CORREO
Las olimpíadas las ganan, en el mejor de los casos, seres sobreentrenados en un movimiento determinado. Sus vidas se encojen y reducen a un único propósito: vencer al otro. Cuando distintas circunstancias o simplemente, las cuchillas del tiempo, alteran sus capacidades, muchos pierden el sentido de la vida. No es pasión, sino violenta competición lo que muestran sus rostros y gritos cuando ganan, mimetizados con las fieras. Si algo nos diferencia de los animales, son justamente las infinitas y variadas capacidades para "aprehender" (Bateson), hacer y ser, cosas distintas, mejores o peores, según las etapas del ciclo vital.
Los que diseñaron los primeros Juegos Olímpicos tenían otras ideas, otro contexto, otra ideología y fundamentalmente otro proyectos para esos tiempos de nuestra especie. El "paisaje de acontecimientos" (Paul Virilio), de estos Juegos Olímpicos 2008, de Beijing, se inauguraron con el emblemático episodio de exclusión de la imagen de Yang Peiyi, a quien sólo le permitieron exponer su voz sublime, porque era "fea". Más allá de la agonía de la filosofía oriental y de las ideas de Kant, es simbólico lo que le enseñamos a Lin Miaos: a silenciar su voz, mentir, fingir, gesticular, simular y hasta robar la identidad de Yang. Virilio propone crear un "frente de resistencia inteligente", para esta sociedad en decadencia y creo que los padres deberán tomar la posta.
Confieso que el episodio rescató de mi memoria una experiencia vivida a los 11 años. En los altos de la calle San Lorenzo al 1000, funcionaba la Academia de Danzas y Teatro Infantil: Alcira Olivé Garcés, cuya directora era Susana Olivé de Aletta da Silva. En esos años el concepto de pobreza (material), justificaba ciertas jerarquías y las actuaciones de fin de año. Para bailar como solista, los padres debían agregar un extra a la mensualidad. Susana era democrática y decidió que no era justo. Convocó a Eva Carlés del teatro Colón, no sólo a montar una coreografía, sino a juzgar quien actuaría en cada rol. El enojo y las peleas de algunas madres adelantaron el resultado de lo que hoy llaman "casting". Quedó en mi memoria acústica, una de las protestas: si es pobre y fea ¿cómo va a tener el rol protagónico de la "La niña y las flores"? Me esmeré tanto en entrenar mi cuerpo que no pude asistir al ensayo general, por los 40 grados de fiebre "emocional", según el diagnóstico de José Francisco Celoria, adelantado para su época y con palabras y antitérmicos logró que bailara. No sólo fue mi pediatra, sino brújula de lo que todavía navego hoy.
Mirta Guelman de Javkin
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