CORREO
Para mis hijos la marcha de los 24 de marzo, debe significar algo así como el día de la bandera, o celebraciones públicas similares, espacios que fueron recorriendo de bebe en "cochecito", luego a "cocochito" y ahora correteando entre tambores, pancartas y banderas encontrando amigos que hace mucho que no vemos, algunos incluso que sólo vemos en esos ámbitos. Hay una sensación que tengo muy marcada, y es la de las preguntas de los chicos, que siempre, en algún momento del trayecto aparecen, incómodas, mechadas de curiosidad, inocencia y frontalidad. ¿Papi quiénes son los desaparecidos? ¿Los militares son malos? ¿A los desaparecidos los mataron? ¿De quién es la cara de ese cartel? ¿Y por qué los mataban? Confieso que siempre intenté sacar el mayor rédito de la situación para transmitir a mis hijos lo que creo más conveniente, no podría decir si lo he logrado. Cada año ensayo con esfuerzo, el filtrado de lo que me parece más importante. Tengo la sensación de que cada año es diferente. La idea es aprovechar la pregunta, pero no puedo contarles tantos años de historia argentina, tantos dolores y sufrimientos, o si puedo, pero creo que no escucharían ni la introducción. Cada vez, pienso en qué recuerdos, de algo que no vivieron, tienen que ir elaborando a lo largo de su vida sobre la dictadura, y de todo, qué es lo que no tienen que olvidar. No podemos recordar todo, como Funes el memorioso de Borges, ni podemos trasmitirle a nuestros hijos todo ¿será importante olvidar algo? Pensar el olvido en días de conmemoración es algo arriesgado, y hay que tomarlo con cuidado.
"El olvido es necesario para la sociedad y para el individuo", así empieza el libro Las formas del olvido del antropólogo francés Marc Auge. Es una invitación al pensamiento, frente al acento puesto en la memoria y en la necesidad de no olvidar, en estos días en que se cumplen 30 años del golpe militar en Argentina, y junto con él la puesta en marcha del exterminio planificado de personas, que obtiene sin mayores consideraciones el rango de genocidio. Esta reivindicación del olvido es también situarse en un lugar escabroso, que puede conducir sin más, a negar el pasado como "pisado". No es esta la orientación del libro citado, ni de esta reflexión. ¿Si no fuésemos capaces de olvidar, cómo nos sería posible recordar? Esta idea formulada, ahora, en forma de pregunta, tiende a debilitar la oposición entre memoria y olvido, y a pensarla en términos de relación entre tres palabras: olvido, memoria y recuerdo. "El olvido, en suma, es la fuerza viva de la memoria y el recuerdo es el producto de ésta", dice Auge, dando un lugar en las relaciones a cada una de estos términos, y agrega la metáfora del mar, en donde, podríamos decir, el olvido orada la roca de la memoria y le da forma al recuerdo. ¿Qué cosas tenemos que olvidar para recordar el golpe del '76? ¿No tenemos que olvidar la teoría de los dos demonios para recordar que el terrorismo de Estado es siempre un abuso a los derechos humanos? ¿No tenemos que olvidar la frase "algo habrán hecho" para recordar que no hay ningún argumento posible que justifique el crimen, y menos aún, el crimen organizado? ¿No tenemos que olvidar la palabra dictadura para recordar que una sociedad se "pone en orden" con ciudadanos que participan activamente en los problemas que no dejan que un pueblo desarrolle sus potencialidades? Memoria y olvido son como dos caras de una misma moneda, hablar del olvido no es despreciar la memoria, tampoco es hablar del "borrón y cuenta nueva", es asumir el desafío de una construcción que permita vivir el presente, modelando el pasado para proyectar nuestro futuro.
Lucas Almada
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