CORREO
Cuando se incorporó la soja transgénica a nuestra agricultura regional, hubo voces profesionales que advirtieron sobre los negativos resultados que implicaría el monocultivo de referencia y muy pocos grandes medios, por no decir ninguno se hicieron eco de las denuncias, que hoy lamentablemente visualizamos como un drama de nuestra economía y con casi nulas posibilidades de revertir.
Algo parecido ocurrió con la obra del puente Rosario Victoria, cuando se advertía que la construcción aterraplenada de gran parte de la traza, constituiría un embalse, que aceleraría la erosión costera y que se vería agravada con los proyectos de mayor calado sobre el cauce central del río, incrementando la velocidad de las aguas.
En ambos casos, la priorización de los intereses corporativos actuó como silenciador del tema frente una opinión pública permanentemente desinformada, con medios supeditados y un Estado ausente a la hora de efectuar controles, previsiones, estudios serios del medio ambiente y sin que los estamentos universitarios tengan posibilidad de incidir en las decisiones, sea por falta de presupuesto, desidia y en algunos casos complicidad con los grandes grupos económicos.
Si sumamos esto al desguace del sistema de transporte ferroviario que ocasiona unas 8.000 víctimas por año en accidentes viales, llegaremos a la conclusión de que no importan lo daños que ocasionamos con los errores que se cometen en el diseño estratégico de nuestras infraestructuras y el manejo de nuestra economía y que las "leyes del mercado" no sirven para garantizarle a la sociedad mejor calidad de vida.
Este repliegue del Estado en las grandes decisiones, la falta de planificación a mediano plazo del uso de nuestros recursos naturales y el despilfarro de los mismos que incluye la minería a cielo abierto y el uso indiscriminado de métodos contaminantes de explotación protegida por corruptos gobiernos provinciales, nos coloca en un futuro incierto de negros nubarrones que presagian serias dificultades para nuestras poblaciones del interior y hasta de la propia Capital Federal, casi colapsada en la emisión de contaminantes con origen en la utilización de cientos de miles de unidades automotoras que se han multiplicado sin control.
Para no llegar a los extremos del distrito federal de México o el caos de San Pablo, debemos entre todos tomar decisiones correctoras de estas situaciones y debatir un futuro que ponga al ser humano y su calidad de vida como el destinatario de nuestras decisiones.
Angel M. Contestí
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