CORREO
En la madrugada del 19 de agosto de 1936 en el barranco de Viznar Granada-España) fue asesinado por una horda de falangistas el poeta andaluz Federico García Lorca.
Hacía un mes que la península ibérica se vería conmovida por dos acontecimientos. Uno ordinario: un alzamiento militar y otro extraordinario: la respuesta masiva y popular al golpe fascista.
En efecto, a poco del alzamiento clericalmilitar el pueblo iniciaría su epopeya libertaria y García Lorca como exponente lírico del pueblo, como ser que tomó partido siempre por los oprimidos, explotados, humillados y ofendidos, manifestó su rechazo a los inquisidores coaligados. Por supuesto que los sicarios del privilegio fueron a por él y hasta le dieron un tiro de gracia. Asesinado por su triple condición de poeta agitador, de rojo y homosexual. Elementos todos suficientes para el escarnio y el estigma.
Por esos días de la Guerra Civil mataron también a Blas Infante Pérez, luchador por la emancipación de los campesinos sin tierra.
Ambos dejaron para la humanidad toda postulados de lucha por la justicia, la libertad y la vida y páginas imborrables de poesías, ensayos y teatro.
En este sombrío presente de fascistas redivivos por doquier desde Alaska al Cabo de Hornos, desde las Pampas hasta el Mar Cáucaso, evocar las figuras de García Lorca y Blas Infante es recordar que aun sobre las ruinas de la sociedad es posible que ondeen briznas de rebeldía que impulsen al cambio profundo.
Carlos A. Solero
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