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Días pasados, previo a la finalización del cierre del ciclo lectivo, alumnos de una escuela de Rosario hicieron explotar una bomba casera en el hall del establecimiento y esparcieron huevos a quien pasara por el lugar. El "festejo" fue interrumpido por la policía y agentes de la GUM. Otra fiesta familiar organizada por alumnos de una escuela privada para celebrar la finalización de clases terminó con vidrios rotos, corridas y heridos .
Otro caso que se mediatizó fue el de una "picardía" de chicos que inundaron un tradicional teatro de la ciudad.
También es común en esta época del año el "enfrentamiento" entre dos escuelas privadas religiosas en las cuales deben finalizar abruptamente el dictado de clases para evitar daños mayores y peores consecuencias con los más chicos que circulan por la vereda de las mismas. Esta agresión "cuerpo a cuerpo" que se manifiesta en la calle, es explicitada con amenazas escritas en las paredes de ambos edificios desde algunos meses antes.
No son casos aislados, las noticias de agresiones manifiestas se repiten día tras día y año a año.
La pregunta obligada es que dicen y/ o hacen las autoridades escolares de estas y otras tantas escuelas en la que la violencia física es notoria desde muchos meses antes.
Generalmente, frente al hecho consumado intentan dar una respuesta a los medios que insisten en consultar respecto de la noticia. Algunas instituciones lo hacen y salen airosas con las explicaciones del caso, buscando las causas más allá de la escuela en sí: "no estaban en horario escolar", "se encontraban fuera del establecimiento", "estaban bajo la tutela de los padres, "son incidentes que se repiten año a año", "la culpa es del sistema que no tiene límites", etc.
Quienes intentan buscar al culpable, señalan que la familia ha perdido el rol de formadora y algunos otros señalan que los maestros de años anteriores no han sabido trabajar los valores en el aula que permitieran tener jóvenes con criterio.
Sin embargo, más allá de la justificación real de cada caso, habría que pensar cómo solucionar de antemano y evitar estos incidentes, pero fundamentalmente la institución escuela debería hacerse cargo de los niños y adolescentes que hoy las circulan, quizás muy diferentes a los chicos y jóvenes de algunas décadas atrás.
No cabe dudas que la escuela ya no es lo que era. En palabras de Diego Sztulwark: "se ha convertido en un objeto incómodo", esta incomodidad se acentúa en la falta de estrategias de reflexión que logren captar la magnitud de las causas del malestar a fin de actuar en relación a ellas.
En la era de la fluidez, una era en que las relaciones sociales ya no nos preexisten con la solidez de la estructura, donde todo vale, la disposición al encuentro se torna clave imprescindible para gestionar.
Hoy por hoy la situación educativa no está asegurada. Hay que producirla continuamente y en condiciones extraordinariamente dificultosas. Si fuéramos pesimistas podríamos plantear con Deleuze: "Solamente se pretende gestionar la agonía".
Carina Cabo de Donnet
Pedagoga
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