CORREO
No es lo mismo mirar y no poder ver que ver y no querer mirar, en un caso hay una disfunción y por tanto es involuntario para el observador. En el otro, se trata de ignorar la realidad que manifiesta.
En efecto cuando se afirma que la expansión de los indicadores significa que el crecimiento es para todos, o al menos para la mayoría, no se ve o mejor dicho no se quiere ver que en estos años la exclusión social no se detuvo, y por lo tanto la brecha entre los que más tienen y los que nada tienen no desapareció, sino que se mantuvo o creció.
Los que alborozados hablan de Rosario como el principal puerto sojero del mundo, no ven o no quieren ver los estragos morales y materiales que provoca este monocultivo que lo único que expande es el ánimo de rapacidad prebendaria sin importar la devastación ecológica.
Ocurre algo similar con la violencia social, que es atribuida a las razones más diversas y no a la desigualdad persistente, a la miseria que desde hace décadas se ocuparon de expandir y a una corruptela funcional al autoritarismo.
Por estos días, las salas de proyección cinematográfica exhiben la película basada en el célebre libro de José Saramago, Ensayo sobre la ceguera. Bueno sería reflexionar acerca del profundo llamamiento al que exhorta esta obra, para superar el agobio de un mundo que asesta violentas sus garras sobre los más desprotegidos, los pobres, excluidos, los explotados y dominados.
Está claro entonces que existen múltiples cegueras, algunas involuntarias y fatales y otras que son producto de la codicia patriarcal, jerárquica y capitalista.
Carlos A. Solero
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