CONTRATAPA
› Por Beatriz G. Suárez *
Después del mundo, esperando dinastías de minutos, horas extra a lo inalcanzable, allí están los viejos.
Hace días que vemos asaltos, carteristas, ladrones que entran a sus casas, los balean para sacarles plata y joyas juntadas cuando la ráfaga fría del trabajo. ¿Qué quieren los chorros violentando rejas en las casas de estos ancianos de nadie olvidados hasta para el juicio final? ¿despojarlos desde nunca de sus pertenencias precarias, de lo poco que les deja el universo antes de comerles el corazón?
En La plata dos golpeadas, en Córdoba otro tanto, Rosario y tres derramando sangre por un sobre jubilado de espanto.
Así están nuestros viejos, engendrando desvíos de amor, con la temperatura baja de ausencia y emboscadas que lo social tiende en la última curva.
Finales de circuito donded la bandera perdió los cuadritos blancos y está negra. Sellados por adioses irremediables, inmóviles porque a veces los sometemos al verdín sin reconocer en lo más mínimo que las puertas se abrieron solo con sus llaves.
Son los viejos, carcamanes y de mierda, verdes, babosos, inaguantables, mal llevados, pesados, perdidos, molestos, inservibles. Nos referimos a ellos sin siquiera advertir la remota orilla desde donde nos mira su sabiduría o la trama de sal de la que somos hijos.
Les están amasando los huesos en Capital Federal por un sueldo que apenas sirve para aceitar las roldanas de sueños perdidos. La catedral sucia del Pami, una chispa apagada en cancha de bochas.
Son ángeles, rubíes, vinos buenos, Selvas, Ricardos, Elenas, Marías; nos ven desde su inmortal sendero asilando saludos en el cuerpo mientras Argentina le da la espalda a paraísos prometidos. Yo diría jurados.
¿Qué estamos haciendo con esta masa etárea de golondrinas superpuestas confundiéndola en cementerios por adelantado? ¿Qué están haciendo hasta los ladrones suponiéndolos hierba incendiada, tacho de la basura?
Una sorpresa nos va a dar el invierno y el propio cielo quedará deslucido si la gente grande sigue siendo pequeña, si el destino continúa destilando este veneno.
Los viejos, un debate trabado entre sábana y sudario. Los viejos, es decir nosotros dentro de algunos años cuando el tiempo alacrán rodée la gramilla y la transforme en árbol, y nos pueble de canas al inscribirlos en las policiales de los diarios como un trozo de trapo lamentable.
Tienen entre setenta y noventa, han cambiado la piel varias veces. El residuo es otra cosa. Y la muerte.
Se olvida que en ellos la vida retorna enamorada simulando porvenires mejores. Y respuestas.
Muchos no saben que al golpearlos la noche nos destierra a todos y dejamos de contar con emoción y amparo para siempre.
El mañana está siendo traicionado en una paradoja empantanada.
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