Dom 20.05.2007
rosario

CONTRATAPA

Estado que no supo y no pudo

› Por Luis Novaresio

Uno: El fuego ardía. En la avenida de la Circunvalación con gomas quemadas y en la Casa de altos estudios con los gritos y, no me digas, con las ganas de encender otras gomas por si algo pasaba. ¿Nada que ver? Y yo sentí que sí, que tenían mucho que ver. El relato era, y es, parecido. Reclamo por el cambio de las condiciones de vida o no dejamos circular. Unos, golpeados por el agua y la pobreza en las tierras de la revolución productiva. Otros, golpeados por el cansancio de un gobierno que dicen que no los representa a la hora de encontrarse alumnos y docentes para hacer el conocimiento. Es distinto, me decís. Yo lo veo muy similar, te aseguro. Alguien empezó preguntarse hasta cuándo. Será que intentaba pasar por la ruta o será que intentaba entrar a la facultad para seguir trabajando. La pregunta era, es, hasta cuándo tengo que bancarme las consecuencias de algo que no hago. Para pasar por la Circunvalación. Para que siga la actividad universitaria. ¿Hasta cuándo?

Dos: Ni el más recalcitrante liberal anclado en los dorados 1800, en donde dejar pasar y dejar hacer era regla de oro, sostiene hoy que el Estado no tenga funciones sociales importantes. El Estado debe prevenir problemas, solucionar esos mismos problemas si a pesar de todo se producen y finalmente organizar las consecuencias de esos problemas si ni la prevención ni la asistencia alcanzan a la hora de la convivencia social. Estas actividades básicas, crecen en acento en la prevención y asistencia en los países que se definen como socialistas o de izquierda. Baste mirar en las naciones de mejor nivel de vida integral, los escandinavos, cómo se atiende a la protesta social y cómo, en su caso, se respeta el derecho de protesta. Protesta a las autoridades, no a los otros ciudadanos, te adelanto a decir.

Pero quedémonos en esto. Prevenir, asistir y, finalmente, organizar.

Tres: No hubiese querido estar en sus zapatos. Me cuenta que buscó en la guía de teléfonos y cuando estuvo seguro le preguntó a su superior si tenía que hacerlo. La vocación por ser policía, me dice, le viene por la sangre. Su abuelo y su padre, más en un tío de parte de madre, vistieron el uniforme. Los tres le aconsejaron que buscara otro laburo. El abuelo le decía que se haga cura. Casa y comida aseguradas, trabajo menos pesado y, en los tiempos que corren, ninguna de las privaciones que a un pibe de 20 años le preocupaban. ¿Me entendés, nene?, le guiñaba el ojo el abuelo. Pero fue su padre, quien viendo que el chico quería ser policía como él, el que le dijo: ni siquiera importa lo que yo digo. El único que puede decir sos vos. Y él dijo: ¿le tengo que avisar yo, señor, a la familia? Llamó a Villa Constitución, lo atendió una piba y le dijo si podía hablar con su padre. La chica le dijo que el hombre había salido corriendo a Rosario porque su abuelo había sido asesinado. Y lloró. El policía no le dijo nada más. Tenía ganas de llorar con ella y contarle que él había visto a su abuelo apuñalado en el camión y que ayudó a bajarlo. Que él, hubiera querido decirle que pasó toda la noche en el piquete tratando de evitar que los conductores se pelearan con los diez o quince manifestantes y que los camioneros que venían de lejos entendieran que este país es así. Ni bueno ni malo: Así. Pero colgó. La familia del hombre asesinado ya sabía de la muerte.

Cuatro: ¿Es tan descabellado pensar que el Estado debe poder prevenir las consecuencias de un corte de calle? Es más: ¿Es un disparate que ese mismo Estado debe tener que poder prevenir con su accionar que se corten calles y rutas por las que transitan simples cristianos que, a lo sumo, tienen un pequeño mejor pasar que los que piden? Supongamos que esto último es de casi difícil tarea en un país devastado por la inequidad que persiste a pesar de los fuegos artificiales dialécticos de algún ministro con un cardenal. Supongamos que no se puede pedir que no haya piquetes en una nación en donde el propio vértice del poder nacional los apañó o alentó cuando le fueron funcionales a sus mezquinos deseos circunstanciales. Supongamos que el único modo de hacerse visible sea interrumpir el flujo circulatorio de un cuerpo social denigrado. ¿No hay modo de pensar en mitigar los efectos de esos cortes? Hay que ser tan obvio para pedir que Inspectores de tránsito, Guardias Urbanos, Patrulleros, TOE o lo que fuera, estén diez o veinte kilómetros antes del conflicto previo pensar (dice pensar) cómo atemperar el conflicto circulatorio? El ciudadano que esta vez no está golpeado por un conflicto merece al menos que se lo advierta, 24 horas sobre 24, que deberá tener un problema en su tránsito para ir a trabajar, a su casa o a dónde se le ocurra. Y conste que el derecho a ir a dónde se le ocurra sin dar explicaciones o ser considerado un burgués insensible, todavía es constitucional. Salvo un grupo de policías a los que se les heló la sangre en la ruta con los piqueteros haciendo de guardias de seguridad y de negociadores políticos (¿el responsable político de la policía no debería haber ido a negociar en persona?) no apareció nadie hasta que la desgracia de la muerte de un camionero sacudió a todos.

Prevenir. Primera tarea. Prevenir.

Cinco: El camionero no murió por culpa de los piqueteros. Otra obviedad que necesita ser escrita. El asesinato no fue hecho por las manos de los que cortaban la ruta. Es cierto que de no haber existido el corte ese hombre no se hubiera desviado y posiblemente, con grado de cuasi certeza, los ladrones no lo hubieran visto. Pero echarle la culpa a los que estaban sobre Circunvalación del homicidio es temerario. En todo caso habrá que ver qué pasó para que el desvío no fuera apropiado, la custodia la necesaria, la prevención y asistencia las adecuadas. Y esto dicho con el dolor y la solidaridad por la muerte de un digno ciudadano de 71 años que no está aquí para dar su opinión.

Seis: Es evidente que el Estado no supo asistir. Ni aquí ni ahora. Maldita sea esta tierra dividida en la Nación que juega a los votos apoyando a la provincia o a la transversal municipalidad sin importarle que hay gente entre medio. O la provincia que mira como opositor al municipio (y viceversa, porque acá no hay buenos y malos) aún luego de una catástrofe. Tales pequeñeces políticas malogran la regular asistencia que hay a la hora de paliar tanta necesidad. ¿Es tan descabellado haber pensado en una reunión de Nación, Provincia y Municipio para encarar juntos esta problemática social? El piquete avanzó días y días, compacto, mientras que las declaraciones se dividían en cientos. Habrá que hacer una excepción al accionar notable de la directora del Distrito Norte, Alicia Pino, que fue, puso la cara, llevó instrucciones del Intendente y destrabó la caldera que estaba por estallar. ¿Y el resto? ¿Dónde estaba el resto? ¿O van a argüir cuestiones de territorialidad, competencia, pido gancho el que me toca es un chancho?

Y, por fin, el Estado no supo ni sabe organizar. A hoy, por estos lados, las opciones son un dejar hacer nada liberal, de ausencia de poder, parecido a una convicción anárquica o pegar sin límite, inhumana, el mal llamado reprimir. Porque reprimir es poner la ley en su cauce. Reprimir ilegalmente es otra cosa. En la crisis de la universidad, estas dos opciones, se vieron clarísimas. ¿No hay nada en el medio? Luego de años y años de crisis, ¿no se supo pensar por parte de los inquilinos del poder una alternativa que satisfaga el derecho a la protesta y el derecho del resto a convivir? Convivir. Vivir juntos. Quizá no se encuentre otra alternativa porque el día que se muestre quedará probado que el lugar de la protesta, del enojo y del reclamo, debería ser la sede del que puede resolverlo, en la cara del servidor público. Y no en la casa, en la ruta del par, del conciudadano que está del mismo lado del mostrador pero necesita seguir peleando dignamente por lo que puede. Cortar la Circunvalación no acerca funcionarios. Desde la ventana de los funcionarios, sin embargo, se ve mejor el enojo. Salvo que, en serio, se quiera prevenir, asistir y organizar.

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