CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías *
A Masquique
¿Quién desata el hilo del relato? ¿Quién quita el nudo de esa madeja enrevesada que descansa en el lugar más recóndito y suspendido de la memoria?
¿Y ese relato, cuando se libera para quién no lo hace? Y cuando eso sucede, tampoco sabemos por qué lo hace ni cómo, pero sí sabemos para qué. Para que los otros busquen en ese tapiz sus propias historias.
Si yo digo por ejemplo estos nombres que estallan en mi memoria como pequeños brotes tardíos : Domingo Cantalicio Castillo, Isidoro Gutiérrez, José Alonso Mercadale, Acísculo Ochoa, Cipriano Carmen Herrera, Albino Arias, Raúl Cornelio Arias a quien llamaban "El Manco" y teniendo dos manos nunca supe el por qué del apodo.
Sólo yo puedo dar fe que detrás de esos nombres había hombres que transitaron las calles polvorientas de mi pueblo, cuando el mundo recién comenzaba. Cuando todo era posible. Cuando la vida era una celeste pizarra vacía, allí uno debería comenzar a tramar ese tapiz con un pequeño trozo de tiza que se nos dio, claro que sin decirnos cómo había que escribir sobre esa superficie impoluta.
Isidoro Gutiérrez era músico y flaco, usaba siempre barba de varios días sombreando sus mejillas enjutas y chupadas, que sólo tenían vida como sus grandes ojos oscuros cuando sus manos de alambre golpeaban rítmicamente esa leve batería de entonces, sin director de sonido, se entiende. Sólo su énfasis que apenas contenía la batuta de Donato Yocco, inefable conductor de esa pequeña orquesta del pueblo.
A Isidoro Gutiérrez le decían "El Tero", porque de sólo verlo tan flaco se lo podía asemejar a ese bicho simpático de la cañada. ¿A qué otra ave se lo podría comparar? Si era como él, tan atento, tan bueno que uno no entendía cómo alguno de sus hijos se dedicaron a malvivir.
¿Y Cipriano Carmen Herrera, al que por su color de piel le llamaban "Chocolate"? nunca tan bien puesto un apodo.
Era extremadamente flaco, cualquier pantalón siempre le caía como una bolsa en ese cuerpo largo y esmirriado. Era extremadamente tímido también, hasta que el primer baso de vino espeso lo ponía belicoso y corría a las mujeres pretendiendo tocarlas y las más de las veces recibía sus buenas cachetadas pero alguna vez lograba ganarse el vino que le ofrecían como apuesta los vagos del pueblo si tocaba alguna parte pulposa de la pobre desprevenida que pasaba por allí.
Muchas veces entraba a la comisaría, pero ¿qué se podría hacer con él? Sólo dejarlo dormir la mona en el calabozo, si al despertar decía que no se acordaba de nada. Alguna vez también recibió algún tacazo de zapato femenino, de los llamados "agujas", que le dejó una buena cicatriz en la frente,
Y, mientras yo barajo estos nombres estos retazos de recuerdos ¿cómo hago para relatar el vuelo eléctrico del picaflor sobre la rojísima flor del calistemo? Puro pico y verde tornasol que se para en el aire denso de diciembre, embellece la vista y parte como una flecha en el agujero del cielo.
¿Cómo retener en las pupilas absortas, el vuelo tenso de las tijeretas, el errático merodear de las golondrinas, el oscuro nubarrón que como un telón instantáneo cubre de oscuridad las parvas y las casas, o el callejón que junta cardos de flores violáceas al costado de sus zanjones hondos. Si las retinas fueran una matriz perfecta uno podría reponer en un papel el anca del caballo oscuro contra la lluvia, que ponía una sábana fina sobre las cosas, los árboles, la gente.
¿Y los otoños? Aquellos otoños de antes que explotaban de un dorado silencioso en las hojas crujientes de los plátanos con sus secas nervaduras muertas tiraban su ocre sobre los fresnos y las casuarinas, invitaban al primer pulóver del año, escondían los cuerpos al atardecer en la cocina donde el fuego protector chisporroteaba de marlos insolentes, rojísimos, dejando una ceniza blanca y ociosa.
¿Quién desata el relato?
Nosotros. Los que quedamos con este cúmulo de sombras entre los dedos asombrados, los que no queremos dejar morir el rostro borroso de los hermanos Moreno el Boli, el Tuca, el Negro pero cuando ellos, eran como uno, niños, ya que nunca más los volví a ver. ¿Adónde están todos ellos, estarán vivos y dónde? ¿Qué habrá sido de sus vidas posiblemente oscuras, posiblemente grises, llenas de dudas y de hijos y también de deudas, viviendo o sobreviviendo como se puede en esta ciudad violenta e insolidaria.
De todos modos me queda el consuelo mínimo y módico de retener este hilo único del relato donde se tejió aquel tapiz antiguo y lo voy desenhebrando con lentitud para que todos puedan ver aquella trama significativamente viva que se resiste a morir pese a todas las miserias que nos acosan en este vacío escenario de los tiempos por venir.
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