Sáb 31.03.2007
rosario

CONTRATAPA

Luciérnagas insomnes

› Por Gary Vila Ortiz

Las últimas hojas que encuentro en el estuche de la antigua máquina de escribir Continental que me han cedido en préstamo mientras reparan la mía despejan algunas dudas y agregan otras. Existe un segundo cronista (que no soy yo) de las desventuras de Nicanor Pérez y, si se me permite opinar, creo que es un tanto confuso y desmañado, porque mezcla textos en primera y tercera persona, salvo que mi amigo ahora redacte sus fragmentos de esa manera. Aparece también un segundo biógrafo (que evidentemente tampoco soy yo, porque no tengo treinta años menos que Nicanor ni escribí un libro con un título tan pretencioso ni reniego de mi oficio de poeta) a quien (¿el cronista o Nicanor?) le atribuyen la cita de Piglia que anoté hace un par de semanas. ¿Será que la impiadosa canícula ha embotado a Nicanor Pérez? ¿O yo soy otro, mi viejo amigo? Lo extraño, espero verlo pronto así podemos naufragar juntos en una módica borrachera y hablamos del otoño, del jazz, de otras nostalgias por el estilo.

* El graznido de las gardenias. Esas cosas que llamamos raras ocurren. Pocos saben que las gardenias graznan. Y también las luciérnagas. Lo hacen solamente a veces, acaso cuando se creen muy solas, pero no lo sabemos con certidumbre. Las gardenias, como las luciérnagas, logran desplegar una ternura muy particular en el ambiente en el que expresan su canto tan secreto. El espacio donde lo hacen puede ser muy amplio, pero eso no importa. Recuerdo en el campo: desde los alfalfares de los Morteo hasta el arroyo donde estaba el tambo de los Pemberton el graznido de las luciérnagas llenaba de gozo a los caballos, las ovejas, los teros, las lechuzas y los chimangos. Para el diccionario, siempre antiguo, sobre todo si se pasa de la última edición, tan sólo graznan algunas aves como el cuervo, el grajo y el ganso entre otras, y es cierto que graznan, pero eso solamente pasa en el mundo de la zoología. El graznido de las luciérnagas y el de las gardenias (y es posible que el de algunos conejos, pero no me consta) es espiritual, modifica el alma, y es por eso que ha provocado grandes y graves polémicas. Hasta hubo un grupo de fanáticos miembros de una iglesia que no recuerdo si llevaba el nombre de una obra de Brahms o el de un pequeño cañón de artillería utilizado en las guerras coloniales, que llegó a pedir la pena de muerte para quienes profanaran el reino de dios blasfemando de tal manera. Pero dejemos las cosas como son.

* La pulga y el microscopio. La pulga es el único ser vivo tan pequeño que ningún microscopio puede modificar su tamaño. La identidad (al menos en el tamaño) de la pulga es inviolable. Hubo excepciones a lo largo de la historia: las pulgas de los habitantes de Auschwitz, las de los que estaban en Nagasaki cuando fue arrasada, las de los armenios cuando fueron masacrados por los turcos, las pulgas de los vascos de Guernica bombardeados por los nazis, sí aumentaban su tamaño bajo el lente o las lentes del microscopio. Alcanzaban la reducida y deleznable altura de quienes habían perpetrado los crímenes en cuestión.

* Contar lo que fue destruido. Habría que preguntarse para qué si ya está y los demás no se dan cuenta. Ignoro si los personajes siniestros que tuvieron algo que ver lo sabrán, pero eso no los pondrá ni contentos ni tristes ni nada que refleje la sombra de un sentimiento humano. Más o menos humano. Ellos, como otros en otras épocas, cumplen con el cometido que les indican y lo que hacen les resulta lo mismo (salvo la parte técnica del asunto): pescar mojarritas o degollar a un niño o hacer una redada en la noche donde los muertos no llegan a contarse. Intento pensar qué fue destruido, vuelvo a pensar, memorizo, trato de encontrar la vuelta de tuerca que nunca se encontró. Mejor dicho, que yo mismo no encontré. La intuí, me dolió, y la dejé a un lado. ¿Qué fue destruido? Diría que todo, pero es una exageración. Debería decir que mucho fue lo que se modificó, lo que en cierto modo significaba una destrucción que supongo sólo yo notaba. Los demás estaban como distraídos. No los puedo olvidar aunque quiera. ¿Les deseo algún mal? En ocasiones, por ejemplo, que se les encarnen las uñas y les duela. ¿Les deseo algún bien? A uno ignoro qué bien podría desearle. Otro tiene lo único que deseaba tener en su vida: dinero. Y ahora le sobra. Sabe que no tapa los agujeros de su conciencia, pero eso no le interesa. Tiene la cabeza totalmente pelada, la cara redonda como un cerdo. ¿Es feo como el señor Gog? No, el papiniano personaje era feo pero más noble que ése de quien hablo sin hablar. Debo detenerme. Cuando uno empieza a sentir rencores la maquina de escribir no suena de la misma manera. Dejemos esto de lado. Veamos los efectos colaterales. Uno comprende varias cosas: la exacerbada percepción de los colores y las sombras, el convencimiento de que la intuición es suficiente. Todo esto es posible que deforme la realidad, pero hasta ahora no sé bien de qué manera. El chocolate sigue teniendo gusto a chocolate, pero no es chocolate. El atardecer, indiscutible, el mismo color, el mismo tono de despedida, el mismo sentir de chau esto y nada más y mi abuelo, la macana en la mano, el silencio de alguien que no necesita decir más. Una cosa así, pensaba, el atardecer sobre el Arroyo del Medio. Ella, desde el sitio que sea en el inmensamente pequeño territorio del departamento, desde sus veinte años menos, me dice: ¿Solamente vas a pasar el día durmiendo? Es cierto, soy el hombre que ahora duerme y sueña y en ocasiones no sueña y tampoco duerme. Pero parece. No el único. Pero con diferencias que importan para el suceder de la historia que no sucede.

Dancing in a certain dark. El querido Nicanor ha logrado por fin que alguien lo escuche. Con esfuerzo, es cierto, pero lo escucha. Además, el que lo soporta se ha transformado en algo parecido a un biógrafo, pero respetuoso, eso sí. Con unas cuantas ventajas: don Nicanor era íntimo amigo de su padre, por lo cual le lleva cerca de treinta años; además es escritor, aunque lo niegue. Autor de un libro hoy inhallable, Entre el diablo y al este del sol, y de un puñado de narraciones curiosamente inéditas considera, con Emily Dickinson, que publicar no es parte esencial del destino de un poeta. Borges, al comentar esta expresión, dice que se trata de un escandaloso dictamen. En cuanto a quien escucha a don Nicanor, se va convirtiendo en una especie de Herbert Lottman, con algo de Sherlock Holmes y por momentos de Arsenio Lupin, pero siempre manteniendo el estilo y ese toque del autor de Fin de semana en Hong Kong. Sus notas se han ido ramificando y el trabajo cada vez es mayor. Lo acosan las dos mujeres que ama, Soledad y Anita, permanentes presencias en su vida, pero ese acoso ha afinado su puntería. La cita, por ejemplo, de un poema citado por un personaje de Piglia (o Piglia mismo) lo aproxima, como dando un largo rodeo (Rosario, Hong Kong, Alejandría, Praga, Buenos Aires, regreso a Rosario) a los recuerdos de un Kafka, de un Durrell, de jardines que se van bifurcando a lo largo del tiempo y del espacio.

Los calambres, los insomnios, lo que seguía. Asuntos aparentemente frívolos lo detienen. Comprende que allí están algunas de las claves que busca. Don Nicanor es perseguido por los calambres, de noche sobre todo, y de los calambres hay un corto estrecho de Dardanelos al insomnio y de allí a todo lo que sigue. Y ahora, en medio de la navegación, la sorpresiva aparición en el viejo Nicanor de la diabetes, una enfermedad a la que nunca pensó en llegar. Don Nicanor le cuenta a su joven biógrafo que los calambres para él se habían transformado en un mal metafísico, una señal de lo que pasaba y al mismo tiempo un estado en el que la memoria se le venía encima. ¿Podrá hacer lo mismo con la diabetes? Junto a la Apología de Sócrates y a La tumba sin sosiego, La rama dorada es uno de los libros de cabecera (son más que eso, pero debemos llamarlos de alguna manera) de Nicanor. En las noches, cuando los calambres lo llevan al insomnio, se pregunta qué ocurrirá con su alma durante esos momentos. Sabe, por Frazer, lo que pasa durante el sueño, pero en el estado intermedio del insomnio, ¿entonces qué?

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