quitándose apurada el trajecito, sino a medida que ella sopesa las joyas del cofre, a medida que se pone esta ajorca en el tobillo, calza cada anillo con su piedra en cada dedo, se abrocha las gargantillas (estímulos que comienzan a excitar reflejos asociados en la carne de él), se prende los aretes, todo de oro, y espera, tendida en la cama, (con cierta laxitud que Juan Pedro se inclina a confundir con servilismo pero es cansancio, se ha dicho Milena), espera que se le eche encima, sin embargo, aunque abre brazos y piernas dispuesta a alojar el cuerpo tenso, el ritual previo no termina; Juan Pedro hurga en el bolsillo superior de su saco, le tiende otro estuche, "abrilo", tiene que erguirse y desenvolverlo, caso contrario enfrentar una discusión y los cuarenta grados que todavía se cuelan de la calle han evaporado todo ánimo para mantener algún atisbo de dignidad que requiera reproches sobre el pellejo o calzarse guantes de rencilla; Milena toma las láminas cilíndricas 18 quilates (siempre es oro del mejor, 18, 24 ) se las coloca en los lóbulos, y, en el dedo pulgar del pie la que va en el dedo pulgar del pie, se verifica en el espejo, la momia de una egipcia enjoyada, pero sin demasiado margen para morder reflexiones porque Juan Pedro ha logrado ya su erección y porque la tiene la ejerce, con método y ritmo, como cuando juega al tenis, momento en que se atreve a averiguar, saliva sobre el hombro desnudo y sin miradas: "Como están las cosas", y porque quiere que le contesten "bien", de eso lo provee, "Bien"; está ahí para asentir, al fin y al cabo, aunque no sea su puta, y se le escapa una risita, ojalá fuera su puta y no una esposa embalsamada, de encuentros esporádicos, "¿Lo sacaron del aparato?"; su hombre juntó coraje y calibró que puede afrontar un "sí", si no, no preguntaría; pero no hay de qué preocuparse, "Pablito todavía sigue en el respirador artificial" lo alivia al hombre, el hijo vive todavía, claro, pero no por mucho tiempo, suerte para vos Juan Pedro. Y porque él la besa, no, no la besa, besa los eslabones de oro, los anillos, las ajorcas, el aro en el ombligo, el de la vagina, sus cuerpos aún no se desprenden.
"Para qué gastás plata en mí", repite más tarde Milena, quitándose de encima la escenografía de ópera, respirando como Pablito allá en la cámara de oxígeno que le mete aire para que siga jadeando, todavía vivo, "¿No te gustan las alhajas? ¿Por qué no querés que te agasaje? sos mi mujer", "Toda esa plata... No vale la pena ¿Vas a ir a verlo hoy?", "Justo hoy... sabés de mi viaje a Paraná", "El nene pregunta mucho por qué no apareciste en toda la semana", y porque Pablito es Pablito, jamás fue aceptado por Juan Pedro: representa para él la imagen viva del fracaso personal, es más, el hombre deseó oscuramente que no fuera su hijo y la sometió a la humillación de hacerla vigilar por un detective que se esforzó pero no encontró el pelo en la leche, o el esperma ajeno en su útero; "Vos explicale por qué no pude ir ¿no le explicaste?", "Una semana entera que no pisás el sanatorio, acercate un ratito, él pregunta"; Juan Pedro esperando que la anomalía se aleje, Pablito "Prader Willis", 220 kilos, síndrome raro, incurable, Pablito en el shopping, tomando un sundae y la silla que se desbarata bajo sus nalgas, la masa humana cae, se hunde en el espacio, invade mesas vecinas, las enchastra, el monstruo y el padre del monstruo; por la calle, yendo a las fiestas escolares a pie, tomado de la mano del fenómeno porque Pablito no entra en el auto, él esforzándose en comprar alhajas para sostener el vínculo con el hijo a través de los contactos maritales, pero que la anormalidad se vaya, que no respire, que no esté más entre nosotros, "Hago lo que puedo", dice Juan Pedro, se calza su corbata aunque dentro de unos minutos vaya quitársela para su partido de tenis, "Vení que te la acomode, te quedó torcida; acercate al sanatorio aunque sea media horita", se aleje de una vez, se borre, "Voy a hacerme una escapada, por darte el gusto".
"Cuidate" le recomienda Milena, y a él lo acuchilla el fugaz filo de lo que verdaderamente siente por el hijo, de lo que no quiere enterarse, "Manejaré con cuidado", se despega, la besa, sale.
Y porque Pablito, Milena devuelve al cofre los eslabones que sostienen el matrimonio, tratados y convenios para que el mundo ande un rato más, guardarlos en la caja fuerte y llamar al hijo para avisarle que no se duerma, que se ponga contento, que adivine quién va a ir a visitarlo dentro de un rato y seguramente le llevará un chocolate, uno de esos chocolates con dulce de leche que tanto le gustan y que papá nunca deja de comprarle, el mismo que Milena acaba de poner en el maletín de Juan Pedro, con recomendaciones de que no se lo olvide en el portafolios, que lo saque y meta alboroto y el mundo ande un rato más.
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