CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio
Raro. Pesado. Con ganas de ponerse a llorar. El día, te digo. Parecía que el día se quería poner a llorar. Un medio tono de todos convenido en silencio, una pesadumbre de los coches que no se atrevían a sus bocinas. Oscuro, pesado, raro. La ciudad toda. Apenas se supo, fue así.
Me lo dijeron como a eso de las tres y media de la tarde. Apenas si había terminado de almorzar y no lo podía creer. Pero si estaba muy enfermo, me dijiste. No tiene nada que ver, pensé. La enfermedad no iba a poder a atreverse con él. El sabría dibujarse algún super héroe que pudiera con eso. No te digo que creo que uno se enferma de lo que puede y quiere, como dicen tus libros de autoayuda, pero sí creo que la enfermedad le tiene respeto a los que son queridos. Y él es muy querido. Era. Es. ¡Y cuánto!
El portero del edificio supo usar el lugar común con justeza excepcional. Habiendo tanto hijo de puta, justo se fue a morir él. Rep lo dijo con todas las letras. Hizo falta su muerte para entender que la vida no tiene sentido. Y nadie, ni vos, se animó a contradecirlo. A veces uno trata de llenarla de sentido, sigue diciendo el inmenso Rep, que por suerte se ha quedado entre nosotros, pero basta que te enteres de esto para recordar que en sí, la vida, no tiene sentido. Nacés para morir, le leíste de tus apuntes de filosofía. La muerte es el único posible de todos los posibles. Tenés posibilidades de ser médico, astronauta o nada. Pero la única posibilidad de todos los posibles es la muerte. Como él. Y tomo un sorbo de tu licor. No me gustan los licores. Menos los caseros. Esos que hay que decir que saben a la voluntad de su creador cuando en realidad desafían el mejor aroma de un limpiavidrios. Pero hoy necesito algo que queme por adentro. Indulto esa botella tuya horrible. Tomo. Me duele en el pecho y me gusta que sea tan físico. Porque el dolor por su muerte no puedo encontrarlo. Y me hace peor.
No fui su amigo, me dijiste. Apenas si lo crucé un par de veces. Lo mismo con Fito. Lo lamento. No lo conocí a Fito a pesar de haber ido juntos a la Dante y casi ser compañeros de curso. No supe de lo que componía ni mucho menos le sugerí algún verso para sus canciones. Los que fueron a la escuela de Boulevard Oroño y son modelo 63 o 64 se sentaron todos, pero todos, con Fito y aseguran haberle dado la idea de lo que luego sería Mariposa Technicolor. Un inmenso banco de madera clara de trescientos lugares debería ser exhibido por el colegio como reliquia de la creatividad. Porque todos, pero todos, se sentaron con Fito. Y eso es ser más rosarino. Ostentar haber recibo un abrazo o una palmada del músico inmenso, te hace más dueño de la ciudad del Monumento y de la Virgen. En la reunión que te toca en la Capital luce mejor haberlo conocido. Saber de él. Lo lamento. Yo no. Y; ¿sabés qué?, aún con el afecto por ese genio de la música, casi ni me importa que así haya sido. No me tocó. No era mi turno. No lo conocí, qué se le va a hacer. No lo conocí tampoco al Negro. Pero ahora tengo ganas. Quiero. Y no se puede. Que lo parió. Su ausencia me hace extrañar mi ausencia para con él. Desear lo no posible.
Le tuve miedo. Y me mirás. No seas idiota. Le tuve miedo, quizá por eso nunca hubiera podido conocerlo. No saber de fútbol, no haber sido bautizado en el más allá con el agua de la pasión del equipo auriazul, no tener el aura del conocedor de lo cotidiano, todo eso, y tanto más, me hicieron cultivarle el temor reverencial por los que se admira. Lo veía en el teatro cuando estrenaba Les Luthiers y lo veía en el firmamento inalcanzable de los elegidos. La admiración, a veces, suele ganarle al afecto amigo. Escuché y leí sus reportajes con alma de arqueólogo. A ver si podía desentrañar de dónde le venía esa esencia. Sentí que Woody Allen, de conocerlo, declararía que el Negro era su mentor. Y eso era el respeto que da miedo.
La primera vez que lo entrevisté me preparé durante una semana. La nota fue un asco. No supe ni pude. Cuando terminamos me dijo: ¿Viste que al final soy un fiasco en la entrevistas? ¿Me vas a poder perdonar? Encima es humilde. Tini, entonces su Tini, me dio un abrazo y supe que ella me perdonaba a mi. Pensé todo el tiempo en ella en esa tarde pesada, rara, con ganas de ponerse a llorar.
No sé muy bien qué escribirle al Negro. No puedo seguir haciéndolo. Por suerte vos me hacés acordar que cuando leíste Best Seller te tirabas en los sillones para retorcerte de la risa. Te escribo y miro la tapa verde del libro y me doy cuenta que mi réquiem va a ser leerte de nuevo. Y reírme con vos. Otra vez. Porque extraño que no nos hayamos conocido bien. Maldigo no haber sabido ser tu amigo. Reniego de no haber compartido su don de gente. Al menos cuento con el recuerdo. Y con tus libros. Raro, feo, pesado para todos. Llorar. Mucho. Y como me gusta decir. Muerte a la muerte. Al menos a la tuya, Negro.
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