CORREO
América, tanto como otros territorios, padece desde hace siglos el saqueo del subsuelo. Oro, plata, cobre y otros recursos fueron la base de la acumulación capitalista primitiva. Los pueblos viven la brutal paradoja de que su empobrecimiento va en relación directa con las riquezas que se extraen.
Hace más de cinco siglos, luego del formal desembarco europeo, con la Conquista y la Colonización. Bajo el signo de la espada y la cruz comenzó un proceso que nunca se detuvo, el de la actividad minera que diezmó desde entonces miles y miles de vidas.
Durante la etapa colonial más quinientas mil toneladas de oro y plata cruzaron los mares, siendo atesoradas en los bancos de Venecia, Milán, Flandes, cuando no El Vaticano o el Kremlim.
Con el desarrollo capitalista las corporaciones mineras fueron estableciendo sus imperios: del salitre, el cobre, el estaño, etc.
Resulta paradójico también, que sea en octubre cuando vuelven a la superficie los treinta y tres mineros chilenos, prisioneros de la tierra más de setecientos metros de profundidad. Además de las cámaras y una multitud de familiares, los aguarda el desempleo.
El mismo sistema que los sometió a un inútil sacrificio los descartará como escoria. ¿Maldiciones del metal? No, un sistema de injusticias, basado en la rapiña de minorías y en la intangible tasa de ganancia mercantil. ¡Cinco siglos igual!
Carlos A. Solero
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