CORREO
Aunque pueda sonar muy fuerte, y tal vez para algunos exagerado, en verdad se trata de una enorme batalla que libra un gobierno que no es revolucionario con el poder mediático y monopólico que sobradamente ha dado muestras de conspirar contra la democracia que dice defender y contra los cambios que puedan nacer.
La disputa política que se está dando en torno a la nueva ley de servicios audiovisuales -que no es del gobierno, como dice la derecha, sino de una gran parte del pueblo argentino- es una muestra palpable de las posibilidades de profundizar democracias formales en la región.
Estas democracias formales que suelen contentarse con algún atisbo de cambios, o que intentan sin demasiadas convicciones profundizar algunos aspectos de la vida de sus pueblos, son un campo de batalla de la nueva época, en un marco de procesos en países del continente que pujan por avanzar decididamente hacia nuevos destinos para sus pueblos.
Ese escenario no es bien visto, o no es bien interpretado por sectores progresistas y de izquierda en nuestro país, ya que muchos anteponen sus propias apetencias de figurar o de presentarse con discursos opositores sin entender que se trata de ser alternativa y que para ello hacen falta fortalezas en sus propias convicciones para entender qué es lo que beneficia a los poderosos intereses ancestrales de dominación.
Está en juego, cuanto menos, un perfil de país. Recuperar el valor de la palabra, el papel del Estado, el compromiso por las causas justas, la política como un mecanismo para avanzar en la solución de los grandes temas, la ética, equidad, justicia son partes de una causa que debemos poner en el centro de las acciones que tienen dos componentes: los que quieren cambiar mucho o poco, algo, o los que quieren mantener los privilegios a costa de los más.
La ley en cuestión no sólo es buena para nuestro país sino que sería una de las más avanzadas del mundo, según distinguidos idóneos. No se trata, pues, de entrar en detalles tecnicistas, se trata de entender el fondo de la cuestión: es un capítulo trascendental de la lucha por el avance de un proceso condicionado, falto de objetivos precisos, de decisión política clara en muchos casos, pero que intenta ir hacia delante. Ante éstas circunstancias, decimos concretamente que se trata de una enorme batalla, y que hay que ganarla.
Eso significaría que aportaremos innovación, daremos una señal y diremos que se puede enfrentar otros desafíos pendientes.
Héctor Marinángeli
Presidente Casa Latinoamericana del ALBA de Rosario.
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