CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
En lo que hace a mí y a don Nicanor Pérez, como a Fernando Quaglia (compañero en la aventura desde los primeros días), esperamos a mister Wingren. Fernando y yo no sabemos si existe o si son varios los que vienen haciendo ese papel; mi amigo Nicanor se mantiene en silencio y no parece dispuesto a entregar demasiadas pistas. Creemos adivinar, por lo poco que nos cuenta, que hay una anciana que dice haberlo conocido y más aún que fue su amante y guarda sus cartas y un par de borrosas fotografías, pero vive en el campo, lejos de aquí, cuidada por una servidumbre de fantasmas. Don Nicanor nos avisa que buscar esas cartas no tendrá el clima de "Los papeles de Aspern", cita para lectores, no para eruditos, aunque convenga sospechar que Henry James es demasiado para algunos lectores de estos días. En la obra, que James escribió hacia 1888, una dama que vive en Venecia guarda celosamente cartas íntimas de Shelley y un poeta se lanza en su búsqueda. El relato, no muy extenso, tiene una inolvidable descripción de Venecia y James la recorre con verdadero placer, acompañado por esa ambigüedad de la cual estaba orgulloso y la consideraba "la señal de un hombre civilizado".
Donde tenemos que ir nosotros sostiene don Nicanor no es ninguna Venecia. El campo es inmenso, la casa es formidable, pero abundan las goteras y si hay mucha agua es por las inundaciones, que carecen del romanticismo que parecen tener las aguas venecianas. Además, no buscamos poemas de Shelley sino aquellas cosas que puedan aclararnos algo mi propia historia. Es decir, como una paradoja digna de Chesterton, yo me voy a buscar a mí mismo en los papeles de otro, que están en poder, hasta dónde sé, de una dama que se me antoja será como un doble de la anciana del relato de Faulkner "Una rosa para Emily".
Disculpe lo interrumpe Fernando en un inesperado arrebato de temeraria locuacidad, pero hay algunos datos que no comprendo. He seguido la crónica de sus desventuras durante meses y hasta hoy creía que el esquivo mister Wingren era el hijo de uno de sus amigos de la infancia que lo estaba ayudando a ordenar, si es que podemos usar ese término, sus memorias. Y ahora resulta que...
No, no, no, discúlpeme usted a mí don Nicanor alza sus manos mientras me mira y, sin que Fernando lo note, me guiña un ojo. No sea impertinente.
Fernando se sonroja y baja la vista. Don Nicanor continúa, divertido.
Parece que su joven amigo ha leído demasiados policiales ingleses, Gary. No existe una respuesta racional para todas sus preguntas. No pretenda que todas las piezas encajen, que todos los cabos queden prolijamente atados. Mister Wingren puede ser un viejo, un niño, hasta una mujer, por qué no. O todos. O ninguno. Quizás ni siquiera sea mi amigo ni se llame Wingren, quién sabe.
Bueno, don Nicanor, no se ofusque retruco sonriente, es que nosotros estamos esperando ansiosos la llegada de mister Wingren y sabemos que todos esperan algo o a alguien y que son pocos los que encuentran y si lo hacen siempre es tarde. Como Vladimiro y Estragón, siempre esperamos; todos, como Estragón y Vladimiro, esperan.
Don Nicanor también sonríe y nos dice que aún habiendo leído algunos textos de Beckett, los fue dejando de lado porque lo que le apasionaba era ese misterio del esperar. Nos muestra entonces un viejo cuaderno manuscrito en donde aparecen, sin explicación alguna, fragmentos de "Esperando a Godot" precedidos por una cita en inglés del "East Coker", uno de los cuartetos de Eliot: "O dark dark dark. They all go into the dark, The vacant interstellar spaces, the vacant into the vacant...."
Y luego las citas de Beckett. Mientras nosotros esperamos a mister Wingren leemos esas notas y luego las paladeamos en algunos comentarios que van como dejando de lado ciertas realidades que sin embargo no podemos negar.
Estragón: "¿Verdad que siempre encontramos algo que nos procura la impresión de existir Dios?"
Pozzo: "He dejado de llorar. De cierto modo usted me ha reemplazado. Las lágrimas del mundo son inmutables. Cuando alguien empieza a llorar, alguien deja de hacerlo en otra parte. Con la risa sucede lo mismo. Así que no hablemos mal de nuestra época, que no es más desdichada que las precedentes. Tampoco hablemos bien. No hablemos de ella...".
Estragón: "No pasa nada, no viene nadie, nadie se va. Es terrible...".
Estragón: "Otro día que nos hemos quitado de encima".
Pozzo: "Hace apenas un instante me decían ustedes Señor temblando. Y ahora me hacen preguntas. Esto va a terminar mal".
Vladimiro: "¿Y no te han pegado?
Estragón: Sí...no mucho
Vladimiro: ¿Siempre los mismos?
Estragón: ¿Los mismos? No sé".
Vladimiro. "He aquí todo un hombre que se las toma con su calzado, cuando el culpable es el pie".
Vladimiro: "Uno de los dos ladrones se salvó. Es un porcentaje honesto".
Estragón: "¿A quién quieres que cuente mis pesadillas privadas sino a ti?"
A Beckett le bastó pensar en la imagen de un camino y un árbol para partir de allí y hacer que "Esperando a Godot" fuera una forma de hacernos comprender que en esa espera del que no llegará se encuentra como detenida la condición humana. Nosotros, menos valerosos, esperamos en un café y nuestro único valor consiste en aceptar la prohibición de fumar. Eso de que "fumando espero a la que tanto quiero..." no vale para nosotros, pero no solamente porque no podamos encender el cigarrillo, la pipa o el cigarro; más bien porque no esperamos a alguien que queremos sino a alguien que muy probablemente no exista y siempre será como una sombra inalcanzable.
En un libro, creo que indispensable al menos para el buen lector de los cuatro escritores de Dublin de quienes trata (Wilde, Yeats, Joyce y Beckett), Richard Ellman afirma que, en "Esperando a Godot", este último expuso su ánimo y su coraje que son, agrega, tan memorables como los de Kafka, aunque los personajes kafkianos parecen luchar con alguna resolución y en cambio los de Beckett resisten sin resolución alguna. No están ni tan siquiera seguros del motivo que los hace esperar y es probable que sigan esperando. ¿Cuál es nuestra disposición de ánimo en el café donde esperamos a mister Wingren? Posiblemente, arriesga Fernando sumido ahora en su habitual timidez, pero sin duda alguna, sea la de estar en un mundo kafkiano, saberlo, pero tener la actitud de Beckett.
Un desastre, che contesta don Nicanor, zumbón. Qué mala es la influencia de este tipo, siempre sumido en esas cavilaciones. Y empezó temprano. Aquí, entre las amarillas páginas de este cuaderno de donde saqué las citas de Beckett, que data de 1985, también hay una carta suya, Gary, en la que me habla de algunas conversaciones con este joven que sólo tienen alguna alegría cuando mencionan o se detienen para escuchar algo de Teddy Wilson o de Nat King Cole. Déjense de embromar, ustedes dos.
Alguien acota que eso está bien. La voz suena detrás de una mampara que divide el local. ¿De quién es esa voz? No atinamos a movernos. Y la misma voz sigue: "¿Recuerdan el final de Molloy? Tienen que recordarlo. Entonces entré a la casa y escribí: es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía". Ahí nos animamos a tratar de encontrar quién es el que habla. Pero no hay nadie. Queda, sí, el dejo de un murmullo que comenta: "Según Buster Keaton, la voz de Beckett era tan impresionante como su presencia".
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux