CORREO
En medio de tantas noticias que aturden y enceguecen, se infiltran otras que destruyen, creencias y "saberes", valores troncales para las cuestiones existenciales. Que el arte se haya encogido o conquistado por los intereses del mercado de estupideces (antónimo de inteligencias), son síntomas de una decadencia que extiende su cono de sombra a los caminos de la salud y la libertad humana.
La noticia del martes 8 de abril, que da cuenta, de la reacción provocada por el cuadro del octogenario Alfred Hrdlicka: "La última cena", ocupando un lugar destacado en la exposición "Religión Carne y Poder", en la Catedral de Viena, induce el diagnóstico de enfermedad cultural. El "artista", argumentó que su obra, era una versión "erótica", de la orgía entre "Jesús y los doce apóstoles, que se revuelcan y masturban mutuamente, en estado de borrachera". Algunos creen que es censura, la decisión de retirar el cuado de Hrdlicka, yo pienso que va más allá de ese término y lo vinculo a lo que se expuso en Rosario en noviembre del 2007, con motivo del tercer aniversario del Museo Macro. En el bar Davis, un artista exhibió, sobre las mesas, cinco mujeres desnudas, con sus pubis y anos, funcionando como floreros. En la embriología de la adaptación humana lo "sano", en cada circunstancia, tiempo y lugar, necesita transitar el estadio de sublimación.
Intentaré explicar, desde los primeros recursos a que apela el niño, para tolerar las distancias, que instala su madre. Lo describe bien el pediatra y psicoanalista Donald Winnicott, cuando lo vincula al proceso de creación o elección, de algún objeto "especial", que lo calma, "S.O.S.tiene" e incluso "alucina". Ese osito o trocito de manta, que le permite tolerar, cicatrizar y limar, las ásperas texturas de la ausencia (o el miedo a ella). Ese "objeto de transición", ocupa justamente, el espacio transicional entre la fantasía y la realidad y allí se inaugura el juego y la capacidad de componer o hacer cultura. La pintura o escultura, la representación teatral, la poesía o la prosa, la música y otras "artesanías", son estrategias sublimatorias, que calman o expresan el dolor existencial. Beethoven sublimaba sus furias o rabias y decía: "quienes entiendan mi música se sentirán liberados de todas las miserias que otros acarrean consigo". Siento tristeza, cuando un niño no logra imaginar el encuentro con algún "Aladino", que le permita expresar deseos y "jugar" a satisfacerlos. Ni juegan siquiera al "doctor" y se quejan por no poder ejecutar actos que ven y escuchan de adultos hedonistas y exhibicionistas. Esto es parte de la violencia compulsiva que muestran. Sus comportamientos nacen en el cerebro reptileano, de instintos sin maridajes con centros emocionales y racionales.
No se trata de un cambio paradigmático, como el que disparó el inodoro de porcelana, que exhibió el dadaísta francés Marcel Duchamp, en 1917. Es parte de un cambio ontológico, o quizás la ilustración de lo que sostenía Sartre: el valor es la carencia. Veremos lo que renace.
Mirta Guelman de Javkin
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