CORREO
El sociólogo Pierre Bourdieu señala que la violencia simbólica es un elemento esencial de la dominación de los poderosos sobre los desposeídos de todo.
En los últimos años y en particular en los últimos días, asistimos a una oleada de crímenes que generan una sensación de caos que en realidad tiene sus raíces en una profunda y continuada desestructuración social.
El proceso de exclusión que se inició como consecuencia de la instalación de políticas neoconservadoras desde mediados de los años 70 en el pasado siglo, erosionó y aniquiló no sólo las condiciones materiales de existencia de las clases populares, sino sus identidades. Rompiendo la trama de solidaridad, los niveles de crueldad han ido creciendo de modo exponencial en la medida que el vacío existencial, la falta de perspectivas reales de "salir del pozo" se evidencian cada día.
Esta falta de sentido de lo colectivo, de percepción de que "ninguna vida vale nada" parece estar expandiéndose como una mancha venenosa por la sociedad.
Aparecen reclamos de mano dura, de gatillo fácil. No se piensa seriamente en la necesidad de políticas públicas concretas para terminar con la marginación sino en castigar y castigar, en construir paredones, muros y zanjones. Lo que no hará sino ampliar la brecha entre los transitoriamente incluidos y los excluidos por el sistema.
Es preciso que busquemos colectivamente los dispositivos y mecanismos de reconstrucción de una trama de solidaridades que no multiplique las víctimas y que desactive a los victimarios.
Esas soluciones difícilmente provengan de las alturas del poder, lo factible es que surjan de los intersticios de la sociedad civil, que cada día resiste con coraje estos embates.
Carlos A. Solero
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