CORREO
La noticia más relevante de la semana en la ciudad parece haber sido "la gran movida en el río contra el humo". El sábado, las fotos reflejaban un río Paraná salpicado no sólo por el reflejo de un sol intenso sino también por una caravana de yates, barcos y lanchas que resplandecían más que las propias aguas que los contenían. La postal continuaba en un par de fotos donde se podía ver al intendente Lifschitz sonriendo para las cámaras en una; y en la otra a un grupo de mujeres y hombres tomando sol.
La consigna fue clara: "¡basta de humo!", "No a la quema" rezaban algunos de los carteles atados a las estructuras que soportan los techos de las embarcaciones. Y aún así esas fotos, el entusiasmo, los aplausos, las banderas, sirenas y silbatos volvían a zumbar en mi cabeza como ecos de cuestiones demasiado pronunciadas por sobre otras casi mudas; y que, como siempre, terminan importando y entreteniendo a un tipo especifico de gente. Por acá se la vio seguido, golpeando cacerolas y llenando el Monumento el 25 de Mayo.
No me interesa meterme con el humo y las marchas que desencadenó en distintas zonas de Rosario. Eso no es un problema. Toda ruptura de lo cotidiano estimula una acción; fue lo que consiguió el humo: que los ciudadanos salieran a la calle a protestar. La queja, una palabra que a muchos le produce escozor, a mi entender representa la imagen de personas organizándose para luchar por lo que cree justo. Pero esa palabra pronunciada por determinadas bocas adquiere un doble filo, se transforma en un arma usada para defender a veces lo indefendible. La derecha se escuda en la queja para chicanear, para que el ejercicio de la argumentación le rebote y la libere de dar explicaciones. La derecha se apodera de la queja para convertirla en un acto despolitizado, y cuando es conveniente se despoja de ella para atribuírsela a la izquierda.
Como en la novela de Stephen King La niebla, donde el fenómeno climático actúa como una cortina que se corre para exponer los conflictos de clase y religión, el humo construyó aquí su propio relato tóxico. Uno que invisibiliza entre los gases a aquellos cuyas principales necesidades básicas insatisfechas obligan a empujar a la fuerza el tópico "humo" al fondo de la lista.
Esto que escribo no es un ataque a los vecinos de la costa rosarina, es sí una anécdota chiquita que va tejiendo y destejiendo el pensamiento de muchos vecinos que viven en barrio Martin, en Fisherton o en edificios de la peatonal. Un pensamiento que desnuda la tenencia de una visión estrábica, donde no existen casas de cartón, chapa o madera propensas a ser devoradas por el fuego, arrancadas por el viento o aplastadas por la lluvia.
Andrés Hontiveros
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